El Rosario De Las Ánimas

jueves

(Imagen tomada de internet - Sin datos)

"¿Qué quejíos son esos que oigo?
las ánimas santas las oigo quejar:
No hay un alma que de mí se acuerde
ni los que heredaron todo mi caudal.
Las oigo decir:
No hay un alma que de mí se acuerde
ni los que heredaron todo mi caudal.

Vamos, vamos pidiendo limosnas
para dar sufragios a nuestra Hermandad.
Si sus almas están en el Purgatorio
pasen a la gloria para descansar.
En ese lugar las reciba la Virgen María
y allí a su lado descansen en paz."

(Coplas de la Hermandad de las Ánimas Benditas de Castilleja de la Cuesta extraídas del cancionero crítico editado por Salvador Naranjo González- Pola.)

Ya hemos visto en El Rosario de la Aurora, como el rosario es uno de los símbolos marianos más antiguos y arraigados entre los cristianos. El rosario en sí tiene una gran variedad de modalidades y costumbres en la forma de rezarlo. Una de ellas es El Rosario de las Ánimas.

En Sevilla y su provincia, El Rosario de las Ánimas es una tradición secular y expresiva de la Religiosidad Barroca.

Fue a finales del siglo XVII cuando comenzaron a desarrollarse, organizándose durante nueve días la llamada “Novena de las Ánimas”, que comenzaba la víspera del Día de los Difuntos, y que hacía estación en los retablos de ánimas, cruces o cementerios, y su rezo se acompañaba de coplas.
Por regla general el cortejo solía salir al toque de Oraciones (Prima), aunque también salían en las madrugadas, utilizando un Simpecado morado con un lienzo de dolor. El Rosario de los Humeros de Sevilla aún conserva el suyo, así como la Hermandad de Ánimas Benditas de Mairena del Alcor en la capilla del cementerio de la localidad.

(Copia de "El Monte de las Ánimas", de Gonzalo Bilbao . 1899 - La Ilustración Artística)

La primera hermandad que organizó la comitiva del Rosario de las Ánimas fue la Hermandad del Rosario de la Asunción de las Gradas, dependiente de la Sacramental del Sagrario de Sevilla. Se realizó el 2 de noviembre de 1712 en las dos modalidades, la de prima y la de madrugada.
Posteriormente se publicó un folleto invitando a todos los Rosarios de España a sumarse a esta práctica, llegando a gozar de gran predicación en todas las provincias.

"[...] Y combida a todos los Rosarios de toda España a que así lo executen, que no se puebla el Purgatorio sólo de los vecinos del Sagrario. ¡Qué feliz será el que en cada parte donde esté, se leyese, se encargase de ser el procurador y padrino de las Benditas Ánimas! ¡Qué de bienes temporales y espirituales puede prometerse! y lo que más es, el verse con ellas en la Gloria [...]
(Extracto del folleto que se publicó por el principal promotor de esta iniciativa, Francisco José Aldana y Tirado)

En sus principios, El Rosario de las Ánimas estableció que no hubiera música ni se recitara el Gloria. Ta sólo de permitía que fuera entonado el Réquien aternum por el coro de en medio, y que las limosnas recaudada en los Rosarios fueran empleadas en celebrar misas en sufragio de las ánimas.

 ("La noche de las ánimas" - Pintura de Poy para La Ilustración Artística - 1886)
 
Los cementerios de las parroquias eran los lugares obligados durante el mes de noviembre para la estación de estos rosarios, algunos con carácter general como el de San Sebastián o el Hospital del Amor de Dios, o el alto de los Humeros, todos en Sevilla. En ellos se encontraban enterrados miles de sevillanos, víctimas de la epidemia de peste ocurrida en 1649 y 1800. Las ceremonias que allí tenían lugar con los rosarios eran auténticas “fiestas de la muerte”, y en ellas se cantaban responsos y coplas sobre el tema de la muerte. 

Estos Rosarios de las Ánimas fueron muy importantes durante el siglo XVIII, comenzando su declinación en la segunda mitad del siglo XIX, cuando comenzaron a cesar en su expresión callejera y congregarse en el interior de las iglesias durante el mes de noviembre. Las coplas se seguían cantando.

 (Dibujo de El Rosario de José García Ramos, para el libro "La tierra de María Santísima", de Benito Mas y prat)

Las coplas

Las coplas de Ánimas son composiciones sencillas, con la métrica tradicional de siete versos, siendo el quinto más corto (aunque hay coplas de otras métricas irregulares), y que evocan la triste suerte de las ánimas que piden oraciones y limosnas para ayudarlas a purificarse de sus pecados allá en el Purgatorio. 

Algunas están en tercera persona, pero muchas otorgan la palabra a las propias ánimas que, en primera persona, se dirigen lastimosamente a los vecinos para solicitar su sufragio y también para advertirles de la fragilidad humana ante la muerte y del riesgo de condenación eterna si no procuran ya de vivos salvar su alma de las acechanzas del pecado. 

"Ya hermano ha llegado el tiempo
de que nuestras penas puedas mitigar,
si ayudáis con vuestros sufragios
a implorar la gracia de Su majestad.
Y el Señor dirá,
¡Padre mío, por estos devotos
ya nos vemos libres de tanto penar!"

(Coplas de la Hermandad de las Ánimas Benditas de Mairena del Alcor extraídas del cancionero crítico editado por Salvador Naranjo González- Pola.)

Especialmente emotivas son las que se dirigen a los familiares de los difuntos. Hay incluso una de El Viso que evoca a un niño recién fallecido.

