Domingo De Piñata

viernes

(Carnaval 1897 - Grabado Español)

La Piñata se vincula con las celebraciones de la Cuaresma, transformándose el primer domingo de este periodo litúrgico en el “Domingo de Piñata”. La palabra viene derivada del término italiano Pignatta, cuyo significado en español es “olla frágil”, la cual se utilizaba el “Domingo de Piñata” haciendo la función de piñata.


Esta fiesta era vivida de forma diferente según las distintas posiciones sociales del pueblo, pero todos la disfrutaban paseando sus máscaras por las calles, bebiendo, cantando, gastando bromas y terminando con el tradicional “Baile de Máscaras” y la “Fiesta de la Piñata”.


(Billete de Señora para Bailes de Mascaras del Ateneo de Sevilla. Carnaval de 1934)


Se hacían invitaciones para el mencionado baile se imprimían invitaciones, aunque éstas por regla general iban destinadas a “los pudientes”.




































(Antiguas Invitaciones a Bailes de Máscaras)


Sin embargo la clase humilde, obrera y trabajadora no se achicaba a la hora de celebrar sus tan ansiadas fiestas. Después de haber pasado los días anteriores al Miércoles de Ceniza en broma continua y albedrío constante, y viendo cada vez más cerca los que la iglesia consagra a la meditación, al Cilicia y al ayuno, en conmemoración de la Pasión y Muerte de Nuestro señor Jesucristo, asistían al templo dónde el sacerdote católico ponía en la frente del pecador la fatídica ceniza, recordándole que es polvo y que en polvo habrá de convertirse.


De esta ceremonia tomaba pie el sevillano guasón hasta de sí mismo, para hacer algunas frases, que aplicaban muy oportunamente.

Así, al referirse al hombre que no se amedrentaba de nada y que parecía que era capaz de comerse a los niños crudos, decían: “a ese nadie le pone la ceniza en la frente”.

También, cuando querían dar a entender que una persona le había puesto las cosas claras a otro solían decir: “Fulano le puso la ceniza a Mengano”.


Les parecían interminables los días que pasaban desde el Miércoles de Ceniza hasta el “Domingo de Piñata”, cuando se echaban a la calle para dar el último adiós al desenfreno y a la locura.

Lucían los mismos disfraces, y volvían a reunirse en comparsas, recorriendo las calles, y burlando a todo el mundo hasta que llegaba la noche y rompían la Piñata.


(Baile de Máscaras en 1881)

Como ya se ha apuntado, a los teatros y salones de bailes de máscaras asistían aquellos quienes su posición social se lo permitía, haciendo derroche de lujo y ostentación, siéndole negada este privilegio, por lo tanto, no acudían actos sociales, pero los vecinos de a pie, de las casas de vecinos y de los corrales hacía en la sala del convecino de más buen humor una Piñata, que no tenía que envidiar nada a la que lucían los salones más aristocráticos.

(El Carnaval De1804 - Anonimo - Grabado Español)

La Piñata era una olla o cántaro de barro que colgaban del techo y que previamente habían llenado de dulces.

A la hora convenida se reunían en la sala los convidados a la fiesta. Cuando el vino ya había alegrado los corazones más triste, y habían empinado el codo más de lo permitido y tenido de carmín las mejillas de las buenas mozas, todas aquellas gentes pasaban a formar una sola familia por los lazos de la confianza, y procedían a romper la Piñata.


Todos los que formaban parte en la fiesta, hombres y mujeres, se vendaban los ojos y se armaban de palos o garrotes. Luego, uno a uno, desde el extremo de la sala, avanzaban a tientas hacia el sitio en que la Piñata estaba colocada y descargaban sobre ella los garrotes. Muchas veces azotaban al viento, y no pocas vapuleaban las costillas de algún curioso o entrometido, pero no por eso se aguaba la fiesta, ni llegaban a las manos los asistentes sino que se avivaba más y más.


La Piñata caía por fin, rota en mil pedazos; y todos se tiraban a tierra para recoger los dulces que venían de lo alto como desde el cielo. Entonces sí que la sala presentaba el más divertido de los espectáculos imaginables. Rodaban por los suelos hombres y mujeres, mozas y mozos, sin pararse ni andarse con remilgos. Se empujaban, se codeaban, se atropellaban. Todos intentaban recoger la cantidad mayor de dulces posible, sin importarles a las jóvenes recatadas que se les levanten las enaguas, ni de que se les deshojen las flores que perfumaban sus trenzas, ni de que ojos pecadores escudriñaran sus encantos que el pudor retenía en prisiones.


