Verano En Sevilla, Calor Cotidiano

domingo

("La Siesta"-1907 - José Villegas Cordero)

Durante los meses del estío, el calor no perdona en Andalucía a ser viviente alguno, sobre todo en las horas centrales del día, cuando los candentes rayos solares caen sin piedad como espadas de fuego sobre la tierra.
Y Sevilla siempre ha estado en el centro de la diana, y con ella los sevillanos, que pasaban el verano cobijados en las casas antiguas que poblaban Sevilla, con sus patios y sus fuentes en los pisos bajos, los suelos de ladrillos y los pilares de mármol. Mármol que las mujeres mantenían bien limpios, lo cual, unido a las velas que les ponían a los patios por lo alto, impedía que entrara el sol y el calor del verano.
("La Costura en el patio" - anuel garcía Rodríguez)
Refrescaban mucho el ambiente las fuentes de pie que había en casi todas las casas, en medio de los patios entoldados, cuya agua provenía de los Caños de Carmona.
Es por eso que durante este periodo, los habitantes de la casa solían trasladarse al piso de abajo, más protegido del calor, y daban buena cuenta de un refrescante gazpacho a cualquier hora del día.
 ("Una tarde de verano"-1910-José Villegas Cordero)
Pero el principal punto de veraneo, o manera de refrescarse los sevillanos, era, como no podía ser de otra forma, el Guadalquivir, en el que se colocaban vallas y cajones y que constituían las mayores distracciones en los meses estivales.

Las autoridades cuidaban del buen orden y gobierno de los baños del Guadalquivir, editaba bandos y ponía normas para evitar abusos, castigando a los posibles viciosos y osados.

Los cajones y vallas se situaban en los Humeros, en la Macarena y La Barqueta, al pie del puente de Barcas, delante del colegio de San Telmo y en la orilla de Triana, frente al convento de Los Remedios.
En el siglo XVIII y principios del XIX estaban designadas con toda claridad las horas para remojarse los dos sexos, haciéndolo las mujeres desde la madrugada hasta las once de la mañana y los hombres hasta el toque de oraciones, dejando los baños enteramente desocupados para cuando entraran de nuevo las mujeres.
 ("El embarcadero" 1906 - José Villegas Cordero)

Igualmente hacían gran uso del hielo, del cual se poseía en Constantina un gran número de pozos de nieve, suficiente para atender al consumo público, y además no faltaban asentistas que por su cuenta traían el hielo de otros puntos, y surtían a Sevilla en las estaciones veraniegas.
Se vendían por neveros a cinco cuartos de libra la nieve, y todos los sevillanos sentían una gran necesidad de consumirlo, así como los refrescos y bebidas heladas y frutas frescas.

Era una necesidad obligada después de almorzar echarse una indispensable siesta en una mecedora a la sombra del patio, protegidos por las hojas de las plantas que lo engalanaban,  evitando así las horas en que Lorenzo abraza con sus rayos a todo lo que pilla.
("El patio de una casa" - 1909)

Cuando ya el “Lorenzito”  se iba retirando, los vecinos salían de sus casas, limitando su distracción a pasearse por el Arenal, la Alameda o la Barqueta, donde no podía faltarles su ratito de descanso en algún puesto de agua de los más acreditados, y en el cual, por lo general, se formaba a la misma hora un poquito de tertulia.

Se consumían vasos de horchata o de agua con anises y sus gotas de nitro, para retirarse de nuevo a sus casas al toque de Oraciones.
 ("Paseo Veraniego" 1917 - Dibujo de Spi para La Ilustración Española y Americana)

La gente que era de posibles, solían trasladarse a muchas de las fincas o “casas de descanso” que había en los alrededores de la ciudad, particularmente próximas a la orilla del río, y en donde libres de cuidados y con todo sosiego, comían, rezaban, dormían y tomaban el fresco, respirando aire libre y desembarazado, que les fortificaba el cuerpo y el espíritu.