"Aquí yace este niño y espera,
Bella aurora, de vuestra bondad,
que lo ponga con los serafines,
allá junto al trono de la Trinidad.
Ángeles, bajad
y alistad en tan noble bandera
a este niño bello que os va a acompañar."

(Copla de la Hermandad de las Ánimas Benditas de El Viso del Alcor extraídas del cancionero crítico editado por Salvador Naranjo González- Pola.)

No obstante, en Sevilla no se han conservado coplas que se cantaban en estos Rosarios, aunque sí en la provincia, tanto letra como tonada musical, lo que constituye un preciado tesoro que en gran parte permanece vivo y en otros casos la memoria popular todavía lo conserva.
Sin duda la serie más completa de Coplas son las que se conservan en la Hermandad de Ánimas Benditas de Mairena del Alcor.

La mayoría de estas composiciones parecen datar de la segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del XX, aunque algunas pueden remontarse a fechas anteriores, concretamente su época de apogeo: siglo XVIII y primera mitad del XIX, quizá no con la misma métrica, pero sí contenido. Es difícil encontrar la autoría de estas composiciones, aunque en muchas se observa la mano del clérigo, primordialmente regular: dominico, capuchino, jesuita… en el fondo doctrinal que encierra la simplicidad y brevedad de los versos, pero también en esa connotación sentimental tan generalizada en las Misiones y que tan bien conectaba con el pueblo.

("Conmemoracion de los fieles difuntos" composicion alegoria de Daniel Perea -30-10-1877 para  La Ilustracion Española y Americana)

Las Coplas de Ánimas, la mayoría concebidas para cantarlas por las calles en noviembre durante el Rosario de la Aurora, son vivos y expresivos exponentes de una religiosidad popular, que es vivencia trascendente e inmanente de una actitud ante la vida y la muerte y recuerdo emotivo de los difuntos, que, gracias al Rosario, se hacen de alguna manera presente en una dimensión viva y espiritual con los vivos.

 ("Las Ánimas Benditas" - cuadro de Alonso Cano - Museo de Bellas Artes - Sevilla)
 
Estos Rosarios de Ánimas y sus coplas eran organizados fundamentalmente por hermandades y congregaciones rosarianas o de ánimas. 
Hoy en día permanecen plenamente vigentes en Écija, en Castilleja de la Cuesta, por los campanilleros de la Hermandad de la Soledad y en Mairena del Alcor por la de las Ánimas Benditas. 

"Y mirando a una tumba abierta
vi que estaba el cuerpo. El alma ¿dónde está?
De repente escuché en mis oídos
lamentos y quejas, llantos y penas.
Era el alma de aquel triste cuerpo.
Leyéndole estaban sentencia final."

(Copla de la Hermandad de las Ánimas Benditas de Mairena del Alcor)


Texto de Carlos José Romero Mensaque
(Publicado en Actas de la II Jornadas de Historia sobre la provincia de Sevilla, Aznalcázar- Villamanrique, Asociación provincial sevillana de cronistas e investigadores locales, 2005, págs 347- 355.)



Fuente de datos:
Los Rosarios de las Ánimas en Sevilla y su provincia

La Muerte

domingo

“Si se posa un mochuelo en el tejado de una casa, habitada por un enfermo, éste muere pronto.”

“Cuando un enfermo que esté grave dice que quiere vestirse es señal de muerte segura.”

“Es señal de muerte de un enfermo, el que vuelva la cara a la pared, o empiece a arreglar el embozo de la cama donde está acostado.”

“Cuando un perro aúlla cerca del lugar donde se encuentra un enfermo, anuncia su muerte, y si escarba en un sitio, durante tres días, es señal de que preparan la sepultura al enfermo.”

 ("La Barca de Caronte - José Benlliure Gil - 1919 - Museo de Bellas Artes de Valencia)

Estas, y otras supersticiones similares eran la comidilla de los vecinos cuando alguien enfermaba.
Por todos los medios se trataba de recuperar al enfermo mediante caldos milagrosos, ungüentos, oraciones, rosarios y sufragios si éstos se los podían permitir. Pero como todos tenemos un fin en esta vida, no siempre se lograba recuperar al moribundo.

Ocurrida la muerte, que es cuando decían los vecinos que al enfermo “se le enfriaron los pies o el cielo de la boca”, se procedía a amortajar el cadáver: operación que realizaban exclusivamente los parientes más cercanos.
La mortaja consistía en colocar el cadáver las mejores prendas del vestido que usó en vida, cuidándose mucho que el vestido fuera de color negro.

Si del cadáver de un niño se trataba, se le vestía de blanco y se le adornaba con flores y cintas azules.
En algunos pueblos, la muerte de un niño era, más que ocasión de duelo, motivo para fiesta. Los mismos padres, que lloraban inconsolables la pérdida del hijo de sus entrañas, la solemnizaban devorando sus lágrimas.

 ("Entierro Infantil" - Grabado inglés - Rico -1860 - El Museo Universal)
“Angelitos al cielo”, decía el pueblo andaluz, amparándose de sus creencias religiosas cuando muere un infante. Cuando moría un niño las campanas repicaban a gloria.

 ("El Velatorio" - José López Mezquita, 1910 - Exposición Nacional de Madrid)

En la comunidad gitana, el velatorio de un niño iba acompañado de amigos y familiares que cantaban y bailaban, según era su costumbre. Se hacía así en sus tradiciones porque lo entendían como la celebración del regreso al cielo del alma de un ángel. 