(El Carnaval EnSevilla - M. Tirado Grabado frances. 1878)


Con la caída de la Piñata moría el Carnaval, para volver a resucitar al año venidero, y cuando aún no habían acabado de recoger los pedazos rotos de la Piñata, ya estaban ideando en la del próximo.


Sobre de la segunda mitad del siglo XIX, los sevillanos celebraban el Carnaval a orillas del río Guadalquivir, proliferando las máscaras y bromas, sembrando el suelo de serpentinas y papelillos (confetti).


(Nota aparecia en el diario La Vanguardia)


Lunes 10 de febrero de 1913 – La Vanguardia
"El domingo de Piñata ha resultado animadísimo por la esplendidez del día. En el paseo de la orilla del río había inmenso gentío y gran número de carruajes llevando máscaras, habiéndose librado toda la tarde enconada batalla de serpentinas y confetti."


Fuentes de Datos: * "Costumbres Populares Andaluzas" - Luis Montoto - Editorial Castillejo.

*Hemeroteca diario "La Vanguardia"

Fotografías:

* Todocolección.net

* Museo del Estudiante

Carnaval, Don Diablo De Guasa

sábado

(Cartel de los Carnavales de Cádiz de 1918)

Se conoce por carnaval la fiesta popular que precede a la cuaresma celebrada en los lugares de tradición cristiana. La palabra carnaval procede del término medieval “carnelevarium”, que significa quitar la carne, o dicho de otro modo, eliminarla de de la dieta durante todo los cuarenta días que preceden a la Pascua de Resurrección y que comprende el periodo de cuaresma. Es un tiempo de recogimiento y reflexión y arrepentimiento.


Desde muy antiguo los días anteriores al Miércoles de Ceniza se han realizado festejos populares como disfrute de los últimos momentos previos al periodo cuaresmal. Parece ser que comenzó su andadura allá por el siglo XI.

Los primeros conocimientos que se tienen del carnaval en Andalucía datan de mediados del siglo XV, y hacen referencia a las fiestas de los mismos en Jaén.

Se cuenta, que en el siglo XVI y en la época carnaval, las gaditanas arrancaban las flores de las macetas para arrojárselas en broma, unas a otras, iniciando tal vez así el tipismo de gracia y salero que el carnaval tiene en Andalucía, aunque en este tiempo no era conocido con el nombre de Carnaval, sino de Carnestoladas.


El Carnaval En Sevilla

En los umbrales del siglo XIX, el carnaval ya era en Sevilla una de las fiestas más sonadas y esperadas durante todo el año, sobre todo en la clase baja y humilde (casas de vecinos y corrales), que las pasaban bebiendo y alborotando por las calles, derrochando humor y gastando bromas irónicas y risas, tan natural de los sevillanos.

Se encontraba dividido el carnaval en distintas clases sociales. Una era la del pueblo llano, sencillo y humilde, que aprovechaba las máscaras para de ocultarse y así poder expresar todo lo negativo que pensaban de otros, fueran vecinos, conocidos o autoridades, y otra el que se celebraba en la alta sociedad, que organizaba glamourosas fiestas de máscaras y bailes donde se lucían los disfraces más lujosos y sofisticados.





(Distintas Invitaciones de Bailes de Máscaras)







Esta manera de vivir el carnaval era totalmente opuesta a la del pueblo de a pie, que hacían del suyo flechas arrojadizas llenas de burlas, críticas e ironías, (como ya se ha apuntado escondidos tras las máscaras) que arrojaban contra la clase superior a la que estaban sometidos. Por este motivo, el carnaval ha sufrido múltiples represiones a lo largo de su historia, por parte de la clase dirigente, siendo suprimido en numerosas ocasiones.

Sin embargo, para el sevillano lo principal de los carnavales era la diversión. Todo vecino con buen humor, ya fueran hombres, mujeres o niños, preparaba días antes del carnaval el disfraz con el que habían de salir a las calles, y ya en situación y con el disfraz y la máscara puesta, se dedicaban a acosar en bromas a todo aquél que le salía al paso, y haciendo la pregunta de rigor “¿Me conoces?”, pregunta obligada de todo el que andaba enmascarado.


Los Disfraces


Los disfraces, muy al contrario de los lucidos por los más pudientes, eran humildes e incluso pobres, lo cual no les quitaba variedad ni imaginación a la hora de confeccionarlos, todo fuera por ir escondido para hacer cuantas más travesuras mejor.

