La Miga

miércoles

(Una Miga del siglo XIX)

Por regla general y hasta pasada la mitad del siglo XX, los niños pertenecientes a la clase humilde, vivían a su libre alberdrío, habitualmente en la calle, durante las horas en que sus padres salen de la vivienda para ganarse el jornal con el trabajo de cada día, pues la preocupación de antes con respecto a la educación de los hijos, era prácticamente nula. Pocos eran los que asistían a la escuela, pasándose la mayoría de las horas del día callejeando sin ton ni son, sin nadie que les reprendiera ni que le cuestionara lo que hacían bien o mal.

No obstante, había padres que sí se preocupaban por estas cuestiones, y para ello, y en el tiempo en que ellos desarrollaban su trabajo, los enviaban a la escuela cuando la edad lo requería. Anteriormente a esta etapa, y hasta aproximadamente los 4 años, los llevaban a La Miga.


La Miga, digamos que venía a ser lo que hoy día denominamos Guardería Infantil, aunque por su puesto difiriendo bastante tanto en el sistema educativo como en las instalaciones.


(Imagen de los niños de una Miga tomada en el corral de la casa, en 1923)

No se sabe exactamente la procedencia del nombre La Miga. Hay diversidad de opiniones sobre si se trata de una corrupción de “amiga” o “migaja”, ya sea porque la mujer encargada de La Miga, fuera considerada como la “amiga” de la niñez, por la estrecha relación de entonces entre el niño y las “migajas de pan”, alimento básico y constante en los infantes de la época.

La Miga era un lugar en donde por unas escasas monedas al día, eran llevados por sus padres niños de uno y otro sexo, (posteriormente se separarían los masculinas de los femeninas) ya no sólo por educarlos sino por que estuvieran al cuidado de alguien responsable durante el tiempo en el que ellos se dedicaban al trabajo.

La Miga estaba instalada en la misma vivienda de la maestra, y en las que el patio de la casa servía como zona disponible para el recreo de los niños. Las viviendas que no contaban con pozo de agua propio, se recogía ésta de los pozos o fuentes vecinas y se almacenaba en grandes tinajas que se colocaban en el mismo patio para saciar la sed de los niños. Para tal fin, se usaba único jarrito de lata para toda la clase. Los servicios, o excusados, estaban habitualmente en el corral y lavadero de la casa.

(Imagen tomada en 1935)

La encargada o maestra era una mujer pasada de la madurez, más o menos instruída, a la que llamaban “la maestra de La Miga”, y su tarea consistía en vigilar constantemente a los niños, procurar mantenerlos sentados en sus sillitas de eneas, regañarlos cuando lloraban y darles de comer a aquellos cuyos padres habían enviado el almuerzo, cuando la hora lo requería.

Había maestras algo más celosas en su trabajo, y también procuraban enseñar a los niños oraciones y las primeras letras del alfabeto, aunque generalmente esto no era lo habitual.

Para imponer el orden y hacerse respetar, solía hacer uso de una vara de caña, que venía a ser su bastón de mando. Con ella amenazaba a los que ya cansados de mantenerse tanto tiempo sentados, lloraban o gritaban, o a los que incordiaban por echar en falta a sus padres. La vara de caña hacía milagros y conseguía mantenerlos a raya.


Cuando los padres regresaban del trabajo, liberaban a sus hijos de la esclavitud de La Miga


Fuentes: Mayrena.com, Luis Montoto

Imágenes: Mayrena.con, Todocolección.net

Tabernas Añejas

A finales del siglo XIX y principios del XX, el trabajador, el hombre del pueblo, y heredado desde muy antiguo, no comprendía amistad que no se jurara ante una botella de vino, ni trato que no se perfeccionase bebiendo un par vasos. Muy a diferencia del de hoy, el hombre de aquél tiempo que no bebía era, en el concepto popular, como el que no fumaba: un pobre hombre.

Decían la gente de entonces: “A mí déme usted un hombre que beba y que fume”, porque la bebida y la generosidad iban unidas según su entender.