 ("Entierro de un Párvulo" - 1877 - La Ilustración Española y Americana)

Si era de una doncella, se vestía también con traje blanco, ciñendo a su cabello una corona de rosas blancas o de azahar, que sujetaba un velo que le llegaba hasta los pies.
En algunos pueblos de Andalucía se acostumbraba a poner sobre el cadáver de la virgen una palma, pues la corona y la palma eran el símbolo de la virginidad y las doncellas muertas eran enterradas como vestidas como para sus bodas.

Amortajado el cadáver, era conducido a la habitación, donde quedaba expuesto durante algunas horas. El fúnebre adorno de la habitación estaba en armonía con los medios de fortuna de la familia del muerto.

 (" Muerte en la habitacion - Edvard Munch, 1895 - Galeria Nacional de Oslo (Noruega) 

Era costumbre tapar la cara del cadáver con un pañuelo y cruzarle las manos sobre el pecho. También se les solía atar las manos con una cinta negra que sujetaba entre dos dedos una cruz.
El pueblo solía tener miedo a los muertos, pero esto no impedía que se velara el cadáver de la persona querida.
A la noche del día de la defunción se la llamaba la noche del velatorio o velorio (de velar), y cuando la muerte había ocurrido en el corral o casa de vecinos, todos se prestaban de muy buen grado a acompañar a la familia del difunto, la cual, no viviendo más que en una sala, en ella tenían a sus muertos hasta el instante de llevarlos a enterrar.

("Camino del Cementerio" -  Haztel y Meuter -Postal Costumbrista)

 El entierro, o sea, la conducción del cadáver a su última morada, cementerio, camposanto, y tierra de la verdad, que con todos estos nombres era designado el lugar en que se sepultaba a los muertos, se verificaba en las primeras horas de la mañana o después de las tres de la tarde.

 ("Cementerio" - Dibujo de 1913)

El cadáver, encerrado en el ataúd, al que el pueblo llamaba, habida consideración a su forma, guitarra o violín, era conducido a hombros desde la casa mortuoria hasta la salida de la ciudad, y allí es depositado en el carro de los muertos, si el cementerio estaba distante. Precedían al cadáver la cruz parroquial y el clero cuando la familia del difunto lo pagaba. Detrás de la caja, nombre que también daba al ataúd, iban los amigos del muerto, que para ello habían sido invitados, y por último, sus parientes más cercanos con exclusión de padres e hijos, a los cuales llamaban los dolientes, y constituían el duelo, que recibía y despedía a los concurrentes al entierro.

 ("En el Cementerio" - Grabado de 1880 - La Ilustración Española y Americana)

El duelo recibía de ordinario en la casa del muerto o en la iglesia, y despedía generalmente en el cementerio.
En Andalucía se denominaba “dar la cabezada” a presentarse a los dolientes los hombres que habían sido invitados para el entierro y hacer varias reverencias a manera de cortesías diciendo al mismo tiempo estas o parecidas frases: “En paz descanse”, “Santa gloria haya”, o “Dios lo tenga en su Gloria”. Y a los parientes, “acompaño a ustedes en el sentimiento”.
Todos los asistentes en el entierro vestían de negro, y en los pueblos era de rigor que los hombres llevasen capas, que era la prenda de lujo del pobre.Las mujeres no iban a los entierros, quedándose en la casa con la familia.

 ("Cementerio" - Grabado 1874 - La Ilustración Española y Americana)

En algunos pueblos de otras regiones de España, existía la costumbre pagana de que algunas mujeres (lloronas) fueran en los entierros derramando lágrimas que pagaba familia del muerto.
Ya en el cementerio el sacerdote rezaba un responso y se procedía a dar sepultura al cadáver.
El cadáver del pobre era enterrado en una parte del cementerio, a que el pueblo andaluz llamaba la tertulia, la olla, o nicho.
La fosa común, y por este nombre era conocido generalmente el enterramiento de los pobres, sólo se encontraba en los cementerios de las ciudades más populosas.

Cuando el finado era de extrema pobreza, o pertenecía a la más ínfima clase social, como mendigos o pordioseros, ahogados o ajusticiados, que morían en plena calle, ya fuese de muerte natural o accidental, en condiciones miserables y carecían de los medios para sufragar los gastos que el entierro tenía, se les daba un "Entierro de Limosna". En estos casos, los capellanes de las cofradías que se dedicaban a estos menesteres, paseaban el cadáver por la ciudad en demanda de limosna. Dado que a veces tardaban varios días en ser enterrados, y tenía lugar  su corrupción, en 1682 se ordenó que se llevasen los cuerpos directamente a la iglesia y se depositasen en la puerta principal. Allí se pedían las limosnas que luego se transformaban en misas y sufragios por el alma del difunto, que era llevado en un mísero carro al cementerio, e inevitablemente  en la fosa común.

 ("Un Entierro de Limosna" - Laplante - 1862 - Le Tour Le Monde)
En los pueblos de pocos vecinos el pobre era enterrado en cualquier parte del camposanto. Toda la operación del enterramiento consistía en dar cuatro golpes de azada en la tierra, hasta abrir un hoyo, meter en él el cadáver, de pie o de cabeza, desnudo o liado en una sábana, echar algunas paladas de tierra sobre el muerto, que allí se queda “in eternum”, y, cuando más cuidar de que no pudiera saciarse en él la voracidad de los animales que se alimentaban de carne muerta, y no dar pretexto a que el pueblo cantara coplas como éstas:

“La vi enterraíta
Con la mano fuera, que como era tan desgrasiaíta
Le fartó la tierra.”

