La máquina del tiempo se fue tragando poco a poco a las Tiendas de Ultramarinos, Comestibles, o Colmaos. Ahora casi no existen, pero hubo un tiempo en que casi todas las calles de las ciudades había una, y si no la había, sói que la había en la calle de al lado o en aquella otra, todas cercanas, a la mano, porque a las tiendas de comestibles no se iba a comprar, como ahora se hace en a los hipermercados, una vez a la semana, sino todos los días, y la mayoría de ellos, más de una y dos veces.
Solían ir las amas de casa a la tienda de ultramarinos en las mañanas, cuando regresaban de la plaza de abastos con la compra de carne, o pescado, frutas o verduras para el día. De paso compraban el carbón en la carbonería y el pan en la panadería, y por último entraban en la “tienda” y compraban lo necesario también para el día, porque el jornal se cobraba diariamente y no se disponían de medios para abastecerse a más largo plazo, además tampoco existían los refrigeradores donde mantener fresca la mercancía.
(Fotografía datada en 1871. Al final del mostrador se aprecia el molinillo de café)
En la tienda de ultramarinos había de todo. Nada más entrar y formando fila casi en la misma entrada estaban los sacos de legumbres, olor a la arpillera de los sacos desprendiendo una nubecilla de polvo blanco que flotaba en el aire. De allí sacaba el tendero, con una pala de hojalata de mango corto, el cuarto de kilo de garbanzos, o de alubias, o lentejas, o habas secas que se le hubieran pedido,y en un papel de estraza lo pesaba en una balanza con pesas de bronce (si ésta era de plato, en épocas más lejanas) o bien en la de aguja (de época más reciente), y luego hacía con él un cartucho que entregaba a la“marchante”.
Lo mismo hacía con el azúcar y con el café, que si se le pedía, lo molía en un gran molinillo que tenía para tal fin, a fuerza de darle a la manivela, y que salía por debajo cayendo en una bolsa de papel que recogía el café ya molido.
Entonces el aroma de café de “malo” (malta) o del “bueno” (Trueba o Catunambú), invadía la estancia y se mezclaba con el olor del agrio del vinagre, apresado en un barrilito con un grifo; con el de pescado en salazón que se desprendía de la barraca de sardinas arenques, sostenida de pie, para que tuviera mejor vista, en una esquina del mostrador, o con el de una enorme lata abierta de manteca amarilla “La Lorenzana”.
Y mientras el ama de casa era “despachada”, se entretenía en compartir con aquella otra que “le había pedido la vez” en comentar los dimes y diretes de la calle.
El tendero en realidad no era el tendero, sino “el Vicente”, o “el Antonio”, o “el Pepe el de la tienda”, que así es como era conocido en el barrio, y lucía siempre con un babi color gris u ocre, que ayudaban a ocultar las posibles manchas recogidas durante la jornada.
Como había determinados momentos en el día en el que la afluencia de clientela era más numerosa, el tendero echaba mano de ayuda extra contratando por un sueldo escaso, a un jovenzuelo que tomaba el nombre de aprendiz o dependiente, y las que iban a compran se dirigían a él llamándolo “muchacho” o “niño”.
Muchas veces al ama de casa se le olvidaba algún “mandao”, y acudía a cualquiera de sus chiquillos para que lo trajera “Fulanito ve a la tienda de Vicente, o Antonio, o Pepe, que se me olvidó el aceite, y dile que te lo de “fiao”, que me lo apunte que mañana se lo pago”. Y el Fulanito de turno cogía la calle por banda camino de la tienda, con una botellita de cristal vacía, que en otro momento contuvo Agua de Carabaña, para que le echaran un cuarto litro de aceite.
(Tienda de Ultramarinos 1920)
Había veces en las que el niño entraba en la tienda y estaba vacía porque el tendero estaba en la trastienda, y hacía notar su presencia diciendo “¡despachar!”, o bien dando golpecitos con la moneda (si es que la llevaba), en el mostrador de madera o de mármol según el comercio.
La Aceitera
Salía el tendero y le despachaba el aceite extrayéndolo de una bomba de cristal subiendo y bajando una manivela. El aparato en cuestión estaba montado sobre un bidón que se encontraba debajo del mostrador. Según la importancia de la tienda, en función de la venta, además del artilugio correspondiente al aceite de oliva había también otro de aceite de orujo.Entonces el liquido verdoso de su interior se movía y se llenada de burbujas, que al chaval le parecían como bolas de caramelo.
Mientras le despachaban el aceite, miraba y disfrutaba de todo lo que había a su alrededor, a menudo productos inalcanzables para él y para muchas familias: las latas de melocotones en almíbar; la carne de membrillo de Puente Genil marca “El Quijote” en una caja de lata bellamente decorada; los botes de jugos de fruta “La Verja”; los higos pasos, y los terroncillos de azúcar blanca que descansaban en un saco más pequeño, pero sobre todo, las tabletas, partidas en onzas para vender a granel, de chocolate negro La Virgen de los Reyes, grueso, terroso, espeso, pero que a él le sabía a gloria bendita cuando su madre le daba de merendar una onza con un trozo de pan.