Dentro de lo que la variedad les permitía, los preferidos eran los disfraces del Moro y de la Beata. También tenían especial predilección los mozos en vestirse con las enaguas de las mujeres y las mujeres con los estrechos pantalones y chaquetas de los hombres, símbolo tal vez de encontrarse pesarosos con el papel que les había tocado vivir en la vida, (el hombre cargando con el peso de la familia y la mujer criada y esclava del hombre) pretendiendo así engañarse en estas Fiestas del Diablo, y hacer parecer lo negro blanco.


(Fotografía dondel aparece "El Pelachingo" en Valverde, principios del siglo XVIII)


(Parejas En Carnaval - Principios siglo XX- Las damas son hombres)

No faltaban tampoco hombres hechos y derechos, masculinos y viriles, prestos a vestirse el disfraz que sus mujeres le tenía preparado, y se dejaban disfrazar por ellas tan dóciles como niños, permitiendo cerñirles en la cintura sus vestidos de mujer, cubriéndoles la cabeza con un pañuelo a manera de las gitanas de la época y tapándoles el rostro con una careta comprada por unos pocos cuartos.


Y así disfrazados, y contentos como unas pascuas, más por los efluvios del vino que por otras cosas, se perdían por la algarabía que engullía las calles sevillanas con la sana intención de divertir al prójimo y regocijarse. Otros, con menos medios económicos aún, ni para la careta tenían, por lo que tenían que conformarse con embadurnarse la cara con almazarrón o humo de pez, y a guisa de manto real, se echaban sobre los hombros el cobertor de la cama sin saber siquiera de qué iban disfrazado. La cuestión era mantenerse de incógnita aunque para ello hubiera que hacer el mamarracho.


Había quién gustaba de disfrazarse de capitanes o generales. Dado que la economía no permitía gastos extraordinarios, se apañaban con lo que se les venía a la mano. Ceñían sobre su pecho una ristra de ajos haciendo las veces de banda, y colgaban de su faja, que podía pasar por fajín, un palo a manera de espada victoriosa en centenares de combates. Por montera se encasquetaban un gorro de papel adornado con plumas de gallina desplumada por pecadoras manos.

Los más vergonzosos o recatados tan sólo te tapaban el rostro con una careta, o se pintarrajeaban solamente los ojos, la nariz y la boca.


El disfraz deseado por los más jóvenes era el de demonio, cosa bastante fácil, porque no hacía falta desembolsar gasto alguno, tan sólo les bastaba echarse a la calle tal y como su madre los trajo al mundo, con una buena mano de pintura roja dada en el cuerpo y colocarse un par de cuernos de cabra en la cabeza.

Igualmente los había que se vestían de oso y lucir como tal sus habilidades rugiendo y avalanzandose sobre todo aquél que se cruzaba en su camino.


(Carnaval 1955 - Imagen de Angel Salas)

Algunos grupos enmascarados y disfrazados, se reunían en la calle formando comparsas con el propósito de pedir unas monedas a cambio de algunas coplas llenas de picaresca e ironía sobre tal o cual vecino o conocido de la ciudad, o contando chascarrillos.


El Lárgalo


Eran días de pegas y de bromas pesadas o no, que nadie se tomaba a mal, ya le dieran a chupar un caramelo cubierto de hiel, o le pusieran un lárgalo.

El lárgalo consistía en un papel que tomaba forma de rabo de asno, o los cuernos de un toro o las orejas de un pollino. Las víctimas del lárgalo eran generalmente a las mujeres. Para ello algún que otro truhán le salía al paso y la entretenía con tal cual excusa mientras otro, con un hijo o esparto le ataba el lárgalo por detrás, y sobre el le enganchaba las enaguas, dejando al descubierto toda su anatomía inferior. A continuación, y una vez dejada a la víctima recorrer un buen trecho, se acercaban sigilosamente y le gritaban: ¡lárgalo! ¡lárgalo! ¡lárgalo que no es tuyo!, y la mujer se lo quitaba y seguía su camino con la vergüenza de haber mostrado sus intimidades.

En la segunda mitad del siglo XIX, los sevillanos celebraban el carnaval a orillas del río donde seguían proliferando las mascaras y las bromas.


Los Años Dorados


Pero fue en la década de 1920 y principio de la de 1930 cuando el carnaval alcanzó su mayor esplendor, dado que se encontraron con la tan ansiada libertad republicana.