 ("El último adios" - Castechuelo - 1886 - La Ilustración Ibérica)

Conservaban los parientes del difunto, como recuerdo de éste, cabellos, pedazos de la mortaja, y sobre todo, la llave de la caja que encierra el cadáver.
El triste caso de una defunción se anunciaba cerrando media puerta de la casa y alzando los rodapiés de los balcones.
En algunos pueblos y ciudades de Andalucía el rodapié permanecía alzado durante un año, pero lo corriente es que a los nueve días volviera a ocupar su acostumbrada posición y que la puerta de la calle se abriera en el mismo día de par en par.
Durante los nueve días siguientes a la defunción, que era los días de duelo, visitaban la casa mortuoria los amigos y parientes del difunto, reuniéndose en una habitación los hombres y las mujeres en otra. Al cumplirse el mes del día de la defunción, al cabo del año, se repetían las visitas con idéntico propósito.

Los parientes vestían de luto, que es vestir de negro, durante más o menos tiempo, según el grado de parentesco que con el muerto les ligó.
El luto es riguroso o medio luto; el primero no permite el uso de prenda que no sea de color negro; el segundo, llamado también alivio de luto, consistía en ropas en que lo blanco alternaba con lo negro. El alivio de luto duraba la mitad del tiempo del riguroso, y la mayor duración de éste era un año.

El pueblo andaluz, que empleaba en sus conversaciones innumerables modismos, que son otras tantas imágenes vivísimas, producto de su rica y lozana fantasía con ocasión de la muerte, el acto más trascendental de la vida, los derramaba a manos llenas.

Para expresar que una persona se ha muerto se decía:
“Está con Dios.”
“Ya está comiendo tierra.”
“Está en la tierra de la verdad.”
“Se le enfrió el cielo de la boca.”
“Ya le ha visto las barbas al Padre Eterno.”
“Está descansando.”
“Por allá nos espere muchos años.”

De los niños muertos se decía:
“Angelitos al cielo.”

Del padre de familia que sólo contaba con el producto de su trabajo para atender a sus necesidades y dejaba a aquella en desamparo aseguraba que:
“Se llevó la llave de la despensa.”
De los hijos que pierden a sus padres y son extremadamente pobre se dice:
“Se quedaron a la clemencia de Dios.”
“No tienen más que el día y la noche.”
“Se quedaron con lo puesto.”
Si hay herencia se entiende que:
“Los duelos con pan son menos”.

Y se creía que el viudo se consolaba pronto:
“Dolor de esposa muerta dura hasta la puerta.”

Por último, filósofo rancio y sabiendo de corrido la gramática parda:
“El muerto al hoyo y el vivo al bollo.”

Fuente de datos: 
*“Costumbres populares Andaluzas” – Luis Montoto.
*La Ilustración Española y Americana
Imágenes:
*Hemeroteca Virtual de la Biblioteca Nacional
*La Ilustración Española y Americana
*La Ilustgración Artística
*La Ilustración Ibérica
*Le Tour Le Monde
*El Museo Universal 
*Ciudad de la Pintura

El Rosario De La Aurora

jueves

("El Rosario de la Aurora" - José García Ramos) 
"Los orígenes del Rosario en Sevilla hay que vincularlos en principio a los conventos de la Orden de Predicadores (dominicos) donde desde 1479 se instituyen formalmente las denominadas Cofradías del Rosario, corporaciones dependientes de la Orden dedicadas al ejercicio de esta oración y culto a la Virgen, establecidas en las iglesias de los cenobios dominicanos o bien, en la parroquia mayor de cada ciudad o pueblo e incluso templos pertenecientes a otras congregaciones religiosas, siempre con licencia expresa de la jerarquía de la Orden de Predicadores. En este año, el Papa Sixto IV confirmó las constituciones de la primera Cofradía de la que se tiene noticia, que es la de Colonia. , aunque normalmente se remonta su origen a 1470 en que el carismático dominico Alain de la Roche fundó una por iniciativa propia en Douai. Existe, al parecer, junto a esta corriente extranjera, otra propiamente española coetánea protagonizada por el padre Juan Agustín. Todo parece indicar que en el real convento de San Pablo se funda una de estas cofradías en fecha muy temprana, 1481, siendo Prior Fray Alonso de Ojeda, aunque la documentación propia más antigua que se conserva es de finales del siglo XVI"  (Historia de la Devoción - El Rosario en Sevilla)
 
A comienzos del siglo XVII el rosario pasa a formar parte importante en los rezos de la vida cotidiana del católico. Se solía rezar generalmente por las tardes, reuniéndose los parroquianos en la casa de alguno de ellos donde realizaban el rezo, desgranando los misterios entre Padres Nuestros y Ave Marías, precedidas por la Letanía.
Según nos cuenta Benito Mas y Prat, "El Rosario de la Aurora comienza en los tiempos de Carlos II, se desarrolla en los de Felipe V, pasa inadvertido en los de Carlos III y llega a su apogeo en los de Carlos V. Las intrigas de Godoy, las filigranas de Jovellanos, los caprichos de Goya y los sainetes de Ramón de la Cruz, son su natural adorno y complemento.”