Algunas veces cuando llegaba el chaval a la tienda, tenía que esperar a que despacharan a otra persona, y si ésta había pedido bacalao, el corazón del chiquillo se sobrecogía al ver como el tendero lo cortaba con la cizalla, artilugio precisamente para ello dotado con una enorme cuchilla, y que a sus ojos de niño tenía mucho de peligroso y temblaba tan solo de imaginar la mano del cortador debajo de la cuchilla.
La Cizalla de cortar el bacalao
Chorizos y morcillas colgaban del techo y goteaban grasientos en su cabeza, y su boca se hacía agua cuando afilaban el cuchillo para cortar jamón, producto prohibitivo y que tan sólo se compraba cuando se padecía alguna enfermedad.
(Una tienda sobre 1950)
Le daba el tendero o el dependiente la botellita con el aceite y el niño decía “que dice mi madre que me lo apunte”, y el tendero se lo apuntaba con un lápiz grueso que mantenía sostenido encima de la oreja, en un papel de estraza, dónde por cierto, ya había más de una anotación.
Ahora se ha cambiado el olor rancio y añejo de las tiendas de ultramarinos por el de los ambientadores y colonias de los hipermercados, y no hace falta que te apunten nada por darte los “mandaos fiaos” (se paga con dinero de plástico).
Imágenes de: Todocolección.net - Fotosconhistoria.com
Me encanta cómo lo has contado, má que un lugar de comprar, eran la idiosuncrasia del barrio, un lugar que recogía todas las vivencias del mismo.
ResponderEliminarRecuerdo Marciano, La casa de las galletas con sus bolsas de papel a cuadritos azules. Aún pervive Martín en la calle San Esteban que tiene unos embutidos buenísimos.
Un saludo.
El ultramarinos de mi barrio se transformó en un UDACO, pero de igual manera el dueño seguía apuntandote el mandado, y de buenas nos libró a mi familia el buen señor... en canarias se llamaban "tiendas de aceite y vinagre", pero que por supuesto despachaban de todo, y hasta su quesito y su vinito o ron te podías echar acodado en su mostrador, todavía queda alguna perdida en esos pueblos, en méxico las llaman tiendas de abarrotes, y también quedan algunas, aunque ya no venden a granel verdad? Ahora vete al Carreful y dile a la cajera que te lo apunte, que mañana (en su acepción amplia) viene mi madre y te lo paga, jaajaj
ResponderEliminarabrazos.
Realmente interesante. Todavía quedan algunos ultramarinos en el centro de Sevilla, aunque cada vez son más escasos. Hay uno en la calle amor de Dios, entre la Alameda y el instituto San Isidoro.Tiene el conjunto (tienda y edificio) algunos aires romanos, ya que en una hornacina situada en el segundo piso hay una pequeña escultura, y en la puerta de la tienda hay una especie de medallones de madera con los que parecen ser perfiles de dioses. Hace poco sufrió desgraciadamente los efectos de lo que se conoce como "acto bandálico", ya que hicieron una pintada sobre la reja de la tienda. Una verdadera lástima.
ResponderEliminarSaludos.
Nuevamente arrancas de la memoria situaciones olvidadas: escenarios, olores, costumbres ...
ResponderEliminarMuchas de las escenas que recreas, son tal cual como las recuerdo de niño. El babi ocre, a veces gris, el ritual del corte del bacalao (recientemente lo he presenciado todavía en un pueblo gallego), el aroma del café que duraba horas en el local, los encurtidos, el papel de estraza sobre la báscula, los cartuchos para las legumbres, la bomba del aceite ...
Junto con esas estupendas y precisas fotografías (como siempre), una entrada entrañable y excepcional.
Saludos.
Hola, soy mexicano, me gustó el tema, en mi ciudad- D.F. había tiendas de españoles..en los 50's, 60's.... y antes. hoy quedan pocas.
ResponderEliminarhay un comentario mio sobre el tema en un foro mexicano.
ResponderEliminarhttp://pacocalderon.net/modules/myalbum/photo.php?lid=2806&cid=154
Me ha encantado como lo has narrado. Me acuerdo que al lado de mi casa había una mantequeria, se llamaba " Buen Suceso". Mi madre nos mandaba por mantequilla, con dos palas que tenían grabados picos le hacían la forma a la pastilla y el dibujo, no he tomado una mantequilla mejor.
ResponderEliminarLos yogoures de Danone de cristal que se devolvía el tarro.
Las sardinas de bote.¡¡¡ Cuantos recuerdos !!!...
Entiendo que no había la misma higiene, pero se ha perdido el calor. En Madrid en Chamberí había muchas tiendas de ultramarinos, ahora son todas cervecerías.
Me ha gustado mucho.
Elsitiodeconcha, me alegro mucho que esta entrada te haya traído tan entrañables recuerdos. Como bien dices,la higiene no era la de ahora, pero tenían ese regusto familiar y entrañable.
ResponderEliminarSaludos,