Velá de Santa Ana

jueves

 ("Sevilla. El baile". 1914-1915. Joaquín Sorolla - The Hipanic Society of America.)

Una de las veladas que ha llegado hasta nuestros tiempos con todo su esplendor es la de Triana. Conocida como “La Velá de Santa Ana”, se celebra por Santiago, en el Barrio de Triana, barrio que fue de pescadores de camarones y marineros.

 (Barrio de Triana - Azulejo)

Tuvo sus comienzos allá por el siglo XIII cuando la Real Parroquia de Santa Ana comenzó a peregrinar en una romería en honor a la Patrona de su barrio. Las vísperas previas a la celebración de la santa Patrona, tenían lugar las vigilias nocturnas o veladas, al principio como manifestaciones de culto y religiosas en los alrededores de la iglesia y el río Guadalquivir, que con el paso del tiempo fue reflejándose en jaranas y fiestas, engalanando los vecinos tanto las calles como las orillas del río.

 ("El Puente de Triana - Velada de Santa Ana - José García Ramos)

Poco a poco esta costumbre de embellecimiento se hizo más hermosa, se incorporaron fuegos artificiales y se celebraban espectáculos afines al baile y a la música. Los vecinos se lanzaban la mayoría a la calle para pasear y contemplar el espectáculo, y otros lo hacían sentados en sillas de eneas a las puertas de sus casas, dando buena cuenta de una caña de vino.

 ("Fiesta en Sevilla" - Óleo de Manuel García y Rodríguez)

En el siglo XVII ya se tienen noticias de cómo acudían vecinos de otros barrios, e incluso de pueblos limítrofes a disfrutar de la Velá, de los cantes, los bailes y de las noches cargadas de una iluminación especial conferida por faroles que rompían la oscuridad, haciendo del Puente de Triana y de la calle Betis una muralla encendida bordeando el río Guadalquivir, por el paseaban en barcas adornadas de gran belleza y colorido.
Pero como suele ocurrir con frecuencia, hubo quien pasó de la libertad al libertinaje, habiendo quienes se ampararan en algunas de las oscuridades de las riberas del río para cometer excesos de cualquier tipo, provocando que las autoridades civiles y religiosas tomaran cartas en el asunto y llegaran a prohibirla en el año 1742. 

 (Los buñoleros gitanos en el siglo XVIII)
 (Tomando un "Aguaduche" en la velá - Siglo XVIII)

Ya en 1800, y después de la catastrófica epidemia de fiebre amarilla, La Velá de Santa Ana volvió a restablecerse a fin de estimular al pueblo con una diversión, y poder dar gracias aquellos que habían logrado sobrevivir a la mortandad.
Sin embargo, de nuevo volvió a convertirse en bacanal en algunos sectores. Esto, junto con las graves afecciones sufridas por los consumidores de camarones y viandas, debido a la falta de higiene de los vendedores de alimentos, hicieron que los festejos del río volvieran a suspenderse.
El vecindario alzó la voz en unanimidad para su restablecimiento y así consiguieron que las autoridades cedieran, ya que no se resignaban a perder su Velá.

 (Unas cañas en la Velá de Santa Ana)

Félix González de León escribe en 1839 sobre La Velá de Santa Ana:

“Desde el antiguo hospital de Mareantes (Casa de las Columnas) hasta el puente (el de Barcas), la calle larga (ahora calle Pureza), desde la parroquia de Santa Ana hasta el Altozano y parte del arenal delante del puente, es el sitio donde se celebra la feria, que aquí llaman velada de Santa Ana, los días 25 y 26 de julio de cada año, que es uno de los paseos nocturnos más vistosos y concurridos que se celebran en Sevilla, porque también se agrega la iluminación y adorno del puente con número infinito de farolillos pintados y multitud de banderas y gallardetes, que es uno de los puntos de vista más agradables de los que con frecuencia se ven en esta ciudad”.

 ("Baile del Candil" - Litografía - A.chaman)

Durante el día se ponían cucañas y unos mocitos negros como tizones, con taparrabos, divertían al público con sus zambullidas y gateaduras por los palos de cebo. Se organizaban juegos fluviales como la caza del pato o las carreras de tinas, que consistía en navegar sobre barriles remando con las manos.