Y entre los Rosarios de la Aurora que se celebraban en casi todas las ciudades importantes de España, desde el siglo XVIII, era popular el de Sevilla, cuya institución quedó consignada en el muro de la capilla de Gradas, en la Catedral, con la siguiente leyenda: “ Para Maior Honra y Gloria de Dios nuestro Señor é de María Santísima de la Antigua, dieron principio a salir en público los dos Rosarios, el de la prima noche y el de Madrugada (de la Aurora), en el año 1690; el de primera noche en 27 de Agosto; el de Madrugada a 7 de Diciembre, siendo los fundores d. Bernardo Liberal, D. Sebastián Santa María y D.Manuel Liberal…”
("Organización del Rosario de la Aurora" - José Rico Cejudo - Propiedad del Ayuntamiento de Sevilla)

Se organizó el Rosario en ese mismo sitio, esto es, en las cercanías del muro exterior de la capilla, dividiéndose los devotos en dos filas compactas, abriendo la marcha las farolas de mano y siguiendo inmediatamente las de asta y las farolas luceros: a la cabeza se erguía la Cruz de concha y plata, regalo de la hermandad en 1338, del prelado hispalense D. Luis de Salcedo y Azcona; solían marchar a la descubierta los campanilleros y los demandantes del Pecado mortal; cerraba, en fin, el largo cortejo un estandarte con la imagen de la Virgen María, rodeado de un bosque de farolas colosales.
Estos cortejos callejeros hacían procesión por las calles, alternando los rezos con cantos y coplas que realizaban los devotos, entonandose el Ave María a dos voces, e interpretando un coro cada misterio con sevillanas de letras alusivas al tema.

Hombres y mujeres salían de sus casas a la llamada de los conocidos como “Auroros”, una cuadrilla de hombres devotos que iban de calle en calle, de casa en casa, invitando a los vecinos a abandonar el lecho e incorporarse a la procesión. Comenzaban estas llamadas sobre la media noche, con cánticos y campanas.

Los cortejos crearon un tipo de coplas muy características, acompañados del sonido de una esquila que creaba el compás. Tras éste, el coro creaba los estribillos. 

"El demonio te dice al oído:
Deja hoy el Rosario, que mañana irás.
No te engañes, levántate aprisa,
que acaso mañana la muerte vendrá.
Feliz vivirás;
si el Rosario no dejas un día
la Virgen María tu amparo será"

"Al Rosario de la Aurora llaman;
dices que estás malo y no quieres ir.
Pues si fuera para divertirte,
ya te levantaras, cristiano ruin!
Mira más por ti
porque pronto llegará la muerte
y duro juicio tendrás que sufrir"

"Hay algunos que en una comedia
pasan media noche, perdiendo el dormir
y al Rosario de esta gran Señora
tienen tal pereza y no quieren ir.
iCuanto han de sufrir!
Que en llegando aquel último instante,
¿a qué comediante podrán acudir?".

 (Coplas para cantar los Despertadores de las mañanas para rezar El Rosario de la Aurora - Siglo XVIII)

Acabar como el Rosario de la Aurora.
En una de estas procesiones del Rosario de la Aurora, llegó a producirse un hecho que haría inmortal la frase “Acabar como el Rosario de la Aurora”. Aunque existen varias versiones de este mismo hecho, todas tienen el mismo denominador común: la trifulca que se armó entre dos grupos de congregaciones, según una de las versiones, o por procesionantes y camorrista según la otra, llegándose incluso a la prohibición de las procesiones:

("El Rosario de la Aurora" - Grabado de José García Ramos para La Ilustración Española y Americana - 1894)

Una de las versiones
Dos congragaciones se encontraron por casualidad en las calles de Sevilla: la de Nuestra Señora de la Antigua y la de Santo Domingo, o San Andrés, o San Nicolás de Bari: cada congregación se abrogaba el derecho de que la otra retrocediera o se replegara, dejándole el paso libre: “chocaban al cabo cuerpos contra cuerpos y faroles contra faroles; encontrábanse desesperadamente las campanillas y los piporros; saltaban los vidrios, apagábanse las hachas de cera, plegábanse los pendones, y se dejaban oir fuera de tono voces de tiples y de sochantres…Alguien solía cantar el treto siguiente:

“El demonio como es tan travieso,
Me tiró una piedra y se rompió un farol,
Y salieron los frailes franciscanos
Y lo apelotaron en el callejón".


Otra versión
(En 1840 se producen graves desórdenes en el Rosario del convento de San Jacinto, debido a que se cruzan con la procesión bandas de camorristas (propias de la noche), formándose una pelea entre ambos, y el propio Ayuntamiento solicita a la Mitra la prohibición inmediata de todos los Rosarios que salen en Triana por los incidentes que preocupaban, entre ellos, el uso amenazante de navajas, peleas continuas o expresiones deshonestas expresadas en alta voz, con la particularidad complementaria de la presencia frecuente de jóvenes de corta edad, a los que se convencía llevasen las insignias. La Hermandad asume los hechos, pero hace firme prometimiento de no reincidir, afirmando que ha renovado totalmente su junta de gobierno, depurando antiguas responsabilidades y asegurando el orden de los rosarios que a partir de ahora salgan. El Arzobispado, tras nueva insistencia del municipio, ordena la supresión del Rosario.) (Historia de la Devoción-El Rosario en Sevilla) 
Existen también en otros puntos de Andalucía, especialmente en la povincia de Cádiz, versiones similares de este mismo hecho, lo que da pie a pensar que tal vez fuera frecuente este tipo de incidentes en cualquier lugar, o que tal vez tan solo sea leyenda popular.
En la ciudad de Sevilla se ha perdido en gran medida la memoria de las coplas que se cantaban, no ocurriendo lo mismo con otras localidades de la provincia.

Las cuentas del Rosario
Son escaleras
Para subir al cielo
Las almas buenas.
Viva María
Viva el Rosario
Viva Santo Domingo
Que lo ha fundado.

En la actualidad, los Rosarios públicos se circunscriben a las mañanas de las vísperas de las fiestas principales de hermandades, haciendo estación a alguna iglesia de la feligresía, siendo corriente ser acompañados por la imagen titular, y durante algunos días del mes de Octubre.

