"Panteón Cementerio de San Miguel de Málaga" . Fotografía de Narciso del Río
“Yo no sé qué tienen, madre,
Las flores del campo santo,
Que cuando las mueve el viento
Parece que están llorando.”
Cuando el frío viento de finales de Octubre comenzaba a desnudar las ramas de los árboles, saltaban las castañas en los anafes de las castañeras apostadas en las esquinas de las calles, y los días mortecinos daban paso al mes de Noviembre, el pueblo esperaba la llegada del día 1, Día de Todos los Santos, para esa noche emprender el sendero que conducía al cementerio.
Panteón y avenida de un cementerio - A molina
El pueblo acudía al él en cualquier día del año, cuando acompañaban a algún cortejo fúnebre, y cruzaban sus senderos siendo conscientes de que la luz que se filtraba entre los cipreses disponía el ánimo a renegar de la muerte cuando ya se ha desbordado el vaso de la vida. En estas ocasiones sus visitas eran de despedida.
Lamina recortable de cementerio - Paluzie - años 40
Pero acudían a él de distinta forma la tarde del Día de Todos los santos, sintiendo solamente la soledad que allí reinaba y lo que verdaderamente significaba. Ese día acudían para acompañar a los seres que habían perdido.
Y es que, aunque el recuerdo de los que se marcharon es permanente, se hace más acentuado en estos días.
Posiblemente eta costumbre tuviera por origen un culto exagerado tributado a los sepulcros.
Los días previos a dicho día, familiares de los allí enterrados acudían casi en tropel a un cementerio, repleto de cruces de madera, planteles de rosas del tiempo, cuadros de adelfas y de romero y arbustos de crisantemos para adecentar lo que ya era la última morada de aquellos formaron parte de sus vidas, padres, madres, hermanos y muchas veces hijos, pues la mortalidad infantil era entonces muy elevada.
La sepulturas de segundo orden, con sus nichos en fila, eran encaladas y adornadas con flores, rosarios, e incluso alguna fotografía del difunto.
Patio humilde de un Cementerio
Las de primer orden, sepulturas de ladrillo cuadrado, mausoleos de mármol de carrara y panteones familiares, se limpiaban e igualmente se adornaban con flores.
Era conocimiento popular que las noches de veladas fúnebres estuvieran llenas de extraños ruidos que los veladores aseguraban venir de las tumbas, mezclados con el monótono soniquete del rezo de Santo Rosario y las Letanías. Las palmatorias, lamparillas de aceite y las antorchas alumbraban pobremente el corro de piadosos que se asentaban en torno a la sepultura de que las que también aseguraban ellos mismos ver salir los fuegos fatuos, volando como mariposas fosfóricas que les hacían cerrar los ojos.
Miserere Mie Deus - Dibujo de Poy Dalmau - 1903
Los veladores encendían hogueras en torno a la cual se asentaban para protegerse del rocío de la noche si estaba raso, o del chiriviri del agua si llovía, cubiertos con capotes.
El olor del incienso se mezclaba con el de la podredumbre que resumaba de las tumbas más recientes, y los familiares, piadosos, no cesaban en sus rezos dando de tanto en tanto un trago de aguardiente para entrar en calor y aliviar las penas.
La Noche de Difuntos - 30 de Octubre de 1901 - Dibujo de M. Poy Dalmau
Cementerio de Madrid un día de difuntos
Llegada cierta hora de la madrugada, los que allí velaban comenzaban a recorrer la ciudad de los muertos, suspirando tristemente cuando al ver a una madre arrodillarse ante la tumba de su hijo, o a la esposa ante su difunto marido, o la del hijo ante la de la madre.
Y sale desgarrada de sus gargantas una coplilla, posiblemente entre sollozos.
“¡Mira cuánta cruz é pino
¡Mira cuánta piedra blanca!
¡Mira cuánta florecita!
¡Mira cuánta luminaria!”
“Las lucecitas, que brillan
De noche en el cementerio,
Están diciendo á los vivos
Que se acuerden de los muertos.”
Cada vez eran más los que acudían a velar bien provistos de vino o aguardiente para combatir al frio, lo cual traía como consecuencia la típica borrachera y los consiguientes alborotos.
El Cementerio - Dibujo de J. Francés - 1899
Algunos incluso cargaban con la guitarra para entonar a sus difuntos, desgarradoras soleares y tonás:
“Ya se murió mi marío,
Ya se acabó mi consuelo;
Ya no tengo quien me iga
Ojitos de terciopelo.”
Dia de los Difuntos - Grabado de La Ilustración Española y Americana - 1880
O las que hacían una oda a la vida y la muerte:
“El que se tenga por grande
Que se vaya al cementerio,
Verá que to el mundo cabe
“n un palmo de terreno.”
Todo esto derivó en que en lugar de un lugar de recogimiento y oración se fuera convirtiendo poco a poco en cuna de borrachos y trasnochadores, pareciendo más un bacanal que un lugar de reposo eterno, por lo que las autoridades prohibieron estas veladas a finales del siglo XVIII.
Cementerio y Flores - Principios siglo XX
El recuerdo del cementerio persiste en la mente de todos, como nos hace ver esta coplilla que aún se canta en muchos lugares:
“En el cementerio entré,
Le dije al sepulturero
Si hay un sitio señalao
Para el que muere queriendo.”
Fuente de Datos:
*La Ilustración Española y Americana - Octubre 1885