Lavanderas, Limpieza Y Confidencias

lunes

("Las Lavanderas" - Joaquín Vayreda-1887)
Aunque ya a principios del siglo XIX, se idearon las primeras lavadoras de manivela (la ropa se metía en una caja de madera con agua y se hacía girar con una manivela), eran pocas por no decir casi ninguna, las familias que disponían de ellas.

(Las primeras lavadoras de manivela - Postal de 1910)
Durante la edad Media el lavado de la ropa se hacía una vez cada quince o veinte días, y bastantes años más tarde, una vez a la semana.

("Lavanderas"-Casimiro Sainz-siglo XIX- Colección particular Madrid)
Las mujeres lavaban la ropa de su propia familia, habitualmente ayudada por alguna de sus hijas.

("Niñas lavando la ropa "-foto de Eulalia Abaitua-Museo Vasco- finales siglo XIX)
Si la familia era pudiente, el lavado lo realizaban, previo pago, mujeres que se dedicaban a tal fin: La Lavanderas. En uno u otro caso el proceso era el mismo.

Antes de que clareara el día, ya fuera invierno o verano, hiciera frío o calor, salían las lavanderas camino del río o el arroyo, que a veces distaba varios kilómetros, cargando un enorme lío de ropa sucia, bien sobre sus cabezas, bien en grandes cestos de mimbre o bien envuelta en un hatillo de tela de algodón, y un buen trozo de jabón que ellas mismas confeccionaban.
(Lavadero en 1906 - Fotografía de Julio Muñoz - Fotos con Historia)
A orillas de la corriente, arrodilladas sobre una piedra o madera, se daban en primer lugar a la tarea de enjabonar la ropa, golpearla con un mazo sobre la piedra y restregarla con ceniza para quitarle la mayor suciedad posible.
("Lavanderas en el río" - Cecilio Pla-1897 - La Ilustración Española)
Posteriormente la esparcían extendidas sobre la hierba a fin de solearla y que el sol fuera quintando las posibles manchas o el color amarillento. De cuando en cuando rociaban las prendas con agua para que no se secara.
(Lavanderas - Sin datos)
Una vez soleada, de vuelta a enjabonar, restregar y por último darles varios enjuagados y volverlas a esparcir sobre la hierba para su secado. Esta labor llevaba todo el día, y al caer la tarde, se procedía a recogerlas, doblarlas y volverlas a meter en los cestos para emprender el regreso.
("Pretendiendo a la lavandera"-Rafael de Latorre-siglo XIX-Colección particular)

Podía ocurrir que por inclemencias del tiempo la ropa no se hubiera secado. En este caso la vuelta había que hacerla con la ropa mojada (duplicando así su peso), y procurar por todos los medios de secarla en casa de todas las maneras posibles, la mayoría de las veces, al calor de una candela.

De cuando en cuando algunos galanes solían acercarse al lugar de lavado para agasajar a las lavanderas casaderas. Entraban en conversación y algunos las ayudaban a cargar con la ropa limpia a la vuelta.


Las mujeres que se dedicaban al oficio de lavanderas, realizaban esta labor todos los días, ya que era el medio de llevar un pequeño jornal a casa. Estas mujeres a lo largo de años de duro trabajo, sufrían un gran desgaste en su cuerpo, tanto por ser un trabajo muy duro, como por el continuo contacto con la humedad del agua y del suelo. Era uno de los trabajos más sacrificados.
(Lavanderas de Córdoba-fotografía de Jeant Laurent-finales siglo XIX)
El lavado en los lavaderos de los patios o corrales se efectuaba en un lugar más apartado de los mismos adecuado para tal fin. Allí estaban dispuestas un número considerable de pilas de piedra, alineadas unas junto a otras.
(Antiguos Lavaderos de La Orotava-Principios siglo XX - foto tertuvliavillera)
Se usaban por turnos de días, pues no había suficientes pilas para todas las vecinas que las demandaban, por lo que cada una tenía asignado un día para realizar su colada.
La noche anterior al lavado, y una vez separada la ropa blanca de la de color, procedían a sacar agua del pozo del patio o corral, o de la fuente más cercana para llenar la pila, y allí metían la ropa blanca con una mezcla de ceniza y jabón, dejándola toda la noche en remojo para que la limpieza fuera más efectiva.
Cada lavandera disponía de una tabla de lavar, consistente en una tabla de madera con ranuras horizontales contra la que restregaban las prendas. De ahí, y una vez bien exprimidas, eran introducidas en otro recibiente, bien de madera, bien de zinc, su aclarado. De nuevo vuelta a escurrir .
Las prendas de gran tamaño como las sábanas, eran exprimidas entre dos vecinas por el método de retorcer. Cada una tomaba un pico de la prenda y la iban retorciendo en el sentido contrario a la otra.
Y por último tenderla en los tendederos, hechos de cuerda y que se elevaban con ayuda de una “tranca”, especia de palo con la punta en forma de horquilla en la que se metía la cuerda para después subirla y dejarla a una altura considerable para que su secado fuera más rápido.