Fuentes de Datos:
* El Rosario de la Aurora en Sevilla
* Hemeroteca Virtual de la Biblioteca Nacional
* La Ilustración Española y Americana
Imágenes:
*Internet
*La Ilustración Española y Americana


Feria De San Miguel

domingo

A mediados del siglo XIII, el Rey Alfonso X el Sabio constituye en Sevilla dos ferias ganaderas al año, en los meses de Abril y Septiembre con una duración cada una de ellas de 30 días.
A la celebrada en el mes de Septiembre se le denominó Feria de San Miguel, por coincidir con la fecha de la celebración del día del arcángel.
 ("Algabeñas camino de sevilla" - Dibujo de José García Ramos" - La Ilustracion Artiítica  -15 marzo 1897)

A ella acudían las gentes de diversas ciudades para comercializar sus mercancías ganaderas y artesanas, y para admirar la belleza de aquella tierra sin par, su cielo azul purísimo, su aire embalsamado por los aromas de jazmines y azahares y de su alegría que en todas partes figura. 

 (Feria de ganado 1892)
(1915)
 (Caballistas - 1915)

Pastores, ganaderos, y tratantes hacían un alto para preparar el almuerzo que preparaban en camaradería.

 (Pastores preparando el guiso - 1915)
 
En el real de la feria reinaban las tiendas entoldadas, los toreros y las gitanas, que se unían en la algarabía de los bailes clásicos en las casetas y el gran bullicio de la muchedumbre por los hermosos paseos, como un mar noblemente agitado, en las mañanas y las tardes de principios de otoño. En suma, todos los elementos que hacían de esta feria de San Miguel un espectáculo hermoso en todos los conceptos.

 (Feria de 1915 - Dibujo de Mariano Pedrero)
(1915) 
 (A las puertas de las casetas - 1915)
Y como base firme de esta alegría, aparece en el célebre Prado de San Sebastián el tesoro de los feroces campos, las piaras de ganados espléndidos, que han llegado por los polvorientos caminos a la feria sevillana, como un mensaje de la naturaleza.

La calle de San Fernando era un continuo ir y venir bullicioso de feriantes que buscaban realizar sus tratos en los puestos de mercaderías expuestos en los zaguanes de las casas. 

(Calle de San Fernando - 1915)
 
En las noches se arremolinaban manojillos de gitanas en las casetas y al rasgueo de la guitarra se entonaban cantes y bailes, alegres y llenos de colorido, para terminar, ya llegando la aurora, con esos otros cantes que salen del alma y cantan las penas del amor.

 ("Gypsy Musicians of Spain" - Pintura John Phillip - 1857)

"Ya se escuchan los sones de la guitarra,
Pero de pronto la copla suena
Cuán amargo es su acento, cuanta su pena:

Mira tú si te querré
Me arrancaste el corazón
Y en vez de llorar canté.”

Sigue el rasgueo,
Siguen los palillos y el tintineo,
Del baile las revueltas y contorsiones
Y de la nueva copla se oyen los sones:

“Tienen tus ojos más brillo
Que los de la Inmaculada
De los cuadros de Murillo.”"

(Enrique Alvear y Sánchez Guerra – 1914)


Actualmente la Feria de San Miguel se celebra la última semana del mes de Septiembre.




Fuentes de Datos:
*Hemeroteca Virtual de la Biblioteca Nacional
*Publicación “Bética”, abril 1914
Imágenes:
*Bética, 1914
*La Ilustración Española - años 1897 y 1915)

Barcos De Ruedas De Sevilla A Sanlúcar

lunes

El Guadalquivir tuvo hasta casi la mitad del siglo XX, un gran protagonismo mercantil, como cauce utilizado para las comunicaciones fluviales de pasajeros y mercancías entre las diversas localidades de la rivera, tomando como base de partida y llegada el muelle de Sevilla y también el puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Fue coronando la primera mitad del siglo XIX, cuando se formaron los primeros veraneos de los sevillanos modestos en el mar. El destino era Sanlúcar de Barrameda, y el trayecto lo hacían, generalmente ,en los atrayentes barcos de ruedas, que en su día, navegaron por el Guadalquivir.

En 1870 había navieros, cono Nieto García, que ofrecían servicios casi a diario en el invierno, entre Sevilla y Sanlúcar. El vapor Victoria era uno de los más solicitados. 

 (Cartel publicitario linea de vapores)

También se ofrecían servicios de ida y vuelta durante los meses de verano, con servicios especiales los sábados y domingos, conocidos como “viajes redondo”, con un solo billete. Este servicio era el preferido por los veraneantes modestos sevillanos, que así podían abandonar la ciudad durante el caluroso verano y bañarse en las playas de Bajo Guía y Sanlúcar de Barrameda.

 ("Sin Título" - Acuarela y guanche sobre cartón - 1942 - Rafael de Penagos)

En los años 1885-1900, viajaban entre Sevilla y Sanlúcar los vapores San Telmo y Victoria, y entre finales del XIX y primeros lustros del XX, los vapores Margarita, Bajo de Guía, Sanlúcar, Triana y Guadalquivir hicieron la línea San Juan de Aznalfarache, Gelves, Huertas del Copero, Coria del Río y Puebla del Río. Casi todos estos vapores hicieron los servicios de veraneantes de fines de semana desde Sevilla a Bajo Guía, en Sanlúcar.
 (Vapor San Telmo)
(Vapor Triana)

Todo esto para los sevillanos fue una época irrepetible. Los vapores partían en la estación fluvial del Altozano, desde el puente de madera que estaba junto al de Triana, en la acera de la calle Betis.

