Aquellos Corrales

martes

Hubo un tiempo, y no hace mucho como todos sabemos, en el que en Sevilla (y la mayoría de las ciudades andaluzas) abundaban los Corrales de Vecinos, aunque fuera en Sevilla donde adquirieron un mayor desarrollo. De unos años a esta parte se fueron perdiendo, aunque en la actualidad quede alguno que otro. Y es una pena que se perdieran, porque los Corrales eran la viva estampa de lo que el pueblo vivía en cada momento.

Corral del Conde en 1850


Según algunos historiadores, ya existían en el siglo XIV, aunque su total desarrollo se realizó en el siglo XVI.

Su origen parece ser que viene de los adarves árabes, que eran callejones sin salidas, y del currazas mozárabe, amplia estancia sobre el que se abrían las puestas de las viviendas.



Corral principios siglo XX

La estructura del Corral de Vecinos es similar en todas las ciudades andaluzas: un gran patio rodeado de habitaciones que desembocaban en él. A las habitaciones se las denominaba salas, y podían estar divididas en una, dos, e incluso tres partes. Generalmente una hacía las veces de comedor y las otras de dormitorios. Los patios constaban con dos plantas, formando alrededor de la planta superior, una especie de corredor protegido por una barandilla sobre la que solían apoyarse los vecinos para hablar con el de enfrente o con el se abajo, según se terciara.


En el centro del patio solía haber un pozo o una fuente, de la cual se proveían de agua los vecinos. También constaba de una pequeña estancia a modo de lo que hoy llamaríamos trastero, y otra dedicada a los lavaderos, dónde se encontraban alineadas las pilas de piedra para lavar la ropa.

La cocina, al igual que los lavaderos, era común para todos los vecinos, así como el retrete, que se encontraba en el lugar más alejado del patio, y cuyos desechos desembocaban en un pozo negro.


Corral del Conde a principios del siglo XX

Corral del Agua


Los habitantes de los Corrales de Vecinos eran gente muy humilde, y allí convivían y de todas las calañas, tanto el ratero como el panadero, como el usurero, pero en general todos formaban parte de una gran familia, prestos la mayoría a ayudarse mutuamente, como la “guena gente” de entonces, aunque desde luego eso no impedía que constantemente hubiera disputas y trifulcas entre ellos, llegando la mayoría de las veces a las manos.


Corral de Vecinos en 1903


Las mujeres se afanaban en tener el patio bien engalanado de macetas y flores. Colocaban alrededor del pozo geranios, gitanillas, y claveles; la zona de sombra estaba destinada a las aspidistras, y la flor del jarro. Por los rincones no faltaban las damas de noche ni los jazmines, y en julio y agosto el olor a nardo lo inundaba todo.


En los Corrales de Vecinos se celebraban los bautizos, las primeras comuniones, las bodas, los parabienes y cualquier clase de evento. Eran celebradísimas las Cruces de Mayo, y en ninguno faltaba una guitarra, unos palillos y una guapa mocita con una moña de jazmines en el pelo. Se cantaba, se bailaba, al son de las palmas y de la música, y se lloraba y se velaba al difunto que partía hacía otra vida.

Nada era de nadie y todo era de todos. Se compartían alegrías y penas, miserias y prosperidades, enfermedades, hambre y penurias… Y por encima de todo, la vida.

Un Corral de Triana sobre 1880


Hoy día casi todos los Corrales de Vecinos de Sevilla han desaparecido, y de los pocos que quedan, muchos han sido destinados para el uso de la hosteleria, pero todos, todos, han quedado para la historia.

La Alameda De Hércules, Doble Vida

domingo

Alameda de Hércules 1574
Antaño, la Alameda era uno de los brazos del río Betis, en tiempos de los Visigodos y que posteriormente se convirtió en laguna, denominada como “Laguna de la Peste” y “Laguna de la Feria”. Debido a las crecidas del río Guadalquivir, se convirtió en un terreno pantanoso y maloliente, foco de parásitos y enfermedades en la época de calor, llenas de inmundicias y vertedero de las aguas fecales.

En 1574, don Francisco de Zapata, Conde de Barajas ordenó desecar dicha laguna y plantar en su lugar multitud de álamos. Desde entonces pasó a llamarse “la Alameda de Hércules”, tanto por el alamar como por las dos columnas romanas que se levantaron en su extremo con las estatuas de Hércules, (mítico fundador de Sevilla) y de César.
Entre 1595 y 1661 se plantaron más de 700 árboles, que eran regados con las aguas del río, así como numerosas fuentes, y la Alameda se convirtió en un lugar de paseo. Por sus largas avenidas colmadas de árboles, transitaban los paseantes, tanto en carrozas como a pie, disfrutando del fresco de la arboleda y del agua de las fuentes.
Antiguos Hércules de la Alameda - Litografía - S. Martí Siglo XIX

Era pues una de las más importantes plazas de Sevilla (la principal era la de San Francisco), sobre todo por tratarse de una plaza “natural”, tomando una imagen señorial, cuando funcionó como una especia de plaza-salón, donde coincidían la aristocracia, la burguesía y los gremios.
La mayoría de los escritores, y sobre todo pintores románticos, dejaron testimonios gráficos de su trazado urbano y de las ya citadas fuentes de agua y abundante arboleda, así como de sus paseantes ya fuera en coches de caballo o a pie. Esta imagen idílica sed prolongó hasta el siglo XVIII.
Primera mitad siglo XIX - Guichot
A partir de esta fecha fue perdiendo su fisonomía, desaparecieron la mayoría de los álamos y los canalillos para su riego, lo mismo que sus fuentes, conservando tan sólo las columnas de Hércules. En definitiva perdió su grandiosidad.

