Tabernas Añejas

miércoles

A finales del siglo XIX y principios del XX, el trabajador, el hombre del pueblo, y heredado desde muy antiguo, no comprendía amistad que no se jurara ante una botella de vino, ni trato que no se perfeccionase bebiendo un par vasos. Muy a diferencia del de hoy, el hombre de aquél tiempo que no bebía era, en el concepto popular, como el que no fumaba: un pobre hombre.

Decían la gente de entonces: “A mí déme usted un hombre que beba y que fume”, porque la bebida y la generosidad iban unidas según su entender.

(Una Taberna en Málaga - Siglo XIX)

El andaluz que bebía un vaso de vino estaba dispuesto siempre, en todo lugar y ocasión, a convidar no ya a su amigo, sino a la primera persona que le saliera al paso, que un vaso de vino no se niega a nadie, como no se niegan los buenos días y la candela del cigarro.

La taberna era el lugar preferido por los trabajadores para matar en él sus ratos de ocio, hablar con los amigos, celebrar sus tratos y contratos, y jugar a las cartas.

("La Carta en la Taberna" - dibujo de Manuel Cara y Espí- Octubre 1900)
Solía ser la taberna un local no muy amplio, distribuido en varios compartimientos llamados cuartos, separados los unos de los otros por tableros que no tocaban el suelo, numerados y pintados con colores verdes y amarillos. En el centro de cada cuarto había una mesa sin pintar y la tapa pintada de rojo o verde. A su alrededor sillas toscas con asientos de eneas. Las paredes blanqueadas no tenían, cuando los tenían, otros cuadros que no fueran los que representaban a la lidia de toros o a toreros famosos, así como todo lo relacionado con la fiesta taurina.

A la entrada de la taberna se hallaba el mostrador, detrás del cual el tabernero sirve a los marchantes que de pie, y como quien dice al paso, toman una copa o una caña.

Generalmente al tabernero le ayudaban uno o más mozos de pocos años, que se encargaban de llevar el vino a los cuartos, cobraban las convidadas e iban apuntando con tiza en una pizarra lo que iban debiendo los bebedores según iban pidiendo.

Detrás del mostrador se encontraba una estantería llena de botellas de vinos unas, de licor otras, y a un lado y otro, superpuestos y en hileras, estaban los toneles, botas y barriles que solían tener en su frente el nombre del líquido que contenían, y a veces también el nombre del cosechero y del pueblo o ciudad en donde se labró el mosto.

A la derecha o a la izquierda, que esto era indiferente, estaba el lebrillo o pileta donde se lavaban los vasos, y éstos se colocaban bocabajo sobre el mostrador o la estantería.

(Oleo sobre tela "La Taberna", atribuído a Pablo Talavera - Siglo XVIII)

El vino se vendía por botellas; en vasos, que por su cabida los llamaban cuartillos o medios; y en cañas, que eran vasos de cristal, entrelargos y cilíndricos. En éstos se servía la Manzanilla o el vino de Sanlucar. Cuando el vaso se llenaba hasta arriba pasaba a denominarse Bolo.

El aguardiente y los licores se servían en copa de cristal.

El aguardiente y la manzanilla eran las bebidas preferidas por los consumidores, y cuando el cliente no podía permitirse pagar este tipo de bebidas, se conformaba con el blanco o de la tierra que denominaban de la hoja, o con el duro que llegaba desde Valdepeñas.

Cuando el vino ya estaba apurado y querían pedir una nueva ronda, daban un par de palmadas al aire, que esa era la manera de llamar al camarero o al mozalbete que los servía.

En una taberna nunca faltaba el cante, ni el rasjeo de una guitarra, como tampoco el vendedor ambulante de camarones y retales de mojama que ofrecían por las mesas a buen precio, y se llevaban así el jornal a su casa, vendedores que eran muy bien venidos por el tabernero que veía como la sed hacía estragos en sus clientes y volvían a pedir otra ronda de vino.

Tampoco faltaban en las tabernas las disputas y riñas entre los parroquianos que ya llevaban encima además de más de una copa, las navajas, a ser posible de muelles, puesto que cuanto más muelles llevara más ancha era la hoja, navaja que no dudaban en sacar e incluso usar en el contrario de su pelea, a pesar de que este delito era castigado con la cárcel.

Estos borrachos formadores de escándalos, eran expulsados del local y llevados a la casilla, lugar a modo de celda carcelaria dónde dormían la “mona” o borrachera.

El hombre en la taberna nunca, o casi nunca, bebía solo, que según decían, para que el vino sepa a vino había que tomarlo con un amigo, amigo que después de varias convidadas, pasaba a llamarse compadre, y ya compadreados, pasaban a otra taberna, y luego a otra, hasta que se daba el caso que volvían a sus casas sujetándose como podían a las paredes y esquinas.