 (Vapor Sanlúcar bajo el Puente de Triana)
 (Estación Fluvial)


Desde varios días antes de la partida, los viajeros se afanaban en preparar los enseres y viandas que viajarían con ellos y de las que disfrutarían una vez junto al mar. Se compraban sandías y melones que cargaban en cestas de esparto, verduras frescas para preparar el apetitoso “aliño”, y aquellos a los que su bolsillo se lo permitía, los “bictés empanaos”.
La chiquillería alborotaba nerviosa alrededor de los mayores empaquetando la pelota y el cordel de saltar a la comba, y la noche antes mal dormían soñando con los saltos entre las olas y la ilusión de volar un pandero (cometa).
 Los días de salida, todo era puro bullicio cual la más de las importantes fiestas, tal era como vivían los sevillanos estas salidas. Se echaba a cuesta colchones, enseres, sin olvidar esas cestas de alimentos para degustar a la orilla del mar, en plena playa sanluqueña. 
(Playa de Sanlúcar de Barrameda)

Sentados los más jóvenes en la dorada arena, y los no tanto en los veladores de los chiringuitos playeros, disfrutaban de la brisa marina y del olor a salitre a la par que llamaban al vendedor heladero que pregonaba “¡Al rico helado mantecado!”, tan exquisitos de la zona, o al vendedor de camarones y cangrejos.

 (Casetas para cambiarse y Chalets sanluqueños para los más pudientes)
(Chiringuito en Sanlúcar)

El domingo por la tarde se preparaban para la vuelta, y regresaban con el alma henchida y el cuerpo quemado por los rayos del sol. A cambio habían conseguido salir de Sevilla en los meses de Julio y Agosto, bañarse en las aguas del estuario del Guadalquivir, vivir las mañanas playeras y noches sanluqueñas, y mirarse en los bosques del Coto de Doñana. 

Demasiados lujos para aquellos modestos sevillanos que pudieron permitírselo gracias a los servicios navieros que se implantaron en la zona.

Imágenes:
* Sevilla, Imágenes de un Siglo

Freidurías, Noches De "Pescaíto"

sábado

 (Freiduría del Arenal en las mañanas, cuando se vendía el pescado fresco - Imagen años 40-50)
Como ya se apuntó en “A las puertas de corrales y casas”, el salir al llegar la noche a las puertas de los corrales y de las casas era algo casi obligado en los calurosos veranos sevillanos. Las cenas en los patios de corral, o en los kioscos de la Alameda de Hércules eran un rito, y el pescado frito y el gazpacho, la cena popular de verano hasta ya avanzados los años cincuenta del pasado siglo XX.
Por regla general las pescaderías eran mixtas: vendían pescado fresco por la mañana y frito por las noches. La del Arenal fue la máxima referencia de su barrio y una de las más conocidas en Sevilla, pero también hubo otras muy populares que se hacían dura competencia entre ellas, como La Coruñesa en la Plaza de La Campana; las de Las Gallegas y la de Antonio en la calle Lumbreras; que además freía “Soldaditos de Pavía”, o la Isla en la calle García de Vinuesa.

 (Freiduría "El Arenal")
El pescado frito fue uno de los elementos básicos de la vida veraniega de los sevillanos. Al comenzar la tarde, cuando aún las horas eran terriblemente calurosas, el pescadero daba los últimos toques al mostrador de mármol de la pescadería en donde había vendido el pescado fresco por la mañana, y lo preparaba para la venta de pescado frito en la noche. Enormes peroles repletos de aceite sobre negras hornillas, hacían doblemente calurosa a la estancia y esperaban pacientes a los clientes que poco a poco iban llenando el local.

 (Pepe atentiendo a la clientela en la freiduría  "El Arenal")

Entrar en la freiduría era darse de cara con un aire caliente impregnado del olor a aceite caliente y harina y pescado frito. El humo salía a bocanada de los peroles a bocanadas y se prendía en la ropa y el pelo de los clientes. El estómago de los mismos, sin embargo, se removía ante el ansia de imaginarse deleitando tales sabores.
Las mujeres se echaban aire con el abanico, los hombres con la gorra o mascota, y los chiquillos, a los que habían enviado sus madres a realizar la compra daban golpes con la moneda sobre el mostrador para llamar la atención del pescadero, como insinuándoles que ya le tocaba que lo despacharan.

Los pescados que más se vendían eran las rodajas de merluza y de pescada cortadas muy finas, las pescadillas medianas, enroscadas mordiéndose la cola, los boquerones, los chocos y calamares, el cazón en adobo, los salmonetes, las acedías, el pez espada, y sobre todo las migajas fritas, recortes diminutos de pescado que para aprovecharlo los freían y los vendían a menor precio. Las migajas eran adquiridas por los clientes más pobres.
El pescado lo entregaban en un cartucho de papel de estraza.

Enrique "el de los Pavías" era muy solicitado porque en su freiduría se elaboraban las exquisitas "Pavías", merluza rebozada en una deliciosa masa.

 (Enrique el de los Pavías)

Y allá que iban saliendo los sevillanos de la freiduría con su cartucho de pescado frito con harina de garbanzo y trigo, quemándose las manos por lo que el papel mantenía el calor, y se dirigían a sus patios o puertas, o el que bien podía, a algún velador de algún kiosco de la Alameda, para comérselo con pan de Alcalá, un plato de tomate cortado a rodajas con sal y un buen jarrillo de lata de gazpacho fresquito.

De postre la sandía o el melón enfriados en el fondo del pozo o del pilón.