A finales del siglo XIX La Alameda comenzó a desarrollar una doble vida, siendo el paseo preferido de las mañanas dominicales de otoño e invierno y en las tardes y noches de primavera y verano. En paralelo existía una vida nocturna que ampliaba su influencia en un amplio radio de acción, prácticamente en todas las calles y plazas de su alrededor.

 Esta etapa alcanzó su mayor auge entre 1920 y 1930. Las guerras de Africa y España fueron etapas cruciales para esta nueva actividad de la plaza, por ser Sevilla enclave militar de retaguardia y llegada de soldados y pertrechos, además de contar con hospitales militares y civiles que atendían a los heridos.
Había pues una población flotante de soldados de paso y de regreso de los frentes, que frecuentaban la Alameda en las noches a la búsqueda de desahogos carnales y ávidos de divertirse, proliferando de este modo en ella la prostitución y los placeres prohibidos.

La Alameda con los kioscos a ambos lados
Se llenó entonces la plaza de kioscos de bebidas en el andén del paseo central, piezas básicas del entorno, de cines de verano y de personajes populares que hacían su agosto cada noche en este entorno que proliferaba, es decir, fotógrafos ambulantes, floristas, betuneros, vendedores callejeros y por supuesto los artistas de la noche; cantaores, guitarristas y bailaores.


La prostitución se organizaba bien en las casas de citas, en plena calle o en bares de alterne como Casa Morillo, bar, tienda, restaurante de reservados y lugar de fiestas famosas.

Al lado izquierdo del paseo, y cerca de la esquina del andén se levantaba el primer kiosco, el de Camilleri, que era de cristal de colores y de estructura de hierro en estilo romántico, y lucía un precioso anuncio modernista de anís del clavel.
Kiosco Camilleri en La Alameda - Primera mitad siglo XX
La Casa Morillo casi destruída
Las Siete Puertas
Igualmente, se encontraba Las siete Puertas, bar de alterne con salón y lugar preferente para los amigos de la noche, dónde se exhibían fotografías del doctor Fleming, descubridor de la penicilina, al que la izas, rabizas, y colipoterras sevillanas y su clientela tenían eterna gratitud por ser el medio y remedio de las tan abundantes y contagiosas enfermedades venéreas.
Más adelante se encontraba también el de Joaquín, junto al cine Villasol; el de Antonio El Cartero, el de Trigo, el aguaducho del Ronco y el puesto de helados de Antonio, que los hacía a la vista del público. También estaban en la parte derecha del Andén el de Villasol, dónde en verano se hacían teatros y murgas, el de Vigil, que también era de cristal de colores y que era conocido como Villa Conchita, y el Plus Ultra, que estaba pintado de verde claro y molduras en blanco. Allí paraban jugadores y directivos del Real Betis Balompié y médicos de la Clínica La Montaña, la mayoría de ellos republicanos.
La Sacristía
Igualmente había otros establecimientos simbólicos de la noche Sevilla. Uno de los más populares era La Sacristía, cuyos dueños eran veteranos de la Alameda. Era bar, tienda de comestibles y restaurante con reservados, donde paraban generalmente tanto policías como parroquianos, y dónde Nieto, el cocinero era muy estimado por las sabrosas tapas que preparaba. En Casa parrita, cerca de la calle Arias Montano, terminaban la mayoría de las fiestas nocturnas comenzadas en los kioscos del andén central al atardecer.
En la calle de atrás, la de Leonor Dávalos se encontraba el más famoso cabaret de Sevilla, Zapico, institución de la noche desde los años veinte.
Otros establecimientos simbólicos eran la barbería de don Federico, hombre de descomunales mostachos y un blanco impoluto desde 1917.
Bar-Tienda "Los Majarones"
Había en fin una interminable cadena de establecimientos: El bar-tienda de “Los Majarones”, antiguo club Gallito, la sala de fiestas “Casablanca”, el Hotel Continental, después llamado Control, lugar de cita durante muchos años. Allí, a finales de los años cuarenta y principio de los cincuenta trabajó uno de los homosexuales más populares de la Alameda, Pepa “La Gañafota, personaje muy humano, de edad indefinida, con el pelo canoso, largo y aleonado, y que se ponía un babi blanco cuando iba a los kioscos con una cafetera a por café.
Dispensario