(Una Taberna en Málaga - Siglo XIX)

El andaluz que bebía un vaso de vino estaba dispuesto siempre, en todo lugar y ocasión, a convidar no ya a su amigo, sino a la primera persona que le saliera al paso, que un vaso de vino no se niega a nadie, como no se niegan los buenos días y la candela del cigarro.

La taberna era el lugar preferido por los trabajadores para matar en él sus ratos de ocio, hablar con los amigos, celebrar sus tratos y contratos, y jugar a las cartas.

("La Carta en la Taberna" - dibujo de Manuel Cara y Espí- Octubre 1900)
Solía ser la taberna un local no muy amplio, distribuido en varios compartimientos llamados cuartos, separados los unos de los otros por tableros que no tocaban el suelo, numerados y pintados con colores verdes y amarillos. En el centro de cada cuarto había una mesa sin pintar y la tapa pintada de rojo o verde. A su alrededor sillas toscas con asientos de eneas. Las paredes blanqueadas no tenían, cuando los tenían, otros cuadros que no fueran los que representaban a la lidia de toros o a toreros famosos, así como todo lo relacionado con la fiesta taurina.

A la entrada de la taberna se hallaba el mostrador, detrás del cual el tabernero sirve a los marchantes que de pie, y como quien dice al paso, toman una copa o una caña.

Generalmente al tabernero le ayudaban uno o más mozos de pocos años, que se encargaban de llevar el vino a los cuartos, cobraban las convidadas e iban apuntando con tiza en una pizarra lo que iban debiendo los bebedores según iban pidiendo.

Detrás del mostrador se encontraba una estantería llena de botellas de vinos unas, de licor otras, y a un lado y otro, superpuestos y en hileras, estaban los toneles, botas y barriles que solían tener en su frente el nombre del líquido que contenían, y a veces también el nombre del cosechero y del pueblo o ciudad en donde se labró el mosto.

A la derecha o a la izquierda, que esto era indiferente, estaba el lebrillo o pileta donde se lavaban los vasos, y éstos se colocaban bocabajo sobre el mostrador o la estantería.

(Oleo sobre tela "La Taberna", atribuído a Pablo Talavera - Siglo XVIII)

El vino se vendía por botellas; en vasos, que por su cabida los llamaban cuartillos o medios; y en cañas, que eran vasos de cristal, entrelargos y cilíndricos. En éstos se servía la Manzanilla o el vino de Sanlucar. Cuando el vaso se llenaba hasta arriba pasaba a denominarse Bolo.

El aguardiente y los licores se servían en copa de cristal.

El aguardiente y la manzanilla eran las bebidas preferidas por los consumidores, y cuando el cliente no podía permitirse pagar este tipo de bebidas, se conformaba con el blanco o de la tierra que denominaban de la hoja, o con el duro que llegaba desde Valdepeñas.

Cuando el vino ya estaba apurado y querían pedir una nueva ronda, daban un par de palmadas al aire, que esa era la manera de llamar al camarero o al mozalbete que los servía.

En una taberna nunca faltaba el cante, ni el rasjeo de una guitarra, como tampoco el vendedor ambulante de camarones y retales de mojama que ofrecían por las mesas a buen precio, y se llevaban así el jornal a su casa, vendedores que eran muy bien venidos por el tabernero que veía como la sed hacía estragos en sus clientes y volvían a pedir otra ronda de vino.

Tampoco faltaban en las tabernas las disputas y riñas entre los parroquianos que ya llevaban encima además de más de una copa, las navajas, a ser posible de muelles, puesto que cuanto más muelles llevara más ancha era la hoja, navaja que no dudaban en sacar e incluso usar en el contrario de su pelea, a pesar de que este delito era castigado con la cárcel.

Estos borrachos formadores de escándalos, eran expulsados del local y llevados a la casilla, lugar a modo de celda carcelaria dónde dormían la “mona” o borrachera.