  (Animación en el Guadalquivir durante la cucaña - 1923)
Todo se transformaba en una preciosa estampa: las gitanas en sus buñolerías, el río iluminado, las casitas de la calle Betis, junto al río, que se volcaban en engalanar los balcones y las puertas; viejas gordas con flores, muchachas risueñas, perezosos en camiseta tumbados en hamacas… y todo se animaba, bullía y tenía alegría, todo entre un barullo de farolillos, rifas, y barquillos.

En toda la noche se dejaba de bailar en las casetas, donde se solía convidar rumbosamente a vino y a jamón.
 (Sevillanas en el baile - 1923)

También el ilustrado historiador Justino Matute nos decía a principios de 1800:

“La fiesta y octava de la Señora Santa Ana, en que también había villancicos, que se imprimieron hasta el año 1766, las costeaba la Fábrica (Iglesia), así como la iluminación de su torre y azoteas en la víspera y antes los primorosos fuegos que en aquella noche se disparaban. Es imponderable el júbilo que reina ese día en toda la collación, a que contribuye la famosa velada que con ese motivo se celebra, en que algunos años ha estado empavesado el puente, con bandas de música marcial por su entrada al Altozano y concurrencia numerosísima”.

La Velá de Santa Ana es una de esas fiestas populares que afortunadamente no se han perdido, siendo en nuestros días una de las más populares en Sevilla y Andalucía.

Fuentes de Datos:
*“Triana, Fiestas y Costumbres” – Ángel Vela Nieto
* “El heraldo de Madrid” – 3-8-1927
* “Bética” – 30-3-1914
Imágenes:
*”El Heraldo de Madrid” – 3-8-1927
*”Bética” – 30-3-1914
*"Mundo Gráfico" - 1-8-1923

El Sacamuelas

 ("El Sacamuelas" - 1630-35 - Adriaen Jansz van Ostade Pintura sobre tabla, Kunsthistorisches Museum, Viena. Austria)

Formando parte de la larga comparsa compuesta por lo pintoresco, los diferentes o los ganapanes, los sacamuelas eran unos personajes, en ocasiones tachados de charlatanes, que con poco o mucho conocimiento de su trabajo iban de aldea en aldea y de pueblo en pueblo con el fin de aliviar el dolor de muelas de los parroquianos extrayéndoles la pieza deteriorada.

Portando un bolsín de cuero en el que guardaba unos alicates y rascadores de hierro, instrumentos de su trabajo, estuvieron en auge hasta mediados del siglo XIX.

La gran mayoría habían carecido de un maestro del que aprender ni nadie que les revelara el secreto de su trabajo. Solo la práctica con sus pobres pacientes engrosaba en ellos la experiencia.
Llegaban con su carro y se asentaban durante unos días en el lugar elegido, colgando de un poste su título o dejando en una mesa una carta de autorización que les permitía maniobrar en las inhóspitas bocas, al amparo de que nadie iba a comprobar la validez de sus credenciales.

("El Sacamuelas" -  Siglo XVIII -  Longhi Pietro - Pinacoteca de Brera Milan)
 
Vestidos con ropaje de gran colorido, y tocados con sombreros de pluma cual actores de sainetes, montaban sus vistosos tenderetes en las plazas de los pueblos los días de mercado para darse a conocer y comenzar a captar clientes que se pusieran en sus manos para sacarse dientes y muelas.
Su gran y principal adorno a modo de toisón era un enorme collar compuesto de piezas dentales, las mismas que habían extraído de las cándidas almas que se ponían en sus manos.
Rivales de los barberos, no tenían otra ciencia que la habilidad de sus manos para sacar una muela lo mismo que se saca un clavo mohoso, con tal de ganarse un jornal.

 ("El Sacamuelas - Nauser y Menet - hacia 1900 - Para Blanco y Negro)

El parroquiano que se atrevía, empujado por el dolor, a ponerse en manos del sacamuelas, era sentado en una silla y sujetada violentamente la cabeza; echándosela hacia atrás le obligaban a abrir la boca y le ponían un taco de madera para que no la cerrase, agarrando con unos alicates la muela que el paciente le había señalado y tirando el “licenciado” con todas sus fuerzas a fin de arrancarla.
La victima bramaba, rugía y trataba de levantarse para escaparse, pero lo tenían bien sujeto corriendo a veces el peligro de romperse las vértebras.

