Durante los meses del estío, el calor no perdona en Andalucía a ser viviente alguno, sobre todo en las horas centrales del día, cuando los candentes rayos solares caen sin piedad como espadas de fuego sobre la tierra.
Y Sevilla siempre ha estado en el centro de la diana, y con ella los sevillanos, que pasaban el verano cobijados en las casas antiguas que poblaban Sevilla, con sus patios y sus fuentes en los pisos bajos, los suelos de ladrillos y los pilares de mármol. Mármol que las mujeres mantenían bien limpios, lo cual, unido a las velas que les ponían a los patios por lo alto, impedía que entrara el sol y el calor del verano.
("La Costura en el patio" - anuel garcía Rodríguez)
Refrescaban mucho el ambiente las fuentes de pie que había en casi todas las casas, en medio de los patios entoldados, cuya agua provenía de los Caños de Carmona.Es por eso que durante este periodo, los habitantes de la casa solían trasladarse al piso de abajo, más protegido del calor, y daban buena cuenta de un refrescante gazpacho a cualquier hora del día.
("Una tarde de verano"-1910-José Villegas Cordero)
Pero el principal punto de veraneo, o manera de refrescarse los sevillanos, era, como no podía ser de otra forma, el Guadalquivir, en el que se colocaban vallas y cajones y que constituían las mayores distracciones en los meses estivales.Las autoridades cuidaban del buen orden y gobierno de los baños del Guadalquivir, editaba bandos y ponía normas para evitar abusos, castigando a los posibles viciosos y osados.
Los cajones y vallas se situaban en los Humeros, en la Macarena y La Barqueta, al pie del puente de Barcas, delante del colegio de San Telmo y en la orilla de Triana, frente al convento de Los Remedios.
En el siglo XVIII y principios del XIX estaban designadas con toda claridad las horas para remojarse los dos sexos, haciéndolo las mujeres desde la madrugada hasta las once de la mañana y los hombres hasta el toque de oraciones, dejando los baños enteramente desocupados para cuando entraran de nuevo las mujeres.
("El embarcadero" 1906 - José Villegas Cordero)
Igualmente hacían gran uso del hielo, del cual se poseía en Constantina un gran número de pozos de nieve, suficiente para atender al consumo público, y además no faltaban asentistas que por su cuenta traían el hielo de otros puntos, y surtían a Sevilla en las estaciones veraniegas.
Se vendían por neveros a cinco cuartos de libra la nieve, y todos los sevillanos sentían una gran necesidad de consumirlo, así como los refrescos y bebidas heladas y frutas frescas.
Era una necesidad obligada después de almorzar echarse una indispensable siesta en una mecedora a la sombra del patio, protegidos por las hojas de las plantas que lo engalanaban, evitando así las horas en que Lorenzo abraza con sus rayos a todo lo que pilla.
("El patio de una casa" - 1909)
Cuando ya el “Lorenzito” se iba retirando, los vecinos salían de sus casas, limitando su distracción a pasearse por el Arenal, la Alameda o la Barqueta, donde no podía faltarles su ratito de descanso en algún puesto de agua de los más acreditados, y en el cual, por lo general, se formaba a la misma hora un poquito de tertulia.
Se consumían vasos de horchata o de agua con anises y sus gotas de nitro, para retirarse de nuevo a sus casas al toque de Oraciones.
("Paseo Veraniego" 1917 - Dibujo de Spi para La Ilustración Española y Americana)
La gente que era de posibles, solían trasladarse a muchas de las fincas o “casas de descanso” que había en los alrededores de la ciudad, particularmente próximas a la orilla del río, y en donde libres de cuidados y con todo sosiego, comían, rezaban, dormían y tomaban el fresco, respirando aire libre y desembarazado, que les fortificaba el cuerpo y el espíritu.
También las que eran de “menos posibles” se buscaban la manera de pasar unos días refrescantes sin tener que hacer desembolso alguno en las “casas de descanso”. Para ellos estaban las Huertas, bien en las orillas del Guadalquivir, o bien en las afueras de la ciudad.
Siempre había quien contaba con un pariente o conocido que poseyera o trabajara en una Huerta, y allí se trasladaba toda la familia para pasar una jornada al aire libre y al fresco.
("La Alquería" (huerta) - Joaquín Sorolla y Bastida)
Los chiquillos se remojaban salpicándose del agua que salía fresca de la noria, o sumergiéndose en las frescas albercas, en las cuales el agua entraba y salía continuamente procedente de alguna fuente o manantial cercano.(" El rincón de los Pájaros" 1889 - José Jiménez Aranda)
Chapuzones, carrerillas entre las tajeas del riego, y el mojarse con el agua de la cubeta del pozo, no faltaban en ese largo día, que para ellos, pasaba como un suspiro jugando a todo lo que sus imaginaciónes ideaban.("Los pequeños naturalistas" - José Jiménez Aranda)
A mediados de los años 20, Sevilla pasó a contar con una playa, pues no podían ser menos los sevillanos que sus convecinos gaditanos u onubenses, y así, en la zona del antiguo cauce del río Guadaira, en la Punta del verde, en la recién construida corta de Tablada. Allí la gente acudía en tropel los domingos, y raro era el domingo que no resultaba algún que otro ahogado.
Incluso llegó a construirse, dentro de la misma río, una piscina a la altura de la plaza de la Plaza de Cuba, a la que solamente tenían acceso los privilegiados, pues era previo pago.
Costumbres y usos del verano antiguo sevillano que han desaparecido casi totalmente. Ya tan solo queda el calor sofocante y abrumador del que protestan los que no salen a veranear, que afortunadamente son pocos, porque hoy en día la gran mayoría tienen posibilidades de hacerlo.
Bibliografía:
*Estampas Sevillanas del Ochocientos - Centro Municipal de Documentación Histórica
*Hemeroteca ABC