El hombre en la taberna nunca, o casi nunca, bebía solo, que según decían, para que el vino sepa a vino había que tomarlo con un amigo, amigo que después de varias convidadas, pasaba a llamarse compadre, y ya compadreados, pasaban a otra taberna, y luego a otra, hasta que se daba el caso que volvían a sus casas sujetándose como podían a las paredes y esquinas.


Fuentes: Texto Costumbres Popupares Andaluzas - Luis Montoto
Imágenes: Todocolección.net, Andalucía Imagen, Google.

Zapatero Remendón

sábado

(Postal de finales del siglo XIX. El zapatero galantea a la clienta)

"..Zapa, zapa, Zapatero Remendón
Zapa, zapa, tus zapatos
duran menos que el carbón.."

No hace mucho que aún existía el Zapatero Remendón, con su figura sentada en una banqueta, de sol a sol. Ante él figuraba una pequeña y vieja mesilla, de poco menos de medio metro de altura, mugrienta y llena de los útiles del oficio: leznas, chabetas, pedazos de vidrios, agujas, hilos encerados con pasta llamada cerote, trozos de astas rellenos de engrudo y cajas y latas rellanas de betún; rodeado de botas, zapatos, zapatillas, sandalias y suelas agujereadas por el desgasto uso de sus propietarios.
Siempre tenía a la derecha o a la izquierda tiesto con agua, y cubría su delantera con un mandil de un mandil que fue blanco en otros tiempos. Su trabajo duraba la mayor parte de las horas del día, bien dedicado al mismo, o buscando desesperado
clientes para sacar el jornal.

La mayoría de los zapateros eran personas joviales y dicharacheros, y como si para ellos fuera una misma cosa coser y cantar, su trabajo iba acompañado de sus cantos mientras le daba a la aguja.

Generalmente el Zapatero Remendón solía vivir en los Corrales de Vecinos, formando parte de los inquilinos del mismo. Los días que en el corral andaba sobrado de trabajo, se entretenía hablando con el vecino que entraba o salía, incluso disfrutaba conversando con las vecinas, conversación que se mantenía a voces limpias, él desde su banquilla, ella desde su sala.

(Zapatero en una calle de Sevilla sobre 1920)

Había veces en las que el trabajo flojeaba en el corral. Ni los habitantes del mismo, ni los vecinos de los alrededores le proporcionaban trabajo. Entonces no le quedaba más remedio que echarse al hombro la mesa o la banquilla y probar fortuna haciendo un largo recorrido por las calles.
Solía asentarse con sus enseres en los sitios más frecuentados de las gentes que pudieran darle trabajo: las puertas de las fábricas con mayor número de trabajadores, las inmediaciones de las cárceles, presidios, cuarteles y mercados.

Los chiquillos que salían de la escuela se arremolinaban en torno a él, y le cantaban está coplilla a manera de burla, coplilla que por cierto también quedó en el sabor añejo del pasado:

“En la calle de la bomba
hay una zapatería
donde van las chicas guapas
a tomarse las medidas.

Con el refajito corto,
se les ven las pantorrillas,
al maestro le da vergüenza,
se ha caído de la silla”.
(Los clientes esperan que el zapatero termine su trabajo en 1910)

Las inclemencias del tiempo eran uno de sus mayores sufrimientos: en verano, se abrazaba por los rayos del sol, a punto de provocarle una insolación, y en invierno, recibiendo las lluvias que le calaban hasta los huesos, y los vientos que le azotaban de lleno. Así, con un poco de suerte, pasaba el día echando medias suelas, enderezando tacones, cosiendo descosidos, remendando y tapando las bocas del calzado del pobre.
Y luego, a la puesta del sol, volvía al corral, llevándose con los pocos cuartos que había ganado, un costal de noticias con las que entretener a sus convecinos.

Años más tardes, el Zapatero Remendón solía disponer de un diminuto local propio dónde realizar sus trabajos. Allí disponía de estantes donde colocar sus utensilios, y una desvencijada silla de eneas, para que pudiera sentarse la clientela que estuviera dispuesta a esperar que le reparara el calzado.

Hoy día el típico Zapatero Remendón prácticamente ha desaparecido. Existen, sí, pero ubicados en las grandes superficies, haciendo a la vez el oficio de cerrajería (copias de llaves), y de algunas otras cosas.