("El Sacamuelas" - óleo de Gerrit Van Honthorst siglo- XVII  - Kunsthistorisches Museum. Viena. Austria)

Una Vez extraída la pieza, era alzada en alto, aún sujeta por los alicates a fin de que todos la vieran y aplaudieran el buen trabajo realizado.

 ("El Sacamuelas" -  1754 - Giovanni Doménico Tiépolo - Museo del Louvre París - Francia)
 
Ocasiones había en que la muela extraída no era la deteriorada, por lo que el sacamuelas pagaba la ira del paciente con improperios y amenazas, teniendo que acudir la autoridad para atajar el altercado. 

 ("La Extracción -  Tooth Gerrit Dou - Museo del Louvre - 1630-35)

El principal problema del sacamuelas era cuando el trabajo no salía todo lo bien que se pudiera desear, si de alguna boca no cesaba de brotar un manantial rojo que cesaba con el último latido de la pobre alma que se puso en sus manos.
Entonces recogían con prontitud todo el tenderete y ponían pies en polvorosa y abandonando el lugar como alma que lleva el diablo.

Oficios de ante que, en este caso afortunadamente, han cambiado para bien con el paso del tiempo.


Imágenes:
*La ilustración Española y Americana
*Todolección.net
*Internet

El "Cochecito Lerén"

miércoles

("El Cochecito Lerén" en la Plaza de España - Imagen Hemeroteca ABC) 

La mayoría de los niños de la posguerra vivían inmersos en la pobreza y el hambre, carentes de infinidad de cosas que a los de hoy día les hacen la vida más cómoda. Sin tener apenas para comer, mucho menos tenían para poseer juguetes o regalos con los que disfrutar. Sin embargo ese disfrute lo conseguían por medio del ingenio, la picaresca y la imaginación. No hacían falta juguetes para jugar al “Tentado”, o a “Coger”, o a “Piola”; incluso de cualquier retal de tela viejo hacían un capote para torear, o una bola de trapos bien apretados hacía las veces de balón con el que jugar al fútbol.

Vendedores ambulantes (el barquillero, el vendedor de palodú, el vendedor de sorpresas…), hacían la ilusión y suplían la carestía de lo que hoy consideramos necesario para jugar, les devolvía las ganas de vivir 

Y por supuesto uno de los mayores disfrutes de la chiquillería era “El Cochecito Lerén”.

"El Cochecito Lerén" existió en varias ciudades. Se trataba de un entrañable carro tirado por un borrico o mulito que por un par de gordas o un real hacía gozar a los pequeños en las soleadas tardes de otoño e invierno, los luminosos días de primavera, o los atardeceres del caluroso verano.

Había en Triana uno de estos “Cochecito Lerén”, propiedad de Arturo Torres, de la familia conocida como la de los «jueces» de la Cava de los Gitanos, un apodo que les vino de su abuelo «porque era muy serio».
Arturo era un trianero que trabajó en el muelle en sus años mozos; posteriormente montó un boxeo y un cine de verano.
Hombre bondadoso y bueno, con catorce hijos a su cargo y otros tres más que rescató de la calle para que no perecieran de hambre y miseria, puso en práctica el negocio de “El Cochecito Lerén” que llevaba a los niños a recorrer el mundo fascinante de Triana: 

(…“Betis, Altozano, Castilla, Pagés del Corro, Pureza, allí donde en la esquina con Rocío se ponía Agustín con su cesta de pasteles, que rifaba con cartas de la baraja: «Un real «quea», gritaba... y vuelta… Los privilegiados que podían pagar tal precio le gritaban «cochero, látigo atrás» cuando algún golfillo se subía al pescante mágico.")- (Aurora Flores - Hemeroteca ABC)

 ("El Cochecito Lerén" - Cádiz 1956 - Imagen de El Rincón de la cultuta Gaditana)

Estos chavales que se subían atrás eran los más avispados de los que carecían de los cuartos para montarse. En un acto de valentía “…se arriesgaban subiéndose a la parte trasera del coche, se colocaban en el travesaño entre las dos grandes ruedas del carruaje y ocultos a la vista del cochero por la capota, iban tan ricamente paseando, hasta que algún otro chiquillo, espectador del paseo gratuito, gritaba acusador aquello de “¡Cochero, látigo atrás!”, alertando así al cochero de que llevaba polizones. Ya descubiertos dejaban que el coche se alejara, no sin antes proferir frases del estilo: “¡Caballo, el cochero muerde!”, a lo que éste replicaba sugiriendo que la madre de los niños trabajaba en el cabaret Pay Pay.”) (José Román “El Rincón de la Cultura Gaditana”)

Escenas entrañables que quedaron en el recuerdo de los que las vivieron y de aquellos que las escuchamos contar.