(Carroza de Carnaval de Sevilla dedicada al Betis - 1935)

(Carroza 1934)

En este periodo proliferaron las carrozas, primorosa y laboriosamente decoradas, a la que subían las guapas mocitas disfrazadas. Se lanzaban "papelillos" (confettis), que elaboraban las jóvenes sentadas en las noches ante la mesa de camilla, cortando pacientemente papel de seda de colores, y haciendo con él infinidad de cuadraditos ínfimos, que luego tiraban por la calle a las cabezas de todo aquél que se encontraban.

Los disfraces se hicieron más sofisticados y elaborados, consiguiendose más variedad en los mismos. Igualmente se formaron grupos, todos ellos con sus respectivos disfraces, y se hizo costumbre que las máscaras de a pie llevaran comida y bebida, que solían compartir en calles y plazas con amigos, conocidos y también con los no conocidos, fueran disfrazados o no. Las calles eran un hervidero de máscaras que iban y venían a los bailes de asalto, montaban “espectáculos” para regocijo propio y ajeno o sencillamente daban la tabarra a sus convecinos.

(Carnaval en Sevilla, años 20)

Igualmente comenzaron a proliferar los bailes de máscaras entre la gente del pueblo, aunque no tan sofisticados como los de la clase alta, y se puso de moda la “visita de máscaras”, consistente en formar grupos de enmascarados para hacer un recorrido de visitas a domicilios, ya fueran de gente conocida o no, donde siempre eran bien recibidas agasajadas con comida y bebida. Una vez dentro del domicilio se montaba una pequeña fiesta se cantaba, se parodiaban aspectos de la vida cotidiana, en consonancia con los disfraces y todos, enmascarados y acogedores participaban de la alegría del carnaval. Esta pequeña invasión de la intimidad era muy bien avenida por los visitados, sintiéndose agasajados por ello.

(1945)

Así fueron celebrándose los carnavales hasta la llegada de la Guerra Civil y la Dictadura, donde, la prohibición de ir enmascarado por las calles, dificultó como es lógico la celebración de los Carnavales callejeros. Aunque existe constancia de que muchos ciudadanos trataron de desafiar esa prohibición durante todos esos años el Carnaval callejero no volvió a recuperar su esplendor hasta la década de los 70 del siglo XX.


Fuentes: ("Costumbres Populares Andaluzas" - Luis montoto) (http://www.dooyoo.es/archivos-guia-de-ciudades/carnaval/1002087/)

Fotos: Todocolección, 20minutos.es, Devalverde.es



La Alameda De Hércules, Venecia Andaluza

viernes

(Riada de 1952 - La Farmacia Central)

La Alameda de Hércules también ha sido a lo largo de su historia una de las mayores víctimas de las riadas de Sevilla cuando el Guadalquivir se desbordaba, convirtiéndola en el pequeño mar acostumbrado de todos los años.

(Riada de 1952 - Imagen de Miguel Caro Fuentes)

La inundación causaba pánico y terror en los adultos, y algarabía y gozo en los chavales, pues con la subida del nivel de las aguas, pasaban a convertirse en bañistas de improvisadas albercas, intrépidos capitanes, descubridores navegantes y temibles corsarios bajo el manto tronador y oscuro de los cielos.

Trepaban a los álamos, dónde enarbolaban su bandera, y hacían de sus ramas un hogar, a modo de Robinsones, desde donde oteaban el horizonte a la búsqueda de los posibles "navíos", que el agua arrastraba consigo, o sea, todo tipo de enseres, (sillas, mesas, muebles), arrancados inmisericordes de los pobres y míseros hogares.

De nada servían las llamadas angustiosas de madres y abuelas, asomadas medio cuerpo a los balcones de los pisos superiores, único escape del agua que annegaba los bajos.

(Riada de 1952)

Y así, se convertían en héroes rescatando ayudando a las damas a cruzar la sorpresiva laguna , y valientes aventureros subiendo a carros y remolques de camiones que a duras penas intentaban navegar entre las barrosas aguas.

(Riada de 1952 - La Alameda de Hércules esquina con calle Trajano)

Afortunadamente hoy la Alameda ya no sufre de aquellas catástrofres, sin embargo y aunque yo no llegué a conocerlo, este invierno lluviso me ha llevado a buscar en las imágenes del pasado que aún a pesar de lo trágico, me hubiera gustado vivir tal y como los niños de entonces, porque los ojos de la inocencia desconocen el peligro y la penuria que conlleva.

Fuente Fotos: Criar.fr, 20 minutos.es