(Postal de un zapatero remendón fechada en 1904)

Posiblemente en algunos pueblecitos de nuestra geografía sigan existiendo tal y como antes, artesanos y amorosos de sus trabajo. Yo, desgraciadamente, no conozco en mi entorno a ninguno.

(Nota: Esta entrada está inspirada en el texto de Luis Montoto en su publicación “Costumbres Populares Andaluzas”.)

P.D. Buceando en Internet he encontrado este enlace que me ha alegrado mucho, porque es la prueba de que el Zapatero Remendón no ha desaparecido del todo.

http://zapatero_remendon.galeon.com/cuerpo.htm

Aquellos Corrales

martes

Hubo un tiempo, y no hace mucho como todos sabemos, en el que en Sevilla (y la mayoría de las ciudades andaluzas) abundaban los Corrales de Vecinos, aunque fuera en Sevilla donde adquirieron un mayor desarrollo. De unos años a esta parte se fueron perdiendo, aunque en la actualidad quede alguno que otro. Y es una pena que se perdieran, porque los Corrales eran la viva estampa de lo que el pueblo vivía en cada momento.

Corral del Conde en 1850


Según algunos historiadores, ya existían en el siglo XIV, aunque su total desarrollo se realizó en el siglo XVI.

Su origen parece ser que viene de los adarves árabes, que eran callejones sin salidas, y del currazas mozárabe, amplia estancia sobre el que se abrían las puestas de las viviendas.



Corral principios siglo XX

La estructura del Corral de Vecinos es similar en todas las ciudades andaluzas: un gran patio rodeado de habitaciones que desembocaban en él. A las habitaciones se las denominaba salas, y podían estar divididas en una, dos, e incluso tres partes. Generalmente una hacía las veces de comedor y las otras de dormitorios. Los patios constaban con dos plantas, formando alrededor de la planta superior, una especie de corredor protegido por una barandilla sobre la que solían apoyarse los vecinos para hablar con el de enfrente o con el se abajo, según se terciara.


En el centro del patio solía haber un pozo o una fuente, de la cual se proveían de agua los vecinos. También constaba de una pequeña estancia a modo de lo que hoy llamaríamos trastero, y otra dedicada a los lavaderos, dónde se encontraban alineadas las pilas de piedra para lavar la ropa.

La cocina, al igual que los lavaderos, era común para todos los vecinos, así como el retrete, que se encontraba en el lugar más alejado del patio, y cuyos desechos desembocaban en un pozo negro.


Corral del Conde a principios del siglo XX

Corral del Agua


Los habitantes de los Corrales de Vecinos eran gente muy humilde, y allí convivían y de todas las calañas, tanto el ratero como el panadero, como el usurero, pero en general todos formaban parte de una gran familia, prestos la mayoría a ayudarse mutuamente, como la “guena gente” de entonces, aunque desde luego eso no impedía que constantemente hubiera disputas y trifulcas entre ellos, llegando la mayoría de las veces a las manos.


Corral de Vecinos en 1903


Las mujeres se afanaban en tener el patio bien engalanado de macetas y flores. Colocaban alrededor del pozo geranios, gitanillas, y claveles; la zona de sombra estaba destinada a las aspidistras, y la flor del jarro. Por los rincones no faltaban las damas de noche ni los jazmines, y en julio y agosto el olor a nardo lo inundaba todo.


En los Corrales de Vecinos se celebraban los bautizos, las primeras comuniones, las bodas, los parabienes y cualquier clase de evento. Eran celebradísimas las Cruces de Mayo, y en ninguno faltaba una guitarra, unos palillos y una guapa mocita con una moña de jazmines en el pelo. Se cantaba, se bailaba, al son de las palmas y de la música, y se lloraba y se velaba al difunto que partía hacía otra vida.

Nada era de nadie y todo era de todos. Se compartían alegrías y penas, miserias y prosperidades, enfermedades, hambre y penurias… Y por encima de todo, la vida.