También las que eran de “menos posibles” se buscaban la manera de pasar unos días refrescantes sin tener que hacer desembolso alguno en las “casas de descanso”. Para ellos estaban las Huertas, bien en las orillas del Guadalquivir, o bien en las afueras de la ciudad.
Siempre había quien contaba con un pariente o conocido que poseyera o trabajara en una Huerta, y allí se trasladaba toda la familia para pasar una jornada al aire libre y al fresco.
("La Alquería" (huerta) - Joaquín Sorolla y Bastida)
Los chiquillos se remojaban salpicándose del agua que salía fresca de la noria, o sumergiéndose en las frescas albercas, en las cuales el agua entraba y salía continuamente procedente de alguna fuente o manantial cercano.
(" El rincón de los Pájaros" 1889 - José Jiménez Aranda)
Chapuzones, carrerillas entre las tajeas del riego, y el mojarse con el agua de la cubeta del pozo, no faltaban en ese largo día, que para ellos, pasaba como un suspiro jugando a todo lo que sus imaginaciónes ideaban.
("Los pequeños naturalistas" - José Jiménez Aranda)

A mediados de los años 20, Sevilla pasó a contar con una playa, pues no podían ser menos los sevillanos que sus convecinos gaditanos u onubenses, y así, en la zona del antiguo cauce del río Guadaira, en la Punta del verde, en la recién construida corta de Tablada. Allí la gente acudía en tropel los domingos, y raro era el domingo que no resultaba algún que otro ahogado.


Incluso llegó a construirse, dentro de la misma río, una piscina a la altura de la plaza de la Plaza de Cuba, a la que solamente tenían acceso los privilegiados, pues era previo pago.
(Bañistas en una piscina dentro del río) - ABC

Costumbres y usos del verano antiguo sevillano que han desaparecido casi totalmente. Ya tan solo queda el calor sofocante y abrumador del que protestan los que no salen a veranear, que afortunadamente son pocos, porque hoy en día la gran mayoría tienen posibilidades de hacerlo.


Bibliografía:
*Estampas Sevillanas del Ochocientos - Centro Municipal de Documentación Histórica
*Hemeroteca ABC

Los Baños En María Trifulca

martes

(Eucaliptos a la orilla del Guadalvir - años 50)
A partir del primer cuarto del siglo XX, Sevilla, para no ser menos que las poblaciones costeras, también contó con “playas” propias.
La Barqueta, en la Macarena, y Los Humeros, frente a la tapia de la calle Torneo, fueron zonas de baños infantiles, para los chiquillos de Triana, La Macarena, San Vicente y otros colindantes,  y como no, la playa de María Trifulca, en la Punta del Verde, playa polémica por el elevado número de ahogados que se producían cada fin de semana dada su peligrosidad, pues además de la fuerza que llevaba la corriente por ser una parte de río abierto, también era uno de los lugares en los que los graveros y areneros dejaban grandes socavones en los que luego se formaban remolinos producidos por las corrientes, verdaderas trampas mortales para los bañistas, y también por otros motivos que serán contados en otra ocasión.
Parece ser que el nombre de esta playa se debe a que allá por los años veinte, vivió en las cercanas tierras del cortijo del Batán, una vieja mujer, de nombre María y de pasado oscuro e incierto y que hizo de su chozo de hortelana en un ventorrillo cerca del río.  Se decía que había sido la madame de una casa de citas en la calle Montalbán. Sus apellidos eran desconocidos, y ella retraída y medio ermitaña, de carácter agrio y conflictivo, se ganó el apodo de “La Trifulca”.
Esta playa, estaba terminantemente prohibida para los más pequeños. Solamente se les permitía acceder a ella una vez hubieran aprendido a nadar en las aguas de las otras playas como la de Chapina, Los Humeros o La Barqueta que eran además las menos peligrosas.
Estaba situada en la zona conocida como Punta del Verde,en los cortes del antiguo cauce del río Guadaira (actual puente del v Centenario), que quedó divida en dos cuando se construyó la corta de Tablada, creándose así una doble playa o sea, con dos orillas, de unos doscientos metros en cada una de ellas.

La gente tenía acceso a ella principalmente por Heliópolis, pero también se llegaba a la zona de baños por el cortijo del Batán y las huertas colindantes.
(La playa de María Trifulca en los años 30)
Los domingos y festivos, ya desde muy  temprano, comenzaba a llegar la gente a la playa, bien tomando el acceso desde Heliópolis o bien desde el Cortijo del Batán. Las familias casi al completo, con el consabido aprovisionamiento, los grupos de jóvenes, decididos a formar un buen jaleo y divertirse, y la chiquillería,  a hurtadillas tras haber escapado de sus casas poniendo tal o cual excusa para salir. Cualquier cosa antes que confesar que marchaban a la playa de María Trifulca.
(La playa de María Trifulca en los años 30) 
Varias ventas había en la margen izquierda, además del embarcadero, y arriba de la amplia explanada de arena y barro, se extendía un bosque de eucalipto, lugar de descanso tras la comida para disfrutar de la consabida siesta.
La orilla derecha era más amplia. En esta orilla se encontraba lo que llegó a ser el símbolo de la playa: dos enormes eucaliptos que se veían desde bastante lejos. Además contaba con dos improvisados trampolines desde los que los jóvenes se arrojaban al agua haciendo mil y una piruetas, y que no era más que dos embarcaderos, el de una empresa de desgüace de barcos y el de Mije.

