(Eucaliptos a la orilla del Guadalvir - años 50)
A partir del primer cuarto del siglo XX, Sevilla, para no ser menos que las poblaciones costeras, también contó con “playas” propias.La Barqueta, en la Macarena, y Los Humeros, frente a la tapia de la calle Torneo, fueron zonas de baños infantiles, para los chiquillos de Triana, La Macarena, San Vicente y otros colindantes, y como no, la playa de María Trifulca, en la Punta del Verde, playa polémica por el elevado número de ahogados que se producían cada fin de semana dada su peligrosidad, pues además de la fuerza que llevaba la corriente por ser una parte de río abierto, también era uno de los lugares en los que los graveros y areneros dejaban grandes socavones en los que luego se formaban remolinos producidos por las corrientes, verdaderas trampas mortales para los bañistas, y también por otros motivos que serán contados en otra ocasión.
Parece ser que el nombre de esta playa se debe a que allá por los años veinte, vivió en las cercanas tierras del cortijo del Batán, una vieja mujer, de nombre María y de pasado oscuro e incierto y que hizo de su chozo de hortelana en un ventorrillo cerca del río. Se decía que había sido la madame de una casa de citas en la calle Montalbán. Sus apellidos eran desconocidos, y ella retraída y medio ermitaña, de carácter agrio y conflictivo, se ganó el apodo de “La Trifulca”.
Esta playa, estaba terminantemente prohibida para los más pequeños. Solamente se les permitía acceder a ella una vez hubieran aprendido a nadar en las aguas de las otras playas como la de Chapina, Los Humeros o La Barqueta que eran además las menos peligrosas.
Estaba situada en la zona conocida como Punta del Verde,en los cortes del antiguo cauce del río Guadaira (actual puente del v Centenario), que quedó divida en dos cuando se construyó la corta de Tablada, creándose así una doble playa o sea, con dos orillas, de unos doscientos metros en cada una de ellas.
La gente tenía acceso a ella principalmente por Heliópolis, pero también se llegaba a la zona de baños por el cortijo del Batán y las huertas colindantes.
(La playa de María Trifulca en los años 30)
Los domingos y festivos, ya desde muy temprano, comenzaba a llegar la gente a la playa, bien tomando el acceso desde Heliópolis o bien desde el Cortijo del Batán. Las familias casi al completo, con el consabido aprovisionamiento, los grupos de jóvenes, decididos a formar un buen jaleo y divertirse, y la chiquillería, a hurtadillas tras haber escapado de sus casas poniendo tal o cual excusa para salir. Cualquier cosa antes que confesar que marchaban a la playa de María Trifulca.(La playa de María Trifulca en los años 30)
Varias ventas había en la margen izquierda, además del embarcadero, y arriba de la amplia explanada de arena y barro, se extendía un bosque de eucalipto, lugar de descanso tras la comida para disfrutar de la consabida siesta.La orilla derecha era más amplia. En esta orilla se encontraba lo que llegó a ser el símbolo de la playa: dos enormes eucaliptos que se veían desde bastante lejos. Además contaba con dos improvisados trampolines desde los que los jóvenes se arrojaban al agua haciendo mil y una piruetas, y que no era más que dos embarcaderos, el de una empresa de desgüace de barcos y el de Mije.
(En los años 40)
En ambas orillas existían además distintas ventas, ventorrillos o chozos convertidos en ventorrillos.
Se podían contar las ventas de Concha, de Alonso, de La Cigüeña (ésta entre el bosque de eucaliptos), y los dos chozos convertidos en ventorrillos de La Francesca y La carbonera, en la margen izquierda, y ya en la margen derecha, estaba el ventorrillo de Pepe o del Batán, que luego sería Venta Antonio, donde se guisaban los domingos conejos y gallinas con arroz, y los ventorrillos de Pepa Linares y el del Pernales.
La “Tasca Manolo” no era sino un pequeño barco pesquero que había quedado encallado en el antiguo Cauce del Guadaira, y que fue convertido en bar. Allí no faltaba el vino ni la zarzaparrilla.Se podían contar las ventas de Concha, de Alonso, de La Cigüeña (ésta entre el bosque de eucaliptos), y los dos chozos convertidos en ventorrillos de La Francesca y La carbonera, en la margen izquierda, y ya en la margen derecha, estaba el ventorrillo de Pepe o del Batán, que luego sería Venta Antonio, donde se guisaban los domingos conejos y gallinas con arroz, y los ventorrillos de Pepa Linares y el del Pernales.
No se quedaban pues, los sevillanos, sin haberse dado un buen remojón los domingos, contando las historias de los ahogados, del misterioso pasado de María Trifulca, y del barquero Peana, que cobraba veinte céntimos en los años 20 por cruzar a los pasajeros desde la Barqueta a la playa.
Bibliografía:
*Sevilla en tiempos de María Trifulca - Nicolás Salas
*Hemeroteca ABC
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