Fuentes de Datos:
*Hemeroteca ABC

Barberos, Barberías...Y Dispensarios

martes

 ("El Barbero" - Vicente Carreres - Revista Latina) 

La moda de afeitarse llegó de oriente y Egipto, pasó luego a los griegos en la época de Alejandro, y de éstos a los romanos. Consistía en afeitarse la cabeza y la cara para eliminar la barba, por lo que los que realizaban esta oficio recibieron el nombre de Barberos.

El trabajo de los barberos de aquella época era cortar el cabello no con tijeras sino con navajas de diferentes tamaños y más o menos cortante, dejando el pelo según la moda establecida, arrancando los pelos blancos que brotaban en las cabezas jóvenes, e incluso tiñiendo con variadas recetas las canas; procedían también a afeitar la cara y a cortar las uñas de las manos con un cuchillito especial.

Estos barberos comenzaron a ejercer su trabajo al aire libre, quedándose este hecho posteriormente solo para la plebe y los esclavos cuando se establecieron en tiendas anunciadas por una presentación de navajas, de cuchillitos y de espejos.

("En la Barbería) - Grabado de Brend-Amourd sobre cuadro de Jiménez Aranda -  IEA - 1887)
 ("El Barbero Lamparilla" - obra de José Benlliure)

La profesión de barbero tomo una gran extensión durante la edad media, en la que comenzaron a salirse de su especialidad. En una época en la que los dentistas no existían, los barberos eran también los encargados de ocuparse de las dentaduras de sus clientes, e incluso hacían las labores de médicos realizando prácticas de medicina, como sacar muelas, aplicar sangrías, vendar úlceras e incluso pequeñas cirugías.
Los cirujanos, aún a pesar de las diferencias que existían entre ambos oficios, no ponían obstáculos cuando algún barbero llegaba a distinguirse por sus conocimientos en cirugía. Los recibían en sus colegios y los aceptaban como médicos con la condición de que renunciasen al oficio de barbero.

En la edad media se tenía la convicción de que la primavera era la época de renovación de la sangre, y que por lo tanto se producía un gran incremento de ésta provocando un desequilibrio de los humores, sangre, flema, bilis y atrabilis, perjudicial para la salud. Se creía pues que la extracción del supuesto exceso de sangre era la forma de restaurar el equilibrio, pues sacando la sangre se sacaba la enfermedad.
A pesar de la peligrosidad de esta práctica, realizada por personas con escasos conocimientos médicos, fue el tratamiento más popular para muchas enfermedades graves durante siglos.

 ("Barbería Aagonesa"  Grabado de Francisco Laporta -1870- Publicada en La Ilustración Española y Americana)
 
Fue durante el siglo XIII cuando los barberos comenzaron a coparse de esta ocupación.
Las gentes de las aldeas y pueblos pequeños solían acudir a las barberías de pueblos importantes y ciudades no solamente para cortarse el pelo y afeitarse, sino también para que le arrancaran una muela o le sacaran sangre.

 ("El Sacamuelas del pueblo" - 1909 - José García Ramos)

El trabajo lo realizaban los barberos-practicantes en un establecimiento público, anunciando sus servicios con un cartel que representaba una mano levantada, de la que goteaba sangre que era recogida en una sangradera. Las sangraderas eran de barro cocido, peltre o plata, y solían tener unas marcas en el interior para señalar la cantidad recogida. 

Antes de sacar la sangre, el barbero sumergía la mano del paciente en agua caliente para que se hincharan las venas y fueran más fáciles de ver. Luego ponía un torniquete alrededor del brazo del paciente y, con la sangradera preparada, decidía en cuál de las cinco venas mayores;cada una de las cuales se asociaba a un órgano vital y realizaría  la punción. 
Sujetando firmemente la mano del paciente con un trapo alrededor, el barbero abría una cisura en la vena con una lanceta de doble hoja. Cuando ya había extraído suficiente sangre, el barbero vendaba ligeramente la herida y enviaba al paciente a casa.

