El Guadalquivir tuvo hasta casi la mitad del siglo XX, un gran protagonismo mercantil, como cauce utilizado para las comunicaciones fluviales de pasajeros y mercancías entre las diversas localidades de la rivera, tomando como base de partida y llegada el muelle de Sevilla y también el puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Fue coronando la primera mitad del siglo XIX, cuando se formaron los primeros veraneos de los sevillanos modestos en el mar. El destino era Sanlúcar de Barrameda, y el trayecto lo hacían, generalmente ,en los atrayentes barcos de ruedas, que en su día, navegaron por el Guadalquivir.
En 1870 había navieros, cono Nieto García, que ofrecían servicios casi a diario en el invierno, entre Sevilla y Sanlúcar. El vapor Victoria era uno de los más solicitados.
(Cartel publicitario linea de vapores)
También se ofrecían servicios de ida y vuelta durante los meses de verano, con servicios especiales los sábados y domingos, conocidos como “viajes redondo”, con un solo billete. Este servicio era el preferido por los veraneantes modestos sevillanos, que así podían abandonar la ciudad durante el caluroso verano y bañarse en las playas de Bajo Guía y Sanlúcar de Barrameda.
("Sin Título" - Acuarela y guanche sobre cartón - 1942 - Rafael de Penagos)
En los años 1885-1900, viajaban entre Sevilla y Sanlúcar los vapores San Telmo y Victoria, y entre finales del XIX y primeros lustros del XX, los vapores Margarita, Bajo de Guía, Sanlúcar, Triana y Guadalquivir hicieron la línea San Juan de Aznalfarache, Gelves, Huertas del Copero, Coria del Río y Puebla del Río. Casi todos estos vapores hicieron los servicios de veraneantes de fines de semana desde Sevilla a Bajo Guía, en Sanlúcar.
(Vapor San Telmo)
(Vapor Triana)
Todo esto para los sevillanos fue una época irrepetible. Los vapores partían en la estación fluvial del Altozano, desde el puente de madera que estaba junto al de Triana, en la acera de la calle Betis.
(Vapor Sanlúcar bajo el Puente de Triana)
(Estación Fluvial)
Desde varios días antes de la partida, los viajeros se afanaban en preparar los enseres y viandas que viajarían con ellos y de las que disfrutarían una vez junto al mar. Se compraban sandías y melones que cargaban en cestas de esparto, verduras frescas para preparar el apetitoso “aliño”, y aquellos a los que su bolsillo se lo permitía, los “bictés empanaos”.
La chiquillería alborotaba nerviosa alrededor de los mayores empaquetando la pelota y el cordel de saltar a la comba, y la noche antes mal dormían soñando con los saltos entre las olas y la ilusión de volar un pandero (cometa).
Los días de salida, todo era puro bullicio cual la más de las importantes fiestas, tal era como vivían los sevillanos estas salidas. Se echaba a cuesta colchones, enseres, sin olvidar esas cestas de alimentos para degustar a la orilla del mar, en plena playa sanluqueña.
(Playa de Sanlúcar de Barrameda)
Sentados los más jóvenes en la dorada arena, y los no tanto en los veladores de los chiringuitos playeros, disfrutaban de la brisa marina y del olor a salitre a la par que llamaban al vendedor heladero que pregonaba “¡Al rico helado mantecado!”, tan exquisitos de la zona, o al vendedor de camarones y cangrejos.
(Casetas para cambiarse y Chalets sanluqueños para los más pudientes)
(Chiringuito en Sanlúcar)
El domingo por la tarde se preparaban para la vuelta, y regresaban con el alma henchida y el cuerpo quemado por los rayos del sol. A cambio habían conseguido salir de Sevilla en los meses de Julio y Agosto, bañarse en las aguas del estuario del Guadalquivir, vivir las mañanas playeras y noches sanluqueñas, y mirarse en los bosques del Coto de Doñana.
Demasiados lujos para aquellos modestos sevillanos que pudieron permitírselo gracias a los servicios navieros que se implantaron en la zona.
Imágenes:
* Sevilla, Imágenes de un Siglo