Imágenes:
* Emeroteca ABC
* "Sevilla Imágenes de un Siglo"

Trifulcas En La Playa De María Trifulca

miércoles

Playa de María Trifulca años 1950-1951

Contrariamente a las varias zonas de baño reglamentadas que había en Sevilla, en algunos puntos del río Guadalquivir, como la que había junto al puente de Triana, que contaba con cajones de seguridad, o la de Sevilla, había otras furtivas, situadas entre Los Humeros y La Barqueta, que se formaron a finales de los años veinte en los cortes del cauce del río Guadaira.
Era una zona aldeaña al gran cortijo del Batán, denominado la Punta del Verde, donde también se encontraba el cortijo del Tilde y algunas huertas, como la del Portugués, del Mayoral, De Punta, Plata Chica, Plata Grande y Nueva.


Ya en plena guerra civil, mediados los años treinta, aquella doble playa comenzó a llamarse Playa de María Trifulca, y no solamente porque se contaba que por allí habitaba en un chozo, una antigua madame de alguna casa de citas de la Alameda, sino también por los frecuentes altercados que allí se producían.
Esta llamada playa de María Trifulca estaba abierta los domingos a todos los muchachos, bien de la ciudad o bien de los pueblos limítrofes, pero entre semana, era playa propia de todo tipo de personajes que buscaban satisfacer sus deseos sexuales, entonces prohibidos y perseguidos, y cualquier otro tipo de vicio.
También allí se daban cita alguna que otra prostituta de baja ralea, que por un módico precio, iniciaban a los chiquillos en las artes amatorias.

María “La Trifulca”, tenía también en su chozo-ventorrillo como clientes, además de los pescadores y cazadores dominicales, prostitutas y homosexuales que eran los asiduos entresemana, y que ejercían su oficio en el muelle de la Paja. Allí las mujeres esperaban a los marineros que atracaban sus barcos en el muelle de las Delicias y la corta de Tablada, a los que además de ofrecerles sus servicios sexuales, se prestaban a lavar la ropa de los embarcados.
Del chozo-ventorrillo eran asiduas varias prostitutas de sobra conocidas, como “La Rebeca”, madre de un homosexual; “La Marinera”, “Lola Flore”, “La Gloria”, “La Inés” “La Andaluza”… y otras menos conocidas que retozaban por allí de tanto en tanto,
De todas ellas, “La Andaluza” y “La Marinera” eran las más populares y las que más buscadas por los marineros, que llegaban a hacer turnos de espera para gozar de sus servicios.
Estas mujeres se buscaban la vida como buenamente podían, bien esperando durante la noche que llegaran los clientes, o bien yendo a buscarlos ellas mismas al tinglado portuario número diez, el último de la corta de Tablada. 
 Playa de María Trifulca años 1950-1951

Comenzaban a andar por las orillas atravesando el puente de Alfonso XII hasta llegar al muelle número diez. Allí tomaban contacto con los marineros y regresaban con ellos hasta el muelle Paja cargando los cacos de la ropa sucia de ellos, y que ellas lavaban.
Otras más jóvenes llegaban andando hasta la esclusa. Allí se subían a los muros cercanos al dique para saltar a los barcos, preferentemente los norteamericanos, dado que allí abundaba la comida, y reunirse así con los marineros que ya conocían.
Los lugares en donde vivían las prostitutas de la playa de María “La Trifulca” eran totalmente precarios: lo mismo vivían en el mismo muelle de la Paja, en chozos rodeados de grandes eucaliptos, o míseros huecos hechos en los bloques de paja, que lo mismo le servían para guarecerse que para retozar con los hombres con los que se acostaban.

Tampoco faltaban en la playa de María “La Trifulca” los barqueros, personajes indispensables para trasladar a las personas entre ambas orillas. Habituales eran los ya veteranos Antoñito, que era natural de Gelves, y Antonio Lara Abad, indispensables en la Punta del Verde. Posteriormente, y coronando la mitad de la década de los cuarenta, se agregó Joaquín Mije, que se asoció con Alonso el Ventero, y explotaban el negocio entre ambos.
Con barcas pequeñas, con una cabida para cuatro o cinco personas, cuyo precio por el trabajo de trasladarla era de dos reales por persona.
Las corrientes de río eran primordiales pare realizar estos traslados, pues era aprovechada el sentido de las mismas para atravesar su cauce: en bajamar realizaban un amplio círculo hacia el Norte, en dirección a Sevilla, dejándose llevar lentamente por la fuerza del agua, hasta llegar al embarcadero de la otra orilla.
En caso de que fuera pleamar, las maniobras se hacían en sentido contrario al anterior, es decir, hacia el Sur, dirección a la desembocadura.
Otra de las actividades que clandestinamente realizaban los barqueros durante los “años del hambre”, era la de transformarse en transportadores nocturnos de mercancías de estraperlo, mercancía que era recogida en los pueblos rivereños y llevada hasta las zonas traseras del Barranco del pescado y hasta las orillas de la vega de Triana.

Ni que decir tiene que esta playa estaba totalmente vetada por sus progenitores a los adolescentes y los más jóvenes, por ser considerada como amoral y cuna del antro, dados los numerosos escándalo morales que allí se protagonizaban. Ningún joven decente podía poner los pies allí bajo el peligro de pecar gravemente contra el sexto mandamiento, siendo incluso un tabú pronunciar su nombre en los hogares.
Sin embargo no por ello renunciaban a visitarla. Una vez entrada la edad juvenil, era condición indispensable sumarse al grupo de los que ya se habían estrenado en ella.
La experiencia inolvidable los hacía estar totalmente unido a los mayores del barrio, por el gran secreto compartido.

Fuente de Datos:
*Sevilla en tiempos de María Trifulca – Nicolás Salas
Imágenes:
*”Sevilla Imágenes de un Siglo” - ABC