El oficio se transmitía de generación en generación, de modo que un aspirante a barbero comenzaba de aprendiz con un maestro, habitualmente su propio padre, e iba adquiriendo el conocimiento de todos los secretos del oficio. En las grandes ciudades, sin embargo, los aprendices podían asistir a las mismas clases de anatomía que los estudiantes de medicina.

Estaban también los barberos-practicantes ambulantes, que al carecer de recinto propio para sus prácticas, se echaban su bolsín de cuero al hombro, cargado con todos los utensilios, y emprendían el camino, bien a pié o en burro, por todas las aldeas y pueblos del vecindario.
La llegada de estos “profesionales” ocasionaba en el lugar todo un acontecimiento. En medio de cualquier plaza o descampado montaban su tenderete y procedían a atender a la larga cola de parroquianos que acudían prestos a recibir sus servicios a cargo de unas monedas.
Estas prácticas las podía realizar cualquiera podía aunque no tuviera licencia como cirujano, pero hacia el siglo XIV, en algunos lugares de Europa, las universidades y los gremios comenzaron a regular la práctica de la medicina.

  (Huecograbado del último tercio del XIX, sobre cuadro de Araujo, aparecido en la revista La Hormiga de Oro)

Con la aparición de médicos y dentistas especializados, los barberos se vieron relegados a la barba y pelo de los hombres, volviendo a llamarse simplemente barberos, aunque eso sí, algunos continuaban realizando su trabajo desplazándose hacia otras aldeas para sacarse un jornal.

(" El Amorpasa ante una peluqueria de la ciudad" grabado aleman 1802)

Con el paso del tiempo las barberías llegaron a ser el punto de encuentro de ociosos, y murmuradores, convirtiéndose en un centro de comidillas y noticieros. El dueño del establecimiento, el barbero en cuestión, tenía el deber de conocer todos los dimes y diretes de la comunidad y de responder a todas las preguntas que se le dirigían, tomando a veces el papel de imitar a autores o actores cómicos o satíricos a la hora de saciar la curiosidad de la clientela. No en vano en el recinto se solía comentar y contar por parte de los clientes que llegaban, toda la comidilla del vecindario. En la barbería todos estaban en bocas de todos, llegando a ser más el lugar de tertulia de los parroquianos.


(Felicitacion de Navidad años 30-40)

Muchas fueron en Sevilla las barberías que adquirieron con el tiempo tronío y solera, conocida y frecuentadas y que se hicieron famosas. Una de ellas era la de Manolito “El Chano”, que tenía la barbería e la calle Rivero bocacalle de Sierpes. Manolito “El Chano” fue uno de los maestros barberos más populares en la primera mitad del siglo pasado, y que dejó entrañables e imborrables recuerdos entre sus clientes y amigos.  

 
 (Barbero sentado delante de su barbería - Imagen sin datos)
 
Era un hombre que sobresalía por su sencillez y sus ocurrencias, con una gracia natural nada rebuscada que encantaba a su clientela.
Solían pasar por su barbería casi todos los comerciantes del centro, así como artistas y toreros.
Manolito "El Chano" solía contar chistes a sus clientes a la par que los arreglaba, y de cuando en cuando se marcaba unas vueltecitas por bulerías que remataba con media verónica con el paño de barbero.

Fuentes de Datos:
*Historia de la barbería antigua
*Selecciones
Imágenes:
*La ilustración Española y Americana
*Todolección.net
*Internet

El Candilejo De Antes De Carnaval

jueves

 ("En el balcón durante el Carnaval" - Mary Cassatt - 1873. Óleo sobre lienzo. Museo de Arte de Filadelfia. Filadelfia. USA.)

Diez o doce días antes del primero de Carnaval reúnense unas cuantas muchachas, alegre, y prontas para toda fiesta, y conciertan hacer un candilejo, prometiéndoselas felices porque siempre el éxito corona estas obras.

Buscan primeramente un canasto, y mucho mejor para ellas si encuentras una canasta de muy buenas dimensiones; hallado, lo aderezan por la parte exterior con hojas de yedra o de cualquier otra planta, mejor cuanto más verde, porque este color es para el pueblo un símbolo de esperanza, y lo forran por la parte interior de papel, adornando el borde y las asas con banderillas y gallardetes de todos los colores.

