Siempre, y al igual que ocurre ahora, ha habido personas que por circunstancias de la vida no tenían un techo bajo el que pasar la noche. Y también al igual que ocurre ahora, había distintos sitios de diferentes categorías para dar cobijo al “sin techo”, según las posibilidades del “cliente”.
("Casa de Dormir" 1932-1933 - Grabado aguafuerte - José Fernández Solana)
“Posadas” y “Casas de Dormir”, eran los lugares donde estas personas disfrutaban de una habitación, y en cuyo precio estaban incluida además de la cama, la luz.
Pero para los menos pudientes, o sea, para los que no tenían nada y cuyo único techo eran las estrellas, existía un lugar, bien en dichos sitios que destinaban para ello, o bien creados exclusivamente para la causa, que se denominaba Cotarro.
En el Cotarro, y por cantidades insignificantes se podía pasar la noche libre de la intemperie.
El dueño del local solo facilitaba suelo y techo, y si acaso, un trozo de estera de esparto que hacía las veces de comistrajo, aunque lo habitual era dormir sobre el suelo pelado, o sea, a ladrillo limpio.
( Obra de Gustave Dore, 1872)
En estas condiciones, y sintiéndose afortunados por tener un techo bajo el que dormir, pasaban la noche tanto hombres como mujeres y niños, que llevaban consigo pulgas, piojos y chinches y que dejaban en ese lugar de pernocta, parásitos que recogían los que acudían la noche siguiente.
Era asiduo el pulular nocturno de los pobres que pasaban el día pidiendo limosna, ésos que no tenían ni casa ni hogar, y que hacían de cualquier rincón de un portal su asentamiento. También acudían a él los mendigos callejeros, y los desgraciados que por su mal hacer estaban considerados fuera de la ley y huidos de la justicia.
("Interior de una posada" -Valeriano Becquer - Procedente de la revista La Ilustracion Española y Americana. 1873)
Los que allí buscaban cobijo, llevaban también a cuestas sus miserias, y algunos su mala condición, condición que daba pie a frecuentes alborotos durante las noches, en las que casi todos dormían con un ojo abierto y otro cerrado, tal era la desconfianza que el improvisado compañero de sueño despertaba en ellos. No se podían fiar ni de su sombra.
El ladrón aprovechaba el sueño de éste o aquél para afanarse con cualquier cosa ajena que luego pudiera vender. El borracho, armaba gresca con la borrachera dando grandes voces, despertando a los niños; las madres gritaban quejándose e intentando acallarlos, y no faltaba quién llegaba a sacar la navaja ante la trampa que le tendía su compañero de partida de cartas.
Por tales motivos se formaban las peleas y los alborotos, teniendo que acudir el casero para poner orden y amenazar con echarlos a todos a la calle sin previa devolución de las monedas pagadas.
Se decía entonces que “Se alborotó el Cotarro”, y esta frase, aún abunda en nuestro hablar cotidiano.
Por cierto, el precio del Cotarro a final del siglo XIX era de dos cuartos.
Bibliografía: Costumbres Populares Andaluzas – Luis Montoto
Costumbres Andaluzas – José María de Mena
Qué luz desprende este rincón! Me dejaste pensando muchas cosas, la actualidad con la que contextualizas el pasado, nos da a entender lo poco que cambian las cosas, y enseguida recordé "Lazarillo español" un magnífico libro del no menos excelente escritor Ciro Bayo, donde narra en primera persona sus experiencias como peregrino vagabundo por esas españas de la primera mitad de nuestro siglo XX y donde aparecen muchos cotarros, en sentido real y en el figurado también.
ResponderEliminarAbrazos y gracias, me maravillan tus pedazos de historia, de la buena, de la que me gusta a mí, de la que figura en letras minusculísimas en los libros y crónicas.
Nuevamente nos descubres y muestras espléndidamente lo cotidiano en un pasado no tan lejano como parece, con un bello y esclarecedor texto e imágenes evocadoras y precisas, que aclaran una frase constante en las conversaciones y, sin embargo, desconocida en sus orígenes.
ResponderEliminarFantástica entrada.Saludos
Estupenda entrada que tenia atrasada,el pasado se hace presente como si el tiempo no pasara tan rapido,el origen de tradiciones,costumbres que se diluyen pero encientran nuevas formas en tus escritos.
ResponderEliminarEduardo Galván, no he leído el libro pero gracias por la información. Lo he anotado el primero en la mi lista pendiente de leer.
ResponderEliminarBesos
Fonsado, yo pienso que es bueno saber de nuestro pasado. Es desconocimiento del mismo lleva a equivocarnos en nuestro actual vivir diario.
ResponderEliminarUn abrazo
América, me fascina (y creo que a tí también) rebuscar en el pasado. Es la mejor forma de aprender y de conocernos.
ResponderEliminarUn abrazo