Un Corral de Triana sobre 1880


Hoy día casi todos los Corrales de Vecinos de Sevilla han desaparecido, y de los pocos que quedan, muchos han sido destinados para el uso de la hosteleria, pero todos, todos, han quedado para la historia.

La Alameda De Hércules, Doble Vida

domingo

Alameda de Hércules 1574
Antaño, la Alameda era uno de los brazos del río Betis, en tiempos de los Visigodos y que posteriormente se convirtió en laguna, denominada como “Laguna de la Peste” y “Laguna de la Feria”. Debido a las crecidas del río Guadalquivir, se convirtió en un terreno pantanoso y maloliente, foco de parásitos y enfermedades en la época de calor, llenas de inmundicias y vertedero de las aguas fecales.

En 1574, don Francisco de Zapata, Conde de Barajas ordenó desecar dicha laguna y plantar en su lugar multitud de álamos. Desde entonces pasó a llamarse “la Alameda de Hércules”, tanto por el alamar como por las dos columnas romanas que se levantaron en su extremo con las estatuas de Hércules, (mítico fundador de Sevilla) y de César.
Entre 1595 y 1661 se plantaron más de 700 árboles, que eran regados con las aguas del río, así como numerosas fuentes, y la Alameda se convirtió en un lugar de paseo. Por sus largas avenidas colmadas de árboles, transitaban los paseantes, tanto en carrozas como a pie, disfrutando del fresco de la arboleda y del agua de las fuentes.
Antiguos Hércules de la Alameda - Litografía - S. Martí Siglo XIX

Era pues una de las más importantes plazas de Sevilla (la principal era la de San Francisco), sobre todo por tratarse de una plaza “natural”, tomando una imagen señorial, cuando funcionó como una especia de plaza-salón, donde coincidían la aristocracia, la burguesía y los gremios.
La mayoría de los escritores, y sobre todo pintores románticos, dejaron testimonios gráficos de su trazado urbano y de las ya citadas fuentes de agua y abundante arboleda, así como de sus paseantes ya fuera en coches de caballo o a pie. Esta imagen idílica sed prolongó hasta el siglo XVIII.
Primera mitad siglo XIX - Guichot
A partir de esta fecha fue perdiendo su fisonomía, desaparecieron la mayoría de los álamos y los canalillos para su riego, lo mismo que sus fuentes, conservando tan sólo las columnas de Hércules. En definitiva perdió su grandiosidad.

A finales del siglo XIX La Alameda comenzó a desarrollar una doble vida, siendo el paseo preferido de las mañanas dominicales de otoño e invierno y en las tardes y noches de primavera y verano. En paralelo existía una vida nocturna que ampliaba su influencia en un amplio radio de acción, prácticamente en todas las calles y plazas de su alrededor.

 Esta etapa alcanzó su mayor auge entre 1920 y 1930. Las guerras de Africa y España fueron etapas cruciales para esta nueva actividad de la plaza, por ser Sevilla enclave militar de retaguardia y llegada de soldados y pertrechos, además de contar con hospitales militares y civiles que atendían a los heridos.
Había pues una población flotante de soldados de paso y de regreso de los frentes, que frecuentaban la Alameda en las noches a la búsqueda de desahogos carnales y ávidos de divertirse, proliferando de este modo en ella la prostitución y los placeres prohibidos.

La Alameda con los kioscos a ambos lados
Se llenó entonces la plaza de kioscos de bebidas en el andén del paseo central, piezas básicas del entorno, de cines de verano y de personajes populares que hacían su agosto cada noche en este entorno que proliferaba, es decir, fotógrafos ambulantes, floristas, betuneros, vendedores callejeros y por supuesto los artistas de la noche; cantaores, guitarristas y bailaores.


La prostitución se organizaba bien en las casas de citas, en plena calle o en bares de alterne como Casa Morillo, bar, tienda, restaurante de reservados y lugar de fiestas famosas.