Tanto el lugar de lavar la ropa, ya fuera el río o el arroyo, o el lavadero del corral o del patio llegaba a ser en ocasiones el mentidero del mismo.
(Lavanderas en 1927 - fotografía web Badajoz Ayer y hoy)
Allí se contaban todos los chismes, se decían todos los dimes y diretes, y se hacían las confidencias más inconfesables.
Tampoco faltaban las discusiones entre vecinas por aquello de que “tú le dijiste a Fulana que lo le había dicho a Mengana…” o “mira dile a tu chiquillo que no se meta más con el mío, que como yo me meta “por medio” se va a liar la de Dios es Cristo…” y en fin por otras cosas triviales que eran provocadas por la convivencia diaria, y que no había lugar ni momento mejor para sacarlas que en los lavaderos.
Había ocasiones en las que incluso dos vecinas llegaban a las manos y se daban una a otra una soberana paliza entre bocados y tirones del pelo, teniendo que ser separadas por las compañeras de lavado.

Aunque no era un caso muy común, había veces en que alguna vecina listilla, envidiosilla, o tal vez necesitada, se adueñaba de la prenda de otra. Esto, si era descubierta, era uno de los más justificados motivos para enzarzarse en una pelea. En este caso, las demás, reprendían severamente a la hurtadora.

("El Lavadero"-Andrés de Santa María 1887 - Museo Nacional de Colombia)
Al final del día, cuando ya toda la colada estaba limpia y seca, cada una se metía en su sala con su cesta de ropa y todos tan contentos, que las peleas y trifulcas de los corrales, como el “dolor de la suegra”, pasaban pronto. Ya en la segunda mitad del siglo XX las lavadoras se fueron introduciendo en la mayoría de los hogares, pasando a segundo plano el lavar en las pilas, y con ello, la dura tarea del lavado y el sacrificado oficio de las lavanderas.

Velada De San Juan Y San Pedro

martes

Los moriscos nos dejaron, además de una excepcional fuente de cultura y saber, ciertas costumbres y fiestas que en algunos lugares todavía se vienen celebrando, como la Fiesta de San Juan, con un tinte soñador y oriental, mezcla de las costumbres árabes y cristianas.

Aunque en cada lugar se celebran a su manera, pues varía la idiosincrasia de cada sitio, en Andalucía palpitaron durante mucho tiempo unas fiestas a modo de veladas, en las que en lugar de bailar en corro alrededor de una hoguera, se hacía sobre un tapiz de fresca yerba, al son de panderos, guitarras, y sensuales zambras.
La noche y la mañanita de San Juan, aun habiendo pasado a ser fiesta católica, estaban todavía llenas de un cierto paganismo y embrujo morisco, ya fuera por la coincidencia con el solsticio de verano, o por las viejas raíces que aún se retenían. En Andalucía, las fiestas de San Juan eran puro y galanteo entre jóvenes enamorados.
("La Alameda de Hércules" Diego Velázquez - 1647)
En Sevilla, fueron muy populares las veladas de San Juan y San Pedro, y en el siglo XVIII, la histórica Alameda de Hércules, rica en el agua que manaba de sus numerosas fuentes, y llamada en otro tiempo la Laguna, se veía en las noches y los días de aquellos dos Santos, convertida en el más concurrido y animado de los lugares de la ciudad.
("El Mentidero"-Casto Plasencia - xilografía 1890)

Era tradición que a sus fuentes bajaran las muchachas del barrio a la media noche a coger el agua milagrosa de que de las fuentes manaba, pues se tenía la certeza que si se tomaba de esa agua se encontraba el amor.

