El "Cochecito Lerén"

miércoles

("El Cochecito Lerén" en la Plaza de España - Imagen Hemeroteca ABC) 

La mayoría de los niños de la posguerra vivían inmersos en la pobreza y el hambre, carentes de infinidad de cosas que a los de hoy día les hacen la vida más cómoda. Sin tener apenas para comer, mucho menos tenían para poseer juguetes o regalos con los que disfrutar. Sin embargo ese disfrute lo conseguían por medio del ingenio, la picaresca y la imaginación. No hacían falta juguetes para jugar al “Tentado”, o a “Coger”, o a “Piola”; incluso de cualquier retal de tela viejo hacían un capote para torear, o una bola de trapos bien apretados hacía las veces de balón con el que jugar al fútbol.

Vendedores ambulantes (el barquillero, el vendedor de palodú, el vendedor de sorpresas…), hacían la ilusión y suplían la carestía de lo que hoy consideramos necesario para jugar, les devolvía las ganas de vivir 

Y por supuesto uno de los mayores disfrutes de la chiquillería era “El Cochecito Lerén”.

"El Cochecito Lerén" existió en varias ciudades. Se trataba de un entrañable carro tirado por un borrico o mulito que por un par de gordas o un real hacía gozar a los pequeños en las soleadas tardes de otoño e invierno, los luminosos días de primavera, o los atardeceres del caluroso verano.

Había en Triana uno de estos “Cochecito Lerén”, propiedad de Arturo Torres, de la familia conocida como la de los «jueces» de la Cava de los Gitanos, un apodo que les vino de su abuelo «porque era muy serio».
Arturo era un trianero que trabajó en el muelle en sus años mozos; posteriormente montó un boxeo y un cine de verano.
Hombre bondadoso y bueno, con catorce hijos a su cargo y otros tres más que rescató de la calle para que no perecieran de hambre y miseria, puso en práctica el negocio de “El Cochecito Lerén” que llevaba a los niños a recorrer el mundo fascinante de Triana: 

(…“Betis, Altozano, Castilla, Pagés del Corro, Pureza, allí donde en la esquina con Rocío se ponía Agustín con su cesta de pasteles, que rifaba con cartas de la baraja: «Un real «quea», gritaba... y vuelta… Los privilegiados que podían pagar tal precio le gritaban «cochero, látigo atrás» cuando algún golfillo se subía al pescante mágico.")- (Aurora Flores - Hemeroteca ABC)

 ("El Cochecito Lerén" - Cádiz 1956 - Imagen de El Rincón de la cultuta Gaditana)

Estos chavales que se subían atrás eran los más avispados de los que carecían de los cuartos para montarse. En un acto de valentía “…se arriesgaban subiéndose a la parte trasera del coche, se colocaban en el travesaño entre las dos grandes ruedas del carruaje y ocultos a la vista del cochero por la capota, iban tan ricamente paseando, hasta que algún otro chiquillo, espectador del paseo gratuito, gritaba acusador aquello de “¡Cochero, látigo atrás!”, alertando así al cochero de que llevaba polizones. Ya descubiertos dejaban que el coche se alejara, no sin antes proferir frases del estilo: “¡Caballo, el cochero muerde!”, a lo que éste replicaba sugiriendo que la madre de los niños trabajaba en el cabaret Pay Pay.”) (José Román “El Rincón de la Cultura Gaditana”)

Escenas entrañables que quedaron en el recuerdo de los que las vivieron y de aquellos que las escuchamos contar.

Fuentes de Datos:
*Hemeroteca ABC

Barberos, Barberías...Y Dispensarios

martes

 ("El Barbero" - Vicente Carreres - Revista Latina) 

La moda de afeitarse llegó de oriente y Egipto, pasó luego a los griegos en la época de Alejandro, y de éstos a los romanos. Consistía en afeitarse la cabeza y la cara para eliminar la barba, por lo que los que realizaban esta oficio recibieron el nombre de Barberos.

El trabajo de los barberos de aquella época era cortar el cabello no con tijeras sino con navajas de diferentes tamaños y más o menos cortante, dejando el pelo según la moda establecida, arrancando los pelos blancos que brotaban en las cabezas jóvenes, e incluso tiñiendo con variadas recetas las canas; procedían también a afeitar la cara y a cortar las uñas de las manos con un cuchillito especial.

Estos barberos comenzaron a ejercer su trabajo al aire libre, quedándose este hecho posteriormente solo para la plebe y los esclavos cuando se establecieron en tiendas anunciadas por una presentación de navajas, de cuchillitos y de espejos.

("En la Barbería) - Grabado de Brend-Amourd sobre cuadro de Jiménez Aranda -  IEA - 1887)
 ("El Barbero Lamparilla" - obra de José Benlliure)

La profesión de barbero tomo una gran extensión durante la edad media, en la que comenzaron a salirse de su especialidad. En una época en la que los dentistas no existían, los barberos eran también los encargados de ocuparse de las dentaduras de sus clientes, e incluso hacían las labores de médicos realizando prácticas de medicina, como sacar muelas, aplicar sangrías, vendar úlceras e incluso pequeñas cirugías.
Los cirujanos, aún a pesar de las diferencias que existían entre ambos oficios, no ponían obstáculos cuando algún barbero llegaba a distinguirse por sus conocimientos en cirugía. Los recibían en sus colegios y los aceptaban como médicos con la condición de que renunciasen al oficio de barbero.