Al lado izquierdo del paseo, y cerca de la esquina del andén se levantaba el primer kiosco, el de Camilleri, que era de cristal de colores y de estructura de hierro en estilo romántico, y lucía un precioso anuncio modernista de anís del clavel.
Kiosco Camilleri en La Alameda - Primera mitad siglo XX
La Casa Morillo casi destruída
Las Siete Puertas
Igualmente, se encontraba Las siete Puertas, bar de alterne con salón y lugar preferente para los amigos de la noche, dónde se exhibían fotografías del doctor Fleming, descubridor de la penicilina, al que la izas, rabizas, y colipoterras sevillanas y su clientela tenían eterna gratitud por ser el medio y remedio de las tan abundantes y contagiosas enfermedades venéreas.
Más adelante se encontraba también el de Joaquín, junto al cine Villasol; el de Antonio El Cartero, el de Trigo, el aguaducho del Ronco y el puesto de helados de Antonio, que los hacía a la vista del público. También estaban en la parte derecha del Andén el de Villasol, dónde en verano se hacían teatros y murgas, el de Vigil, que también era de cristal de colores y que era conocido como Villa Conchita, y el Plus Ultra, que estaba pintado de verde claro y molduras en blanco. Allí paraban jugadores y directivos del Real Betis Balompié y médicos de la Clínica La Montaña, la mayoría de ellos republicanos.
La Sacristía
Igualmente había otros establecimientos simbólicos de la noche Sevilla. Uno de los más populares era La Sacristía, cuyos dueños eran veteranos de la Alameda. Era bar, tienda de comestibles y restaurante con reservados, donde paraban generalmente tanto policías como parroquianos, y dónde Nieto, el cocinero era muy estimado por las sabrosas tapas que preparaba. En Casa parrita, cerca de la calle Arias Montano, terminaban la mayoría de las fiestas nocturnas comenzadas en los kioscos del andén central al atardecer.
En la calle de atrás, la de Leonor Dávalos se encontraba el más famoso cabaret de Sevilla, Zapico, institución de la noche desde los años veinte.
Otros establecimientos simbólicos eran la barbería de don Federico, hombre de descomunales mostachos y un blanco impoluto desde 1917.
Bar-Tienda "Los Majarones"
Había en fin una interminable cadena de establecimientos: El bar-tienda de “Los Majarones”, antiguo club Gallito, la sala de fiestas “Casablanca”, el Hotel Continental, después llamado Control, lugar de cita durante muchos años. Allí, a finales de los años cuarenta y principio de los cincuenta trabajó uno de los homosexuales más populares de la Alameda, Pepa “La Gañafota, personaje muy humano, de edad indefinida, con el pelo canoso, largo y aleonado, y que se ponía un babi blanco cuando iba a los kioscos con una cafetera a por café.
Dispensario