Fuentes: Texto Costumbres Popupares Andaluzas - Luis Montoto
Imágenes: Todocolección.net, Andalucía Imagen, Google.

Zapatero Remendón

sábado

(Postal de finales del siglo XIX. El zapatero galantea a la clienta)

"..Zapa, zapa, Zapatero Remendón
Zapa, zapa, tus zapatos
duran menos que el carbón.."

No hace mucho que aún existía el Zapatero Remendón, con su figura sentada en una banqueta, de sol a sol. Ante él figuraba una pequeña y vieja mesilla, de poco menos de medio metro de altura, mugrienta y llena de los útiles del oficio: leznas, chabetas, pedazos de vidrios, agujas, hilos encerados con pasta llamada cerote, trozos de astas rellenos de engrudo y cajas y latas rellanas de betún; rodeado de botas, zapatos, zapatillas, sandalias y suelas agujereadas por el desgasto uso de sus propietarios.
Siempre tenía a la derecha o a la izquierda tiesto con agua, y cubría su delantera con un mandil de un mandil que fue blanco en otros tiempos. Su trabajo duraba la mayor parte de las horas del día, bien dedicado al mismo, o buscando desesperado
clientes para sacar el jornal.

La mayoría de los zapateros eran personas joviales y dicharacheros, y como si para ellos fuera una misma cosa coser y cantar, su trabajo iba acompañado de sus cantos mientras le daba a la aguja.

Generalmente el Zapatero Remendón solía vivir en los Corrales de Vecinos, formando parte de los inquilinos del mismo. Los días que en el corral andaba sobrado de trabajo, se entretenía hablando con el vecino que entraba o salía, incluso disfrutaba conversando con las vecinas, conversación que se mantenía a voces limpias, él desde su banquilla, ella desde su sala.

(Zapatero en una calle de Sevilla sobre 1920)

Había veces en las que el trabajo flojeaba en el corral. Ni los habitantes del mismo, ni los vecinos de los alrededores le proporcionaban trabajo. Entonces no le quedaba más remedio que echarse al hombro la mesa o la banquilla y probar fortuna haciendo un largo recorrido por las calles.
Solía asentarse con sus enseres en los sitios más frecuentados de las gentes que pudieran darle trabajo: las puertas de las fábricas con mayor número de trabajadores, las inmediaciones de las cárceles, presidios, cuarteles y mercados.

Los chiquillos que salían de la escuela se arremolinaban en torno a él, y le cantaban está coplilla a manera de burla, coplilla que por cierto también quedó en el sabor añejo del pasado:

“En la calle de la bomba
hay una zapatería
donde van las chicas guapas
a tomarse las medidas.

Con el refajito corto,
se les ven las pantorrillas,
al maestro le da vergüenza,
se ha caído de la silla”.
(Los clientes esperan que el zapatero termine su trabajo en 1910)

Las inclemencias del tiempo eran uno de sus mayores sufrimientos: en verano, se abrazaba por los rayos del sol, a punto de provocarle una insolación, y en invierno, recibiendo las lluvias que le calaban hasta los huesos, y los vientos que le azotaban de lleno. Así, con un poco de suerte, pasaba el día echando medias suelas, enderezando tacones, cosiendo descosidos, remendando y tapando las bocas del calzado del pobre.
Y luego, a la puesta del sol, volvía al corral, llevándose con los pocos cuartos que había ganado, un costal de noticias con las que entretener a sus convecinos.

Años más tardes, el Zapatero Remendón solía disponer de un diminuto local propio dónde realizar sus trabajos. Allí disponía de estantes donde colocar sus utensilios, y una desvencijada silla de eneas, para que pudiera sentarse la clientela que estuviera dispuesta a esperar que le reparara el calzado.

Hoy día el típico Zapatero Remendón prácticamente ha desaparecido. Existen, sí, pero ubicados en las grandes superficies, haciendo a la vez el oficio de cerrajería (copias de llaves), y de algunas otras cosas.

(Postal de un zapatero remendón fechada en 1904)

Posiblemente en algunos pueblecitos de nuestra geografía sigan existiendo tal y como antes, artesanos y amorosos de sus trabajo. Yo, desgraciadamente, no conozco en mi entorno a ninguno.

(Nota: Esta entrada está inspirada en el texto de Luis Montoto en su publicación “Costumbres Populares Andaluzas”.)

P.D. Buceando en Internet he encontrado este enlace que me ha alegrado mucho, porque es la prueba de que el Zapatero Remendón no ha desaparecido del todo.

http://zapatero_remendon.galeon.com/cuerpo.htm