Por último, en la esquina Norte de la Alameda, frente a la calle Peris Mencheta, estaba el Bar Eureka, bodegón antiguo de altísimo techo, donde ponían tapas de barbo frito y en adobo, cuyo olor se percibía en toda la calle.
Todo este mundo tenía muchas derivaciones en los aldeaños y calles adyacentes. Bares, tabernas y bodegones abundaban por doquier, y por supuesto los que dieron a dar fama a la Alameda: las casas de cita, que llegaron a ser numerosas y populares amén de excesivamente frecuentadas.
Las casas de cita eran conocidas por el nombre de sus dueñas: Rosario “La Cangreja”, Lola “La Ecijana”, Lola “La Marchenera”, “La Josefilla”, Luisa “La Pescadera”, Carmela “La Guapa”, también conocida como “La Recovera”, Blanquita “La Cordobesa”. Otras anteponían un “doña” respetado por la clientela y las pupilas y que le daban mayor caché: Casa de doña Luisa, Casa de doña María Pepa, Casa de doña Carmen “La Vicera”, y así un largo etc.
Por sus calles pululaban “mariquitas”, betuneros, taxistas, matones, chulos, carteristas de postín, caricatos, celestinas, agentes artísticos, vendedores de preservativos, de pasteles, de postales eróticas, de tabacos, cerilla y papel de fumar, médicos de enfermedades venéreas, freidores de pavías, pescados y calentitos. Estancos, panaderías y todo tipo de negocios cerraban de madrugada o abrían al amanecer para atender a la clientela noctámbula. Había también academias de baile, la más famosa la del maestro “Realito”, en la esquina de la calle Trajano, de dónde llegarían a salir las más famosas estrellas del flamenco y de la copla.
Puesto de calentitos - primera mitad siglo XX
La decadencia de esta etapa de la Alameda comenzó a mediado de los años cuarenta promovida por el régimen de la época que decidió acabar con el libertinaje y la prostitución, eliminando tanto los prostíbulos como los establecimientos de bebidas. Ya en 1949 habían desaparecido la mayoría de kioscos de bebidas, piezas básicas del paseo, los cines de verano y los personajes populares en aras de la Cruzada Nacional de la Decencia, sin embargo tan solo consiguieron arruinar a los industriales de la hostelería, y a los personajes que se ganaban un sueldo al calor del ambiente costumbrista y mundano, porque la prostitución no se fue de la Alameda, sino que se organizó en casas clandestinas en un ambiente de ocultismo. Allí seguían su oficio las “doñas”, las prostitutas, los chulos y el mundo entonces escondido de la homosexualidad. Comenzaron a proliferar los delincuentes y las reyertas, eliminando así los tan frecuentados paseos matutinos y vespertinos de la gente de a pié, que cambió su escenario haciendo el recorrido desde la plaza de La Campana hasta la plaza de San Francisco.

(Para elaborar esta entrada me he basado en el libro de Nicolás Salas “Sevilla en tiempos de María Trifulca”, Tomo II, de dónde he tomado parte del texto y las fotografías de las antiguas casas de la Alameda.
También he utilizado los datos que se dan en la página http://www.degelo.com en su apartado Plazas de Sevilla.
 Las imágenes las he tomado de: www.oronoz.com, http://www.ebay.es,
 La fotografía del Puesto de Calentitos la he sacado de: http://www.lafotograficaband.net/foro/index.php )

Los Concursos De Balcones

miércoles


Entre finales del siglo XIX y principios del XX, y coincidiendo con la Feria de Sevilla, se instauró en la capital el “Concurso de Balcones”, concurso del que el barrio de Triana se llegó a hacer pionero, dada las numerosas ocasiones en que fue premiado. Nada más empezar la primavera, y con ella la llegada de las fiestas, ya fuera por el sustancioso premio (300 pesetas de la época), o por pura idiosincrasia inquilinos y vecinos se afanaban en engalanar sus balcones con la ilusión de que el suyo, fuera el mejor, el más bonito, el más vistoso… el premiado.
Como todo estaba permitido, utilizaban para su embellecimiento todo aquello que le diera vistosidad, mayormente macetas sacadas de sus patios. Gitanillas, geranios, flor de la china, palmiras, la flor de la suegra y la nuera, y los más sevillanos, claveles y rosales.
Había quien colgaba las jaulas de los canarios y jilgueros, colocaban maceteros de pie alto en una esquina, y engalanaban las rejas con mantones de Manila, bordados de artesanía y ajaezados con flecos. Por supuesto las guirnaldas florales alrededor del balcón no podían faltar.
El día del veredicto se hacían tertulias en los patios, se cantaba y se bailaba al compás las guitarras y del vinillo, y las mocitas vestían mantillas y peinetas para lucirlas desde el balcón.
Triana relucía con la majestuosidad de sus balcones. A mitad de los años 50 del siglo XX, esta tradición desapareció por completo, ya fuera por motivos del régimen, por la escasez de medios económicos, o por la represiva situación en que se vivía.
(Nota: (Imágenes fechadas entre 1900 y 1906 Todas las imágenes están tomadas de Todocolección.net y eBay, deicadas a la compra-venta de antigüedades.)