Por último, en la esquina Norte de la Alameda, frente a la calle Peris Mencheta, estaba el Bar Eureka, bodegón antiguo de altísimo techo, donde ponían tapas de barbo frito y en adobo, cuyo olor se percibía en toda la calle.
Todo este mundo tenía muchas derivaciones en los aldeaños y calles adyacentes. Bares, tabernas y bodegones abundaban por doquier, y por supuesto los que dieron a dar fama a la Alameda: las casas de cita, que llegaron a ser numerosas y populares amén de excesivamente frecuentadas.
Las casas de cita eran conocidas por el nombre de sus dueñas: Rosario “La Cangreja”, Lola “La Ecijana”, Lola “La Marchenera”, “La Josefilla”, Luisa “La Pescadera”, Carmela “La Guapa”, también conocida como “La Recovera”, Blanquita “La Cordobesa”. Otras anteponían un “doña” respetado por la clientela y las pupilas y que le daban mayor caché: Casa de doña Luisa, Casa de doña María Pepa, Casa de doña Carmen “La Vicera”, y así un largo etc.
Por sus calles pululaban “mariquitas”, betuneros, taxistas, matones, chulos, carteristas de postín, caricatos, celestinas, agentes artísticos, vendedores de preservativos, de pasteles, de postales eróticas, de tabacos, cerilla y papel de fumar, médicos de enfermedades venéreas, freidores de pavías, pescados y calentitos. Estancos, panaderías y todo tipo de negocios cerraban de madrugada o abrían al amanecer para atender a la clientela noctámbula. Había también academias de baile, la más famosa la del maestro “Realito”, en la esquina de la calle Trajano, de dónde llegarían a salir las más famosas estrellas del flamenco y de la copla.
Puesto de calentitos - primera mitad siglo XX
La decadencia de esta etapa de la Alameda comenzó a mediado de los años cuarenta promovida por el régimen de la época que decidió acabar con el libertinaje y la prostitución, eliminando tanto los prostíbulos como los establecimientos de bebidas. Ya en 1949 habían desaparecido la mayoría de kioscos de bebidas, piezas básicas del paseo, los cines de verano y los personajes populares en aras de la Cruzada Nacional de la Decencia, sin embargo tan solo consiguieron arruinar a los industriales de la hostelería, y a los personajes que se ganaban un sueldo al calor del ambiente costumbrista y mundano, porque la prostitución no se fue de la Alameda, sino que se organizó en casas clandestinas en un ambiente de ocultismo. Allí seguían su oficio las “doñas”, las prostitutas, los chulos y el mundo entonces escondido de la homosexualidad. Comenzaron a proliferar los delincuentes y las reyertas, eliminando así los tan frecuentados paseos matutinos y vespertinos de la gente de a pié, que cambió su escenario haciendo el recorrido desde la plaza de La Campana hasta la plaza de San Francisco.

(Para elaborar esta entrada me he basado en el libro de Nicolás Salas “Sevilla en tiempos de María Trifulca”, Tomo II, de dónde he tomado parte del texto y las fotografías de las antiguas casas de la Alameda.
También he utilizado los datos que se dan en la página http://www.degelo.com en su apartado Plazas de Sevilla.
 Las imágenes las he tomado de: www.oronoz.com, http://www.ebay.es,
 La fotografía del Puesto de Calentitos la he sacado de: http://www.lafotograficaband.net/foro/index.php )

Los Concursos De Balcones

miércoles


Entre finales del siglo XIX y principios del XX, y coincidiendo con la Feria de Sevilla, se instauró en la capital el “Concurso de Balcones”, concurso del que el barrio de Triana se llegó a hacer pionero, dada las numerosas ocasiones en que fue premiado. Nada más empezar la primavera, y con ella la llegada de las fiestas, ya fuera por el sustancioso premio (300 pesetas de la época), o por pura idiosincrasia inquilinos y vecinos se afanaban en engalanar sus balcones con la ilusión de que el suyo, fuera el mejor, el más bonito, el más vistoso… el premiado.
Como todo estaba permitido, utilizaban para su embellecimiento todo aquello que le diera vistosidad, mayormente macetas sacadas de sus patios. Gitanillas, geranios, flor de la china, palmiras, la flor de la suegra y la nuera, y los más sevillanos, claveles y rosales.
Había quien colgaba las jaulas de los canarios y jilgueros, colocaban maceteros de pie alto en una esquina, y engalanaban las rejas con mantones de Manila, bordados de artesanía y ajaezados con flecos. Por supuesto las guirnaldas florales alrededor del balcón no podían faltar.
El día del veredicto se hacían tertulias en los patios, se cantaba y se bailaba al compás las guitarras y del vinillo, y las mocitas vestían mantillas y peinetas para lucirlas desde el balcón.
Triana relucía con la majestuosidad de sus balcones. A mitad de los años 50 del siglo XX, esta tradición desapareció por completo, ya fuera por motivos del régimen, por la escasez de medios económicos, o por la represiva situación en que se vivía.
(Nota: (Imágenes fechadas entre 1900 y 1906 Todas las imágenes están tomadas de Todocolección.net y eBay, deicadas a la compra-venta de antigüedades.)

Aquello Que Se Queda...

viernes

Nadie mejor que el gran Poeta Antonio Machado nos deja el mensaje en sus versos, de que todo pasa y todo queda...

Que mejor ejemplo que éste.