En la edad media se tenía la convicción de que la primavera era la época de renovación de la sangre, y que por lo tanto se producía un gran incremento de ésta provocando un desequilibrio de los humores, sangre, flema, bilis y atrabilis, perjudicial para la salud. Se creía pues que la extracción del supuesto exceso de sangre era la forma de restaurar el equilibrio, pues sacando la sangre se sacaba la enfermedad.
A pesar de la peligrosidad de esta práctica, realizada por personas con escasos conocimientos médicos, fue el tratamiento más popular para muchas enfermedades graves durante siglos.

 ("Barbería Aagonesa"  Grabado de Francisco Laporta -1870- Publicada en La Ilustración Española y Americana)
 
Fue durante el siglo XIII cuando los barberos comenzaron a coparse de esta ocupación.
Las gentes de las aldeas y pueblos pequeños solían acudir a las barberías de pueblos importantes y ciudades no solamente para cortarse el pelo y afeitarse, sino también para que le arrancaran una muela o le sacaran sangre.

 ("El Sacamuelas del pueblo" - 1909 - José García Ramos)

El trabajo lo realizaban los barberos-practicantes en un establecimiento público, anunciando sus servicios con un cartel que representaba una mano levantada, de la que goteaba sangre que era recogida en una sangradera. Las sangraderas eran de barro cocido, peltre o plata, y solían tener unas marcas en el interior para señalar la cantidad recogida. 

Antes de sacar la sangre, el barbero sumergía la mano del paciente en agua caliente para que se hincharan las venas y fueran más fáciles de ver. Luego ponía un torniquete alrededor del brazo del paciente y, con la sangradera preparada, decidía en cuál de las cinco venas mayores;cada una de las cuales se asociaba a un órgano vital y realizaría  la punción. 
Sujetando firmemente la mano del paciente con un trapo alrededor, el barbero abría una cisura en la vena con una lanceta de doble hoja. Cuando ya había extraído suficiente sangre, el barbero vendaba ligeramente la herida y enviaba al paciente a casa.

El oficio se transmitía de generación en generación, de modo que un aspirante a barbero comenzaba de aprendiz con un maestro, habitualmente su propio padre, e iba adquiriendo el conocimiento de todos los secretos del oficio. En las grandes ciudades, sin embargo, los aprendices podían asistir a las mismas clases de anatomía que los estudiantes de medicina.

Estaban también los barberos-practicantes ambulantes, que al carecer de recinto propio para sus prácticas, se echaban su bolsín de cuero al hombro, cargado con todos los utensilios, y emprendían el camino, bien a pié o en burro, por todas las aldeas y pueblos del vecindario.
La llegada de estos “profesionales” ocasionaba en el lugar todo un acontecimiento. En medio de cualquier plaza o descampado montaban su tenderete y procedían a atender a la larga cola de parroquianos que acudían prestos a recibir sus servicios a cargo de unas monedas.
Estas prácticas las podía realizar cualquiera podía aunque no tuviera licencia como cirujano, pero hacia el siglo XIV, en algunos lugares de Europa, las universidades y los gremios comenzaron a regular la práctica de la medicina.

  (Huecograbado del último tercio del XIX, sobre cuadro de Araujo, aparecido en la revista La Hormiga de Oro)

Con la aparición de médicos y dentistas especializados, los barberos se vieron relegados a la barba y pelo de los hombres, volviendo a llamarse simplemente barberos, aunque eso sí, algunos continuaban realizando su trabajo desplazándose hacia otras aldeas para sacarse un jornal.

(" El Amorpasa ante una peluqueria de la ciudad" grabado aleman 1802)

Con el paso del tiempo las barberías llegaron a ser el punto de encuentro de ociosos, y murmuradores, convirtiéndose en un centro de comidillas y noticieros. El dueño del establecimiento, el barbero en cuestión, tenía el deber de conocer todos los dimes y diretes de la comunidad y de responder a todas las preguntas que se le dirigían, tomando a veces el papel de imitar a autores o actores cómicos o satíricos a la hora de saciar la curiosidad de la clientela. No en vano en el recinto se solía comentar y contar por parte de los clientes que llegaban, toda la comidilla del vecindario. En la barbería todos estaban en bocas de todos, llegando a ser más el lugar de tertulia de los parroquianos.


(Felicitacion de Navidad años 30-40)

Muchas fueron en Sevilla las barberías que adquirieron con el tiempo tronío y solera, conocida y frecuentadas y que se hicieron famosas. Una de ellas era la de Manolito “El Chano”, que tenía la barbería e la calle Rivero bocacalle de Sierpes. Manolito “El Chano” fue uno de los maestros barberos más populares en la primera mitad del siglo pasado, y que dejó entrañables e imborrables recuerdos entre sus clientes y amigos.  

 
 (Barbero sentado delante de su barbería - Imagen sin datos)
 
Era un hombre que sobresalía por su sencillez y sus ocurrencias, con una gracia natural nada rebuscada que encantaba a su clientela.
Solían pasar por su barbería casi todos los comerciantes del centro, así como artistas y toreros.
Manolito "El Chano" solía contar chistes a sus clientes a la par que los arreglaba, y de cuando en cuando se marcaba unas vueltecitas por bulerías que remataba con media verónica con el paño de barbero.

Fuentes de Datos:
*Historia de la barbería antigua
*Selecciones
Imágenes:
*La ilustración Española y Americana
*Todolección.net
*Internet