Puesto el canasto así adornado, cuelgan del asa lo que llaman el niño de pila, requisito imprescindible de todo candilejo.
El tal niño no es otra cosa que un chorizo de los de padre y señor mío, o bien un salchichón de los más repletos, o un jamón de tomo y lomo, cuando no un muñeco de pasta dulce fabricado de propósito.
Es de rigor que el niño de pila ha de adornar un lazo o moño de cintas verdes, más o menos preciosas, según el gusto de las alegres muchachas a cuyo cargo está la preparación del candilejo.

Terminada esta labor, dos mozas, las más vivas de genio, las que no tienen pelos en la lengua, cogen el canasto y lo llevan como imagen en andas a casa de la vecina más próxima. Esta lo recibe con júbilo el presente, pondera la habilidad de sus amigas, y en el acto o poco a poco lo pasa a otra vecina que está obligada a hacer lo mismo. Así va el candilejo de casa en casa y recorre toda la vecindad en menos tiempo que se persigna un cura loco o en un decir Jesús.
Pero no consiste en esto la gracia de la fiesta. Cada vecina o cada uno de los vecinos a quienes se pasa el candilejo echa en el canasto algún regalo, que es como si depositara u óbolo en aquél a manera de cepillo de ánimas: dulces, embutidos, botellas de vino, aves, etc. Hay quien al presentar el candilejo a su convecina requiere a ésta para que sea pródiga con el niño de pila.

Después de que el candilejo ha recorrido las casas de todos los amigos y compadres, el último a cuyas manos llega lo devuelve a las mozas que lo formaron. Esto ha de hacerse el día de la víspera de Carnaval.
Pero como lo devuelve! Regresa atestado de viandas.
Y al siguiente día se arma la fiesta, a la cual asisten todos los que con sus dádivas han llenado el canasto.

En el centro de la sala está el candilejo. A su alrededor, formando corro, las mozas, luciendo sus rizados trajes de gitanas y departiendo con sus novios entre coplas y coplas palmotean y cantan.
Como no hay fiesta sin baile, se baila, y la guitarra y las castañuelas, a las que llaman palillos, alegran el corazón del más hipocondríaco.
Hartos ya de cantar y bailar, los impacientes espectadores en la fiesta dan orden de entrar a saco en la plaza sitiada que es el candilejo, y más pronto que se dice, todos ponen sus manos en el canasto, y no dejan en él cosa alguna, dándose prisa en comer y beber.

("Dos mujeres con flores durante el Carnaval" Mary Cassatt 1872 . Óleo sobre Lienzo. Colección de Mrs James J.O. Andersen.Baltimore.Maryland.USA) 

Raras veces sucede que la fracase la fiesta que aquellas muchachas imaginaron, pero sucede de higos a brevas, cuando algún malintencionado, un malasangre, un patoso (así dicen en Andalucía), da al candilejo lo que llaman una ahogadilla, cosa que todos los amigos llevan muy a mal, y es causa de sinsabores y de que algunos se vayan de la lengua y vengan a las manos.
La ahogadilla consiste en que el candilejo lo mismo que puede dar en la casa de una mocita rumbosa y de buen humor, da en la una de esas mujeres que no lo tienen, esto es que son unas sosas o en la voz de un mozo mal angel (malangel), y aquella o éste en vez de contribuir con su ofrenda al lustre de la fiesta, se apodera de las viandas y las come, o dispone de ellas a su antojo devolviendo el canasto vacío.
A esto se le llama una patochada, una gracia mohosa.

 (Carnaval 1871- El Rincón del Estudiante)
 
Finalmente el candilejo es el pretexto para celebrar una fiesta más, fiesta que revista los caracteres de todas las andaluzas, sabido es que los andaluces son pródigos como ellos solos y rumbosos como pocos. No extraña, por tanto, ver un candilejo llevado a palanca por mozos de cordel.
Tanto son los regalos que hacen al niño de pila los vecinos y vecinas, amigos de las muchachas, a quienes se les puso entre ceja y ceja hacer un candilejo.

 (Carnaval 1897 - El Rincón del Estudiante)

Y días después comienzan como cada año, las Fiestas de los Carnavales, la cuales cada uno vive conforme a sus posibilidades.

Fuente de Datos:
*Texto extraído del libro “Costumbres Populares Andaluzas”, de Luis Montoto.
Imágenes:
*Rincón del Estudiante
*Todocolección.net
*Internet