Y allí, bajo sus calles de frondosos árboles, se veían aquí y allá escenas de galanteo en las que en más de una ocasión se solía burlar al padre o al marido celoso, con la picardía y travesura que se da en esta tierra.
("Gitanerías" - Sanchez Solá - 1890)
Luego, las niñas casaderas se sentaban en los balcones engalanados de flores y casi por señas se citaban con sus galanes junto al brocal de la fuente de la que previamente habían cogido el agua.
("El Balcón" Eugene Von Blaas - 1911)
Esta costumbre de acudir las jóvenes sevillanas a la Alameda durante la noche de la velada, hizo de aquél sitio un lugar de paseo asequible a todo galanteador...
("La Alameda"- Eugenio Lucas Velázquez - 1811)
.. a los que incluso les era permitido pasear del brazo con ellas hasta los monolitos que mandó elevar el Conde de Barajas, charlar a la sombra de un árbol esquivando las miradas de curiosos..
("En La Velada" Dibujo de F. Mota para a Ilustración Española)
.. o acercarse a la celosía de cualquier barbero para deleitarse oyendo el pespunteo de una guitarra, pues los toques por guitarra se hacía libremente bien en la taberna, la tasca, la barbería o en el lugar que bien se dispusiese, y ensarzarse en cualquier tipo de baile.
("Noche de Verbena" Cecilio Pla - 1906)
En la época de Carlos IV las veladas se trocaron en verdaderos jolgorios, que comenzaban a primeras horas de la tarde y solían terminar al toque de las oraciones del atardecer.
("La Primera Verbena" Federico Avrial-1910)
("Buñolería" - M. Cabral Bejarano)
("En una terraza al aire libre" Galiano, Mota y Jorreto.1899)

Se instalaban al aire libre botillerías, tiendas de buñuelos, puestos de mazapanes y alfajores, y un sin fin de otras atrayentes golosinas.

En torno a ellas se reunían haciendo ruedo las majas, los toreros, y todo aquél que le apeteciera agregarse al corro tertuliano.

Por la Alameda dieciochesca paseaba el tanto currutaco presumido con chupa o casaquín y lentes tras las que mirar a las damiselas que lucían sus medias caladas y sus trajes de medio paso, como el pilluelo que intentaba afanar sigilosamente esto o aquello de cualquier paseante o tenderete, que pilluelos y maleantes han existido siempre.
En muchos portales, los vecinos formaban un altarillo lleno de pequeñas candelas y adornado con guirnaldas y flores, y rezaban pausadamente el rosario guiados por una beata, que en esos días se prestaban voluntariamente a ello tal vez por aquello de tornar definitivamente la fiesta en cristiana y eran innumerables los enjambres de chiquillos jugaban al toro o encendían pajuelas y triquitraques, que culebreaban por los corros próximos, o hacían estornudar a los escasos hombres serios que no usaban la indispensable cornerina para el polvo del tabaco.

("Atracciones en la Verbena - M-Spí)

Igualmente durante la velada se iluminaban los balcones y ventanas, se formaban bóvedas de álamo y manzanilla y se figuraban arcos de triunfo, bajo los cuales paseaban los novios asidos del brazo.
Se hacían pujas y rifas en las que se solían subastar desde la cadena de oro del contrabandista hasta el abrazo de la moza más bella del barrio.
Ya en el siglo XIX, los días de verbena acudían a la Alameda gente de todas las clases sociales para pasar buena parte de la velada, solemnizando, ya la festividad del Bautista o ya la del Príncipe de los Apóstoles, haciendo del lugar pura animación y alegría.
("Festejo Popular" - E.Segura-1904)
Se alzaban en el paseo los característicos puestos de agua con sus enormes jarras de carro y llaves de metal, sus vasos limpios como una patena, sus azucarillos (a los que decían panales) blancos como la leche, su batería de botellas llenas de agraz (zumo de uva no madura) unas, y de horchata otras, y su aguador, servicial y solícito como él solo, con las mangas de la camisa remangadas hasta el codo, al aire los brazos, y pregonando su mercancía:

-¡ Agua fresca de la Alameda!.


El aire se enrarecía por el humo que salía de los anafes de las buñoleras, afanadas en aventar la candela, echar la masa en el perol y sacar los buñuelos con los ganchos.
Los chiquillos apremiaban a sus padres a que los subieran en los caballitos y las calesitas del Tío-Vivo, y luego pedían entrar en la barraca, en la que tanto los niños como la gente sencilla se pasaban las horas muertas y con la boca abierta asistiendo a la representación de los Cristobitas o Polichinelas.
("El Tio Vivo" Juan Francies - 1898)

("Atracción de Muñecos de Feria" - M. Spí)Eran días en los que los asistentes disfrutaban con los contertulios mientras aclaraban sus gargantas con un buen trago de vino de la tierra, y el rasgueo de una guitarra, tras el que se arrancaba sin pudor el cantaor, bien por tientos o por soleares, y que a veces terminaban peleando por ver quién convidaba a la siguiente ronda.

Con el tiempo las fuentes de la Alameda se fueron secando, cortando así él principal motivo de esta celebración, que aún a pesar de ello, continuó en años posteriores, hasta que débilmente fue decayendo, perdiéndose así unas de las más bellas costumbres y tradiciones de la Sevilla de antaño.

Fuente de Datos:
* Benito Más y Prat - La Ilustración Española - 1879
* Estampas Sevillanas del Ochocientos - Centro Municipal de Documentación Histórica

Tres Jueves Hay En El Año... Corpus Christi

miércoles

("Proseción del Corpus Chirtis en Sevilla" -Lienzo de Cabral Bejarano - Museo del Prado-Madrid) “Tres Jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión”.

La celebración del Corpus Christi comenzó a realizarse En el siglo XIII tras la bula que publicó en 1243 el papa Urbano IV, como represalia a las crecientes herejías que habían surgido negando la Eucaristía, e imponiendo así varias obligaciones de tipo eucarístico, como la bendición y exposición pública del Santísimo, el uso de campanillas durante la misa y la fiesta del Corpus Christi. En dicha bula se otorgaban indulgencias a todos los fieles que asistieran a la misa y al oficio. Su conmemoración sería el octavo jueves después del Jueves Santo, correspondiendo también al que sigue al domingo de la Santísima Trinidad.

En Sevilla comienza a realizarse este rito cristiano sobre 1400, y ya a finales del siglo XV pasó a ser uno de los lugares en los que la fiesta tomó gran prestigio y celebridad.

(Procesión del Corpus Christi en la Plaza de San Francisco de Sevilla - Siglo XVI)
Hasta 1587, el Cuerpo de Cristo, contenido en un arca, era llevado en andas, para posteriormente, en 1587, ser sustituirá por la custodia procesional que aún perdura. Se ordenó que todos los Clérigos de Orden sacro fueran con sus sobrepellices. Las instituciones y las corporaciones eclesiásticas y civiles, iban con sus imágenes de devoción, así como con sus pendones e insignias, y sus danzas y representaciones también participaban en el vistoso cortejo.

Con motivos de la fiesta, se celebraban bailes y zarabandas, gigantes, tarascas y danzas (una alegoría a modo de burla de la idiosincracia de la sociedad).




















(Lámina antigua de la procesión del Corpus con gitantes, tarascas y danzas - 1747 - Biblioteca Cervantes Virtual )





(Lámina Antigua de la Procesión del Corpus - 1747 - Biblioteca Cervantes Virtual )
 

















Carlos II llegó a prohibirlas, pero las costumbres eran tan arraigadas que no se consiguió erradicarlas del pueblo. Carlos III las erradicó completamente en 1780, aunque en algunos lugares de España todavía se conservan.
Con la llegada del romanticismo, el Corpus adquiere los tintes que aún perduran.

(Sevilla - Procesión del Corpus - Siglo XIX)
Ese día, cualquier vecino, ya fuera inducido para ello por las autoridades o no, salía muy de mañana, al clarear el día, bien en solitario o en grupo, a los campos de las afueras de la ciudad, en busca de romero y tomillo, ramajes y flores, así como a las riveras de los arroyos donde abundaban los juncos, porque ese día, el suelo de las calles por donde debía de pasar el Santísimo, tenía que estar cubierta de una frondosa alfombra hecha de yerbas y flores, y el aire tenía que estar impregnado de la fragancia que fluían de ellas.

("Seises bailando en la Catedral" - Guetave Doré - 1874)




(No se sabe con exactitud la fecha de incorporación de Los Seises en la procesión del Corpus de Sevilla, aunque se tienen datos de que ya desfilaron ante el Altísimo en 1508.)





(Procesión del Corpus con Gigantes y cabezudos en España - Principios siglo XX)

Con el alborozo del repique de las campanas, iban saliendo de sus casas hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, luciendo sus trajes más bellos y de más rico colorido.
Los niños con las caritas pulcramente lavadas ese día sin excepción, por su madres en la palangana de la alcoba, alegraban las calles con sus carreras y risas y se afanaban en esparcir las juncias que tapizaban las calles, algunos para usarlas como si de un látigo se tratase, otro para trenzarlas y formar con ellas un largo cordel y cachiporrear a los más pazguatos.
Los Hermanos del Santísimo trabajaban afanosos y sin descanso recorriendo y repasando el trayecto del recorrido para que todo estuviese impecable.
En los zaguanes de las casas se daban los últimos toques a los altares vistosamente adornados, y las fachadas de las casas se engalanaban con mantones de crespón, colchas de percal y pañuelos de seda, así como de relucientes velones de dorado azófar, farolillos de colores y sendos arcos de ciprés.

Ese día, la aldea, el pueblo o la ciudad, olía a gloria.

En la explanada de la Iglesia o de la Catedral, según el lugar, era un hervidero de gente, una oleada masiva entrando y saliendo del templo una y mil veces, a la espera de la hora de la salida de la procesión, con ese continuado y alegre rumor de un pueblo que se codean y confunden en un momento dado y a un solo honesto fin toda clase de sexos y edades.

Es entonces, cuando al creciente voltear de las campanas y el restallar de los cohetes, aparece la religiosa comitiva, que se abre paso ante la multitud que se arrodilla ante su presencia.
(La Procesión del Corpus en Toledo - Dibujo de José Garnelo - 1903)
Los acólitos agitan de continuo los humeantes incensarios, y como queriendo proteger a Aquél que nos protege, las autoridades, la milicia, y todo lo respetable del lugar, acompañan y custodian el trono viviente donde se asienta la Majestad de Dios. En algunos lugares los niños que han hecho la Primera Comunión ese año, también tiene cabida en la procesión, acompañando a alguna imagen de la Virgen o el Señor.

("Flores de Mayo" - dibujo de Angel Andrade para La Ilustración Española - 1903)
("El paso del Corpus" - Dibujo de A. Moreau - siglo XIX)
(Corpus en Sevilla - 1930)

Y de esta forma es conducido por calles y plazas, entre el clamor de unos, las piadosas peticiones de los otros, los votos del enfermo, las promesas de los necesitados, las expansiones de la juventud , el respeto de la ancianidad y la alegría de todos, hasta regresar de nuevo a su lugar de recogida.

Una vez de nuevo en su templo, la multitud se queda por las calles disfrutando de ese día tan señalado: Uno de los Jueves que reluce más que el sol.

Fuentes:
*Del Barroco a la Ilustración en una fiesta del Antiguo Régimen: el Corpus Christi – Fernando Martínez Gil –
Alfredo Rodríguez González -2001.
* Antología de textos costumbristas -Ramón Franquelo – Corpus Christi
*Romualdo de Gelo Fraile.

El Columpio

domingo

("El Columpio" - Nicolás Langret -Museo del Hermitage de San Petersburgo)
Oír pronunciar la palabra “Columpio”, nos trae a la mente la imagen de niños jugando en algún parque, guardería e incluso en algún espacio de su propia casa. Asociamos “Columpio” a la infancia y la niñez.
("El Columpio" - José García Ramos)
Pero no siempre ha sido así. Desde muy antiguo y hasta hace poco, el Columpio era un juego, una diversión de adultos, y hasta bien entrado el siglo XX, el gozó del privilegio de Fiesta Popular.

Aunque sus orígenes son algo inciertos, algunos lo sitúan en los ritos de la Mitología Griega.
Era una fiesta de carácter alegre y galante que propiciaba la ocasión para que los jóvenes de ambos sexos entablaran un acercamiento que no les era permitido en otras circunstancias, y que incluso podían llevarlos al noviazgo.

En Andalucía vivió su mayor apogeo durante los XVIII, XIX y mitad del XX, como fiesta de cortejo. Las fechas en las que celebraban “Los Columpios” iban desde Febrero a Mayo, por ser éste periodo en el tiempo se prestaba más para ello. Se hacían o bien en el campo, o en el Patio o Corral de Vecinos, e incluso en la misma calle.

(Foto Antigua "Vista del Columpio"- Alameda de Osuna - Biblioteca Naciona - Madrid)
El algunos lugares, también se hacía el columpio en cualquier parque, alameda o jardín público.

En Sevilla, y debido a las prestaciones del clima, celebrarlo en el campo era lo más habitual.
La fiesta tenía lugar en cualquier tarde de domingo o día festivo en las afueras de la ciudad, entre frondosos árboles y a no larga distancia de Sevilla, de la que salían en tropel los celebrantes, por las distintas puertas de la misma, bien la de La Macarena, o la de La Carne, o la de Osario.
Iban los grupos de mujeres ataviadas con sus vestidos blancos y sus mantones de grana o mantillas de felpa, acompañadas de los mozos con sus marselleses al brazo y portando la mayoría su correspondiente guitarra. Otros iban haciendo caracolear sus caballos, enjaezados con grandes aparejos y caireles de vistosos colores, llevando a las ancas a las mozas que aparentando temor de medir con sus costillas el suelo y de enseñar en su caída algunas cosas curiosas, sujetaban sus enaguas con sus pies y se estrechaban fuertemente con su brazo izquierdo.

Llegados al lugar elegido, se procedía a instalar el columpio. Se buscaban para ello dos árboles cercanos entre sí, y entre uno y otro se ataba una cuerda a considerable altura que luego dejaban caer hasta casi un metro o metro y medio del suelo. A modo de asiento se colocaba una almohada o un cojín cubierto con una manta de listas de colores.
Era habitual el llevar cañitas de vino manzanilla, bebida obligada en estos menesteres, que tomaban los hombres hablando entre risas y bromas una vez acomodados en la yerba.
("El Columpio" - Federico Godoy Castro)
Por otro lado se encontraban las muchachas, tendidas mejor que sentadas, alrededor de los árboles, cantando playeras y tocando la guitarra y los palillos. Otros grupos de mujeres y hombres formaban un círculo, en cuyo centro se entretenían en bailar las boleras, acompañadas por los cantaores y tocaores, y por medio de toda la multitud embriagada de alegría, atravesaban las parejas a caballo.
("Confidencias sobre el columpio" - E. Salas - 1901)

Sobre el Columpio se sentaba una muchacha que recogía y ataba sus pies con un pañuelo, una toquilla o pañoleta de espuma de color grana, y en su cabeza de hermosísimos cabellos, un manojo de rosas o claveles, o jazmines colocados detrás de la oreja izquierda. Levantados sus brazos y agarradas sus manos de las sendas cuerdas, subía y bajaba en el columpio cantando alegremente, con la misma tranquilidad que pudiera hacerlo un jilguero.

Las coplas que cantaban las mocitas que subían al columpio, iban llenas de letras con segundas intenciones, bien dirigidas al mozo que la enamoraba:


Mi moreno es tan moreno
que me parece un gitano,
pero mi moreno tiene
gracia de Dios en los labios.

O a aquel del que ella estaba enamorada y no era correspondida:

("El Columpio" - Francisco de Goya)

Si me quieres, me lo dices,
y si no, me desengañas.
Mira que me estoy quedando
como una escoba sin palmas.

E incluso al que la galanteaba y no era de su agrado:

Si piensas que son por ti
los colores que me salen,
no son por ti ni por otro,
que son míos naturales.

Acompañaban estos cantos otra veinte voces y media docena de bien templadas guitarras y castañuelas, que formaban un ruñido tan grato como alegre, y al final de cada copla, daban todos los que cantaban un tan agudísimo y prolongado chillido, que no podían por menos resentirse los oídos.
Otras muchachas subían después al columpio. Unas lo hacían solas, dando un salto; otras eran tomadas en brazos por los mocitos de la reunión y colocadas en el asiento; algunas se dejaban atar los pies con un pañuelo para que las enaguas no se le levantasen con el viento, y otras, más diestras, no consintiendo tal ligadura, se hacían despejar a los grupos del frente para que al bajar no le viesen las pantorrillas, aunque sí tenían el cuidadoso descuido de entregar a los ojos de la multitud una insinuación de su tobillo.

(El Columpio" - Nicolas Lancret - 1735- Museo Thyssen Bornemisza)

Y así, entre bailes, cantes, vino y cortejo, se pasaba la tarde en un abrir y cerrar de ojos.
Con el ocaso los grupos comenzaban a preparar el camino de regreso. Algunos lo hacían con los mismo con quienes llegaron, otros se acoplaban a algún nuevo grupo, y las mujeres, felices y satisfechas, emprendían la marcha lanzado alguna que otra ojeada a aquél que la había subido al columpio y empujado rozando tímidamente su cintura.
Esa noche, ya en su cama o en su catre, la joven miraría al mundo con una ilusión nueva.


(Lámina procedente de La Ilustación Ibérica - 1885)

Posteriormente, tras la guerra civil, y posiblemente debido a la censura de la dictadura, fue degenerando en un simple juego infantil, aunque hay algunos pueblos en Andalucía en las que todavía, se sigue la costumbre con carácter de celebración típica.


Bibliografía:

* Francisco Navarro Villoslada - Semanario Pintoresco Español nº 37 - Madrid - Septiembre 1846.
* Antología de textos costumbristas - Editorial Renacimiento - 2008