 (En los años 40)
En ambas orillas existían además distintas ventas, ventorrillos o chozos convertidos en ventorrillos.
Se podían contar las ventas de Concha, de Alonso, de La Cigüeña (ésta entre el bosque de eucaliptos), y los dos chozos convertidos en ventorrillos de La Francesca y La carbonera, en la margen izquierda, y ya en la margen derecha, estaba el ventorrillo de Pepe o del Batán, que luego sería Venta Antonio, donde se guisaban los domingos conejos y gallinas con arroz, y los ventorrillos de Pepa Linares y el del Pernales.
La “Tasca Manolo” no era sino un pequeño barco pesquero que había quedado encallado en el antiguo Cauce del Guadaira, y que fue convertido en bar. Allí no faltaba el vino ni la zarzaparrilla.

No se quedaban pues, los sevillanos, sin haberse dado un buen remojón los domingos, contando las historias de los ahogados, del misterioso pasado de  María Trifulca, y del barquero Peana, que cobraba veinte céntimos en los años 20 por cruzar a los pasajeros desde la Barqueta a la playa.

Bibliografía:
*Sevilla en tiempos de María Trifulca - Nicolás Salas

*Hemeroteca ABC

Tomar Las Aguas, Baños De Verano

lunes


("En la playa" - Dibujo de Manuel Alcázar para La Ilustración Española y Americana - 1888) 
 
La costumbre del veraneo ya existía en el siglo XIII, aunque solamente disfrutaban de ella una minoría aristocrática; no fue hasta finales del XVIII cuando este hábito comenzó a iniciarse en el norte de España, fundamentalmente por la familia real. Posteriormente se iría popularizando y extendiendo por toda la península, prioritariamente hacia el Mediterráneo antes de la guerra civil, y masificándose a partir de los años sesenta. 

El origen del veraneo se forjó debido a la recomendación de los médicos como medio de salud, junto a fuentes de aguas termales o a la orillas del mar. Como ya se ha dicho, la familia real apuntaló esta moda, que en el siglo XIX ya gozaba de un considerable número de veraneantes, mayoritariamente perteneciente a la aristocracia y a las altas clases sociales.

(La Reina Victoria con sus hijos, el príncipe de Asturias y el infante don Jaime en la playa de San Sebastian - Agosto 1910)
 Acudían a “tomar las aguas”, en balnearios termales como Solán de Cabras, que ya existía en el siglo XVII, y que cobró su mayor apogeo en el siglo XIX, buscando la recuperación o precaución de la salud en sus aguas curativas, y una escapada al calor del estío,
(Real Balneario de Solán de Cabras)
 o el balneario de Lanjarón, reconocido como tal en 1770  donde los personajes más famosos de la época acudían a descubrir el beneficio de sus aguas.
(Lanjaron - principios siglo XX)
Paralelamente al descubrimiento que se produjo del veraneo en los balnearios de aguas termales, se hizo el de las aguas marinas, movimiento igualmente promovido por los médicos que vieron en ellas un poderoso agente para la conservación de la salud y un recurso terapéutico para recuperarla, en caso de que ésta se hallara debilitada.
En principio, estas curas veraniegas se centraron en las frías aguas del norte.

(Castro Urdiales - Cantabria) - Fotografía: Exposición fotográfica de Castro Urdiales
  San Sebastián sería, junto con Santander el lugar de veraneo por excelencia, a partir de que lo frecuentara Isabel II, seguida de miembros de la realeza y nobleza.
 (Bañistas en San Sebastián en 1917)-Fotografía de Lupe Sanz Bueno
Más tarde se descubrirían los valores positivos de las aguas cálidas del Mediterráneo,
(Principios siglo XX - Torrevieja-Alicante) foto de Rose Mary Ingrid Bratt
Y décadas más tarde, también en Andalucía se desarrollaron algunos centros turísticos en los núcleos costeros de la provincia de Cádiz, sobresaliendo Sanlúcar de Barrameda, que sería escogida como lugar de descanso estival por los Duques de Montpensier.



(Playas de Sanlucar de Barrameda)

o la propia capital Gaditana, que hacia 1879, contaba ya con una considerable afluencia de visitantes.
(Balneario - Playa Reina Victoria - Cádiz)-Foto: Antiguas fotos de Cádiz
También Málaga hizo gala de sus playas y cálido clima, llegando, en 1897, a emular a Niza o Cannes convirtiéndose en la “Riviera española”
(Málaga) - Fotogrfía de Inda 


Luego se extenderían a las Islas Baleares y las Islas Canarias.
(Tarjeta postal de Tenerife - 1912)

Aguas termales y aguas marinas fueron los dos recursos para asentar las bases del veraneo y el turismo español en el siglo XIX, que dejaron un poco de lado el veraneo hecho por motivos de salud, cambiándolo por el del placer y diversión.
La clase media (y la poco menos que media) comenzó de despertarse y a viajar ya desde comienzos del siglo XX. 


Se pusieron de moda los conocidos “Trenes Botijo”, que acercaban a los veraneantes a la costa, y de allí  enlazaban con trenes de vía estrecha que los llevaban a las nuevas playas, vírgenes y pintorescas.

 ("El Tren Botijo a su paso por Murcia") - Imagen de Murcia
Poco antes de que amaneciera tomaban el tren desde el interior a la llamada del mar. 
Los nuevos turistas paseaban por la orilla, se daban largos baños, jugaban con el agua y disfrutaban de la brisa.
 


("Bañista en la playa de la capitan donostiarra" - Revista Blanco y Negro - 1903)
 Comenzaban a verse por la arena las cestas de mimbre provistas de viandas, sombrillas, toldos, tumbonas; trajes de baño que cubrían el cuerpo casi por completo y pesados albornorces.

 En 1928 se creó el Patronato Nacional de Turismo, se construyeron albergues y se ampliaron las vías ferroviarias.  










 (Oficina del Patronato Nacional de Turismo - Años 30)
Los mejores cartelistas del país  (Renau, Baldrich, Vázque, Penagos) contribuyeron con sus carteles a promocionar un turismo cada vez más amplio.



(Ilustración de Rafael de Penagos-1927-Museode Bellas Artes de Bilbao)

 
 (Promoción turismo Santander - Rafael de Penagos)
(Acuarela y guache sobre cartón - 1942 - Rafael de Penagos)

Desgraciadamente, la crisis económica de los años treinta, unida a los vaivenes políticos lastraron las realizaciones promocionales del Patronato Nacional de Turismo y su trabajo para proliferar el turismo en España.

Luego, la guerra civil y sus consecuencias alteraron radicalmente el rumbo del turismo español, desviándolo para siempre de su tradición original y cortándolo casi de raíz en los años de la posguerra, dado los escasos medios económicos.


No fue  hasta 1948 cuando el Gobierno español, comenzó a promocionar a España como lugar trurístico de cara a países extranjeros, consolidando un aumento de construcciones en la Costa Brava, Mallorca y la Costa del Sol. 

(Costa Brava - 1950)
(Folleto turístico de Palma de Mallorca)

A mediados de los años cincuenta del pasado siglo, las playas eran el destino por excelencia de los que pretendían disfrutar de uno o varios días de solaz.
Familias enteras preparaban el día anterior las provisiones para pasar un día de playa. La madre se esmeraba en cocinar un buen pollo al ajillo, la consabida tortilla de patatas y si la economía lo permitía, una cacerola repleta de bictes empanados. 

Por supuesto no podía faltar la sandía.

(Familia en la playa en 1950 - Imagen de Julian Ibañez Venegas
(Muchachas con trajes regionales promocionan "El día del Turista" en una playa de Almeria - 1970)
Y así, como mulos de carga, emprendían desde la estación el caminito a la playa, dando buena cuenta tanto del agua, como del sol, y por supuesto de las viandas, emprendiendo la vuelta al atardecer, desprendiendo arena por los cuatro costados, el cuerpo achicharrado por los rayos del sol (prácticamente no existían las cremas protectoras), y felices de haber podido disfrutar del mar.
 

A partir de los años setenta, el veraneo ya estaba casi al alcance de cualquiera. El avance de los medios de locomoción contribuía a ello, cambiando el “Tren Botijo” por el “Seiscientos” y posteriormente por el “Simca 1000”.


Hoy se han invertido los términos y el veraneo que era privilegio solamente de una minoría, ha pasado a ser algo cotidiano para la gran mayoría, aunque posiblemente haya quien cambiaría con gusto la paella del chiringuito, por el pollo al ajillo o la tortilla de patatas de antaño, con arena incluida.

Bibliografía:
*El Turismo en España - Carlos Larrinaga
*A la playa en Tren Botijo